martes, 4 de septiembre de 2012

Nacida para aplaudir...


“¿Tú tienes hobbies?”, me preguntó un chico hace poco. “No, yo soy más de elfos”, le contesté… Confieso que recurrí a la gansada porque nunca sé que contestar a esa pregunta.  Las musas no se han acordado de mí. O a mí me parecieron un grupito de mujeres muy monas y bien vestidas y decidí evitar la comparación haciendo cola para entrar en la fiesta de Baco. No tengo recuerdos nítidos de aquella época (señal de que me dejaron entrar en la fiesta de Baco). Os lo voy a probar, con tres ejemplos.

 

Euterpe, musa de la música. Directamente, no sé cantar: cuando eran pequeños, mis hijos me decían: “Por favor, mamá, no nos cantes una nana. Te prometemos que nos dormimos.”. Me lo decían con terror. Aprendieron a hablar a los pocos días de nacer, hasta ahí llegaba su necesidad de hacerme comprender la tortura involuntaria a la que les sometía. Lo malo es que debería haberlo sabido sin necesidad de llegar a esos extremos: ya en el colegio era la única niña exenta de música (no de gimnasia, que era lo habitual en las exenciones maravillosas). La razón de mi salvoconducto fue un examen de flauta. Teníamos que tocar Noche de Paz. Yo no la toqué, yo la soplé: tarareaba la canción insuflando aire a la flauta, con lo que el instrumentito pitaba y la melodía la creaba yo canturreando. Al terminar, más feliz que unas castañuelas (las cuales tampoco sé tocar), levanté la cabeza, orgullosa de mi versión New Age del villancico en cuestión. En lugar de aplausos (que yo seguía esperando cuando se les pasara a mis compañeras el estupor de la admiración), me llegó la voz de la profesora que sentenció: “Cristina, tienes un aprobado general para el resto del curso. No aguanto una recuperación contigo”….

 

Terpsícore, musa de la danza. ¡¡¡Ay, con lo que me gusta a mí disfrazarme y dar saltitos!!!. Mi madre, que vio que tenía una hija poca cosa, clarita y presumida, decidió llevarme a ballet. Iba tres días a la semana y dedicábamos todo el año a preparar la función final. Todas me tenían envidia porque yo siempre hacía los solos, siempre, siempre. Se me veía radiante: con mi tutú, mis lentejuelas, mi maquillaje con purpurina, mis plumas de colores…  Os aseguro que recuerdo pensar, en el escenario, que quedaría fenomenal una reverencia a mi público, en ese momento, en mitad del baile, extendiendo mi vaporosa falda, para que se mostrara en todo su esplendor, y hacerla… Y la gente me aplaudía, que conste. Después de cada actuación tenía el ego por las nubes, así que, en una de esas, mi madre, a quien nunca acusarán de ser una sentimental, me dijo: “A ver, Cris, que lo haces fatal. La profesora te deja los solos para ti porque me ha dicho que eres incapaz de seguirle el ritmo a nadie y que le estropeas los cuadros si sales con las demás niñas…”. Ahí terminó una prometedora carrera, digan lo que digan.

 

Erato, musa de la poesía amorosa. Hubo un tiempo en que escribí poesía pero nunca amorosa. Nunca consigo evitar un poco de vergüenza ajena cuando leo poesía amorosa, salvo que el autor se haya muerto hace tiempo, porque como la vergüenza es ajena y él ya no puede sentirla, nos evitamos ese mal trago los dos. No consigo dejar de ver un toque cursi que me molesta.  Es tan fina la línea que separa lo pasteloso de lo bonito… Supongo que podría escribirla pero no sentirla, con lo cual no es la musa la que me está inspirando. Probemos:

 

            Anoche no estabas a mi lado,

            la luna no me supo dar razón,

            Tenías el móvil apagado…

            ¿Dónde estabas, so pendón?

            ¿Con la rubia casquivana

            O la morena fogosa?...

            Te diré que en la mañana

            ambas dos son horrorosas.

            Pero a este dolor que no cesa

            ponerle fin yo busco:

            voy a agenciarme otra presa

            con más dones y mejor gusto.

 

Como que no, ¿verdad?...

 

            ¿Entendéis ahora por qué no sé que contestar a la pregunta sobre mis aficiones?. ¿Qué digo?. ¿Qué me gusta leer y viajar?. Pues claro, pero entonces indagan más profundamente y se evidencia mi naturaleza caótica.

Mi interlocutor:“¿Ah, sí?. ¿Y qué te gusta leer?”…

Yo (lo puesto entre paréntesis es lo que expresa su cara que está pensando conforme le aclaro su cuestión): “Pues me gustan las novelas de miedo  y las historias sobrenaturales (gótica y/o crédula), las de risa y de chicas (superficial), las biografías (pedante),  los comics (friki)… Casi todo, en realidad (dispersa)… Eso sí, no soporto los libros de autoayuda”.

Mi interlocutor: “ (Ea, bonita, pues precisamente eso es lo que estaba pensado que te hace falta). Bueno, me alegro de haberte conocido. Mis amigos me llaman. He de irme. Ya”…

 

            ¿Por qué hay preguntas tan simples, de respuestas tan comprometidas?. Tú puedes tener una sana afición a coleccionar, qué sé yo, dedales de costura, por ejemplo, pero, si lo dices en voz alta, suena estúpido incluso a ti mismo (yo colecciono ranas, que tiene mucho más sentido, por supuesto). No te engañes, el que te pregunta por tus hobbies te va a juzgar, consciente o inconscientemente. Da igual de qué se trate. Si tu afinidad es por la música, te preguntarán qué tipo de música te apasiona. Cuidado. Mucho cuidado. Eso es casi peor que confesar tu tipo de lectura. La música crea fieles cual religión y de todos es sabido que un devoto de Springsteen (equivalente a una religión tipo la católica, judia, ese estilo) no es compatible con un devoto de Justin Bieber (eso tira más bien a la Cienciología). Uno de los dos ha de convertirse para que esa relación llegue a buen puerto, sea el tipo de relación que sea, incluso vecinal (casi con más motivo, que a ellos los escuchas en casa). Un consejo: ante la duda, dí que te gusta la música de los ochenta. Eso fue un batiburrillo de anarquía musical, equivalente al budismo, que nadie sabe muy bien de qué va (tantas variantes, verdades verdaderas, diferentes formas de rendir culto) salvo que lo hayas vivido desde dentro, pero que a todo el mundo le cae bien porque la impresión que da es la de “yo a mi rollo y tú al tuyo”…Si no, ¿cómo se explica que compartiesen Lista de Éxitos Los Pecos e Inhumanos?…

 

            De momento, yo soslayé el interrogatorio. Me salvé por los pelos (y por un mojito que decidí que necesitaba urgentemente en ese instante), pero el peligro acecha. Antes de convertiros vosotros en los inquisidores con preguntas tan aparentemente inocentes, pensad en las consecuencias de los distintos tipos de respuesta, y haced otras menos íntimas, cómo la marca de ropa interior, por ejemplo. Dará más juego. Si cuestionas directamente a alguien sobre sus hobbies, vas a perderte la oportunidad de desvelar el misterio por métodos más sutiles… Tienes que ir conociendo poco a poco a una persona para apreciar en su justa medida su afición por coleccionar trocitos de cables de alta tensión despeluchados que guarda en una urna transparente que sólo puede ser vista desde la cama de su dormitorio… ¿Cogéis la idea?....

 

           

                       

           

           

 

martes, 21 de agosto de 2012

No somos reversibles...


Ayer, aburrida como estaba, decidí hacer compra (en concreto, compré tres Coca-Colas Cherry, dos Red Bulls Edición Silver y dos tés de Granada). A la salida de la tienda me tropecé (literalmente, conmigo no puede ser de otra forma) con un amigo al que aprecio sinceramente y con el que llevábamos tiempo tratando de quedar. Así que aprovechamos la ocasión y decidimos alargar el momento, cenando juntos. Elegimos un restaurante que me encanta, con una terraza estupenda (las luces, ideales) y nos dispusimos a reirnos un ratito.

En la mesa de al lado había cuatro chicas, arregladitas y monas, como deben estar las chicas en los restaurantes. No paraban de mirar hacia mi mesa. ¿Por qué?. Pues porque mi amigo, entre otras muchas cualidades, es guapo de película. Pero guapo tipo Cary Grant. No de esos modernos que han tardado más en arreglarse que tú (y mira que yo doy margen para eso), ni con ropas estridentes, ni camisetas marcando musculitos. No. Camisa blanca de manga larga y vaqueros. Insinuando esos músculos que otros exhiben.

 Al principio de la cena, sólo miraban. Conforme avanzaba la noche, se hacían más atrevidas. Las cuatro vinieron, a intervalos de diez minutos, a pedir fuego (a pesar de que, ya a la primera, le dijimos que no teníamos). Dejaban caer cosas y las empujaban hacia nuestra mesa…

Mi amigo tiene una cualidad que yo aprecio: cuando ha estado conmigo jamás se ha fijado en las chicas de alrededor o, al menos, si lo ha hecho, ha sido con tal sutileza que no me he dado cuenta. Esto, a los chicos en general les parece una tontería, y te contestan aquello de: “Es que tengo ojos en la cara”. Ya lo sabemos. Y, si Dios no ha sido un canalla, también os ha dado la capacidad de disimular. No queremos que os ceguéis al mundo pero no hay necesidad de ser ostentoso admirando a otra chica o comunicando vuestras conclusiones sobre el trasero de las demás. No estáis siendo sinceros, estáis siendo groseros. Que quede claro. Pues bien, como decía, mi amigo no les dio cuerda y parece que eso les molestó porque una de ellas dijo, en voz bastante alta: “Tía, ni caso, debe ser tonto. Además, la belleza está en el interior.”…. ¡¡¡Ay, que risa!!!... En el interior lo único que hay es un amasijo de órganos, vísceras y fluidos bastante desagradable. El que es guapo (ellos y ellas) tiene las mismas posibilidades de ser bueno, inteligente, amable y gentil que el que no lo es.  Más, diría yo, puesto que la vida le ha tratado mejor. La Belleza es una bendición mucho más evidente que la inteligencia porque su expresión es externa. La inteligencia necesita probarse, con actos, con acciones o con pensamientos comunicados. La Belleza, no. Y el que diga que lo contrario es un guapo mentiroso, casi seguro. El que no quiera ser apuesto sobreestima a los demás dones.

Partiendo de la base de que cada uno tiene su dosis más o menos alta de Belleza, ¿por qué hay quien se empeña en disimularla?. ¿Para poca, ninguna?. Muy mal.

Hace poco una amiga a la que quiero muchísimo apareció con un corte horroroso. No articulé palabra. No podía. Pero debió ver en mi expresión alguna pista de lo que estaba pensando porque, en seguida, me dijo: “Nena, me lo he cortado así porque es mucho más cómodo para el verano. Gano tiempo ya que no tengo que arreglarme el pelo.”… Obviamente mi pregunta fue: “¿Y a qué dedicas esos veinte minutos, más o menos, que ganas cada día?.  ¿A una ONG, a aprender repostería, a hacer calceta, a abrir tu mente al mundo espiritual, a contar baldosas?”… ¿Dónde demonios se ha establecido que se puede renunciar a un grado más de hermosura por la comodidad?. ¿Qué habría pasado si Cenicienta le dice al Hada Madrina que pasa de zapatos de cristal, que con sus chanclas va más cómoda?. ¿Y si la Bella Durmiente hubiera sido la Lista Durmiente?. Si Rapunzel hubiera seguido el ejemplo de mi amiga aún estaría en la Torre, hecha una uva seca… No nos engañemos, el cazador no mató a Blancanieves porque era mona, no porque se pusieran a discutir sobre Kant y le asombrara su erudición…

Seguramente, mi superficialidad declarada, buscada y escogida me hace ver las cosas de forma distinta pero nunca comprenderé por qué aspirar a la belleza está mal visto, porque dejamos días señalados para esmerarnos en nuestro aspecto. No es más difícil ponerte unos pantalones bonitos que unos feos. Cuesta lo mismo colocarte una camiseta vieja y horrorosa que una en condiciones. Tu Derecho a la Comodidad acaba donde empieza la imposibilidad de los demás para evitar verte. Llenar cada día de cosas bonitas hace la vida mucho más sencilla. Hay mil gestos que nos mejoran, desde la sonrisa (tenéis que probar a sonreir a la gente por la calle, es divertido y descubres que las personas son buenas por naturaleza. Crea un vínculo de un microsegundo entre el desconocido y tú que te reconcilia con el mundo), un poquito de maquillaje (para ellas, claro, aún no soy tan moderna), combinar bien la ropa (ante la duda, tonos discretos, dejemos el naranja para la fruta), ir aseaditos (¡¡¡qué importante es esto!!!)… No pongáis excusas del tipo: “Quien me quiera, ha de quererme como soy”.  Yo creo firmemente que el afán de mejorar te lo debes a ti mismo y es una muestra de respeto hacia quienes te rodean… Naturalmente, tengo claro que existen personas poco agraciadas que son muy atractivas pero estoy convencida que no es sólo por su interior, también cuidan el exterior.  Y es cierto que hay personas bellísimas que agotan a los cinco minutos de estar con ellas. Todo es cuestión de proporciones. Lo que reivindico es la posibilidad de tratar la vocación de mejorar nuestra Belleza con la misma aquiescencia con que tratamos la voluntad de mejorar nuestra inteligencia.

Una vez, queriendo consolar a uno de mis hijos, que se veía a sí mismo grueso, cometí el error de usar esa frase que ahora condeno. Le dije: “Ari, yo te veo estupendo. La belleza está en el interior”.  Él me miró muy serio y me contestó: “Mira, mamá, hasta que los Humanos no seamos reversibles, lo que cuenta es lo que se ve y, si tú no te das cuenta del problema, nunca vas a poder ayudarme a solucionarlo.”…

Eso sí, cuando me despedí de mi amigo y le ví irse dentro de su coche, pensé que era la excepción: mirando el vehículo, admití que la belleza estaba en el interior…

martes, 14 de agosto de 2012

De diferencias y perspectivas...


No los soporto. Me tienen hasta la narices. Y me asustan, que es peor. Me refiero a la pandilla de intolerantes que anda suelta, con voz y voto. Muy peligroso. Siempre le he dicho a mis hijos que, en esta vida, no hay nada peor que ser desagradecidos pero creo que es porque presupongo la tolerancia en ellos…

Esta mañana hemos corrido todos a comprar los periódicos para ver las noticias sobre nuestra fallida (más apropiado sería poner “falluca”) Nit de L´Albà. Como a  mi lo de correr no me va y mis vecinos no se merecen el riesgo para su estabilidad mental que supone verme ojerosa y recién levantada (oye, es encontrarse conmigo en una de esas situaciones y empezar a creer en el Yeti, los ogros y demás criaturas sobrenaturales), he hecho una primera aproximación a la información a través de la prensa digital. ¿Y qué tiene la prensa digital que no tenga la prensa escrita (mi favorita)?. Pues que la gente opina dejando constancia de ello. Sin filtro. Y varias de esas opiniones pugnan por la eliminación de los petardos y fuegos artificiales en las fiestas, llamándonos salvajes (a modo de ejemplo, pongo este enlace. No es la crónica, es el comentario: http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/accidente-nit-lalba-elche-2184699 ).

 A ver, voy a partir de una base: yo no creo que estemos todos evolucionados al mismo nivel, me niego a creer que ciertas conductas de ciertas personas respondan a una elección consciente, creo que hay gente que no ha alcanzado un nivel medio de civilización y tiene reacciones instintivas de supervivencia. Una vez iba por la plaza del Ayuntamiento y me dijo un chico tal grosería, a viva voz, que prometo que concluí que el muchacho reaccionaba al instinto sexual sin el paliativo de la Evolución (con mayúsculas). Afortunadamente para él, yo sí tenía ese límite, por lo que no me volví y le di el guantazo de su vida aunque no pude evitar compararlo con un simio salido. Pero, dentro de todo ello, el intolerante con complejo de inferioridad, con instinto de líder de la manada, es un peligro público. Yo rozo la artificiosidad en muchos momentos, no soy natural, no soy susceptible de considerárseme salvaje y me gusta la pólvora, y los petardos y los truenos. No impongo mis gustos a nadie. No insisto a mis invitados para que enciendan ni una triste bengala, si no les parece bien. Ver veredictos que proponen eliminar carretillas y petardos de mis fiestas, bajo la excusa del accidente ocurrido, me fastidia muy profundamente porque me recuerda la existencia de esos personajes perturbadores, capaces de arrastrar a personas más débiles que ellos, únicamente por la fuerza del tono de su discurso, no por su contenido. Y pueden hacer mucho mal. Yo no soy hippie, ni indignada, ni antisistema, ni defensora de la verdad, ni sana, ni deportista ni mil cosas. No lo soy porque no quiero. Así que me he encontrado con bastante asiduidad con personas de altos ideales, que creen que van a salvar el mundo con su actitud y una carencia absoluta de hechos, personas que me han mirado con total superioridad.  Tengo amigas que son naturales, francas, sin artificios y la diferencia con esas otras radica en que, además, son comprensivas con quienes han escogido otro tipo de vida. Conmigo, en concreto. Nos reímos de nuestras diferencias y admiramos en la otra lo que nos hace distintas. No es a ese tipo de personas coherentes a las que me refiero. Es a la frustrada que piensa que, tras adquirir como propio un principio políticamente correcto, lo desvirtúa, lo deforma hasta convertirlo en una caricatura y cree que ello le da un salvoconducto para manifestar su absurda sensación de estar por encima de los demás y proponer cambios radicales basados en una visión personal y falseada, avalada, habitualmente, por algún acontecimiento fortuito que jamás supone la norma general pero que se presenta como tal por su personalidad fanática.

 Quien me conoce sabe que tengo opinión casi para todo y, muchas veces, distintas opiniones para lo mismo. Yo no superé la fase esa en el instituto en la que, estudiando filosofía, dependiendo de quien tocara, te convencía. Estudiabas existencialismo, y veías la lógica. Estudiabas racionalismo, y veías la lógica. Yo veo los dos lados de la misma esquina (esto es de la Biblia, lo dice Salomón). Eso no ha favorecido mucho mi cordura pero me ha hecho bastante indulgente con pensamientos contrarios a los míos. Salvo cuando no los considero proporcionados o equilibrados. Os pongo un ejemplo: si a mí me preguntan si estoy a favor o en contra de las corridas de toros, os digo que a favor. ¿Por qué?. Porque estando en la Escuela de Práctica Jurídica en Alicante acabamos el curso acudiendo a la Feria de San Juan. Y me lo pasé pipa. El ambiente y la gente me parecieron tan diferente a cualquier otra cosa que creo que hay que preservarlo. Es un arte y. como tal, a veces se entiende y a veces, no. Los toreros que conozco personalmente me caen bien. No conozco a ningún toro personalmente pero no les odio (aunque prefiero no toparme con ellos en una solitaria pradera. Claro que es muy difícil que se produzca la concatenación de hechos necesaria para que yo acabe en una solitaria pradera). Una vez,  manifestando mi pena ante la foto de un torero al que le habían dado una cornada, una de esas personas tan elevadas me contestó: “Sinceramente, el toro tenía que haberlo matado”. Me dejó sin palabras, a mí, que tengo un trato: ellas no me faltan y yo las uso. La defensa de un ideal con tanta rabia contenida no es defensa, es venganza  y estrechez de miras. También me gusta el Foei. Y mato indiscriminadamente a los insectos (y, cuando no lo hago, es porque me desagrada más el ruidito asqueroso ese que hacen cuando los aplastas que el esperar a que desaparezcan). Los reptiles me gustan porque pasan de todo. No como caracoles porque son babosas pero he disfrutado cazándolos de niña, en el campo, los acechaba y los perseguía, con éxito siempre, debo decir. Tengo amigos cazadores, que baten algo más que caracoles, a los que quiero muchísimo (a mis amigos, no a los caracoles) y a los que un día pediré que me enseñen a disparar (si es que eso se puede pedir), aunque dudo que yo pueda matar a ningún animal. No hago el camino de Santiago porque soy incapaz de someterme voluntariamente a incomodidades. No creo en la anarquía. Prefiero una tarde de compras que una manifestación por la Paz Mundial (y ambas cosas tienen el mismo efecto en la Paz Mundial). Mis ideas no dan para escribir un libro y no pretendo cambiar a la Humanidad. Me encanta que existan personas desiguales, me fascinan las diferencias, entre niños, adultos, hombres, mujeres, izquierdas, derechas, pensamientos e ideas… enriquecen mi vida, lo que me descoloca es la imposición. Quizás estoy haciendo exactamente aquello de lo que me quejo, es posible que esté siendo absolutamente intransigente con aquellos a los que yo considero equivocados en las formas (y las formas son muy importantes para mí) y en la idea a defender pero, al menos, estoy abierta a considerar esa posibilidad..

Una vez, discutiendo con Hugo sobre una canción que estaba escuchando, afirmando yo rotundamente que era ruido y mi hijo, con la misma rotundidad, que era música, decidimos que Ariel fuera el juez en nuestra batalla. Sus palabras textuales fueron: “Los dos tenéis razón. Sólo tenéis distintas perspectivas. La música hace ruido. El atractivo de ese ruido es algo personal. Hugo, si a mamá no le gusta, ponte los cascos. Mamá, si a Hugo le gusta, con lo pesado que es, búscale algo bueno, aunque sea la letra porque, si no, lo vas a pasar fatal.”… Pues eso…

martes, 7 de agosto de 2012

Mi versión de un consejo.


Esta mañana me he encontrado a una amiga, está pasando un mal momento sentimental y me ha pedido consejo. A mí. Ay, pobre… Yo no puedo dar consejos sentimentales, soy un desastre, pero le puedo comentar un par de mis relaciones y quasi-relaciones que seguro que la consuelan, por comparación…

A ver, a mí me pasan cosas, desde siempre, desde jovencita… Mi amiga del alma (nombre cursi pero divertido porque ninguna de las dos es muy sentimental) siempre me ha dicho que un día seré noticia. El problema es que ella me ve más bien como carne de Telediario y no de “Cosas de Hollywood”.

 A grosso modo, recuerdo un San Valentín, cuando aún vivía con mis padres, en el que recibí siete regalos de siete chicos diferentes. Un disgusto en casa. Yo encantada. Mi madre piensa desde entonces que soy un pendón. Lo que nunca le he dicho es que creo que se acumularon todos el mismo año y luego han sido esporádicos o directamente inexistentes. Alguno de esos regalos aún los conservo, el resto me los comí.  A ver, no me malinterpretéis, que yo paso de San Valentín. Literalmente: paso de San Valentín, del santo en cuestión, del señor que murió achicharrado por empeñarse en casar a los amantes (que digo yo que Dios habría entendido la dificultad y tampoco hubiera pasado nada) pero de los regalos, las tarjetas y los detalles, no. Que me encantan. Cualquier día. (Yo también tengo detalles, que conste)… A lo largo de mi adolescencia y primera juventud (ahora voy por la segunda adolescencia, lo que fastidia mucho a mi hijo mayor ya que ha venido a coincidir con la suya primera, por lo que tenemos que hacer malabarismos con los horarios para poder salir los dos. Sospecho que mi hijo también piensa que soy un pendón.) he tenido varias serenatas (cuatro que recuerde), viajes sorpresa, telegramas contándome chistes para hacerme sonreir, mensajeros que me traían huevos kinder enviados por quien me rondaba, poemas, dramas, risas… Y eso que yo era tan tímida (y lo soy), que resultaba un pelín borde. ¿Por qué?. Pues porque cuando estoy nerviosa o me siento violenta, no filtro. Digo exactamente lo que pasa por mi cabeza (así me va). Recuerdo una vez que, tras mucho insistir, accedí a ir a cenar a Altea con un amigo. Yo estaba en los últimos años de carrera. Él era profesor recién titulado en una de las facultades de ciencias y, a la sazón, además de amigo, se había ofrecido a darme clases de squash, por lo que nos veíamos a menudo… Tú avisas, pero no te creen. Les dices que no hay ni habrá nada entre vosotros y creen que te pueden convencer. Así que ahí me tienes, en el summum del romanticismo de la Costa Mediterránea, en un restaurante con velas (yo feliz, que me favorecen mucho), tratando de no pedir un plato demasiado caro porque sabía que la inversión le iba a salir rana al muchacho. Conversación fantástica (una no puede evitar ser encantadora), coqueteo (una no puede evitar ser vanidosa), risas (una no puede evitar ser graciosa). Él, que confunde un pliegue de acero con una grieta en la armadura y propone ir a un lugar, por las vistas, dice. Ella (yo) que le propone mejor una copita en un sitio con mucha gente. Él que insiste. Ella que se empecina en que necesita escuchar música. Él que se pone a cantarle en medio del restaurante. A grito pelado. “Por debajo de la mesa”. El muy cretino. Ella que, de pronto, tiene unas ganas locas de ver las dichosas vistas, rogando para que el sitio sea muy elevado e imaginando dolorosos y efectivos modos de lanzar al aprendiz de ruiseñor… Salen y, en un mirador, observan el pueblo, con sus pequeñas luces, a sus pies, la negra noche llena de estrellas, los grillos haciendo lo que sea que hacen los grillos, el aroma del jazmín…

Él que la mira… Le sonríe… Se acerca… Inspira hondo.

Ella, que es miope… Lo intuye… Lo ve venir… Deja de respirar.

Él: “¿No es preciosa la vista?”.

Ella: “Preciosa.”.

ÉL: ¿No te gustan los grillos?.”

Ella: Son unos bichos asquerosos. Cucarachas con banda sonora.

ÉL. ¿Y el aroma a jazmín?”.

Ella. “Eso sí me gusta”.

Él (envalentonado): “¿No te hierve la sangre con esta luna tan inmensa?”.

Ella: “Eso va ser colesterol.”…

….

Duelo de miradas.

….

Él: “Cris, no es eso.”…

Ella: “¿Indigestión?”.

Él: “¡¡¡No!!!.”.

Ella: “¿Alergia?”.

Él: “No, Cristina, no… ¡¡¡La Luna, es la Luna!!!”.

Ella: “¡¡¡Licantropía, entonces!!!”…



Ni que decir tiene que no hubo copa, ni música y que sigo sin saber jugar al squash pero hay que sacar dos conclusiones de esta historia, las dos se las ha de aplicar mi amiga:

1ª.- Chicas del siglo XXI (es que lo anterior sucedió en otro siglo): cuando un chico os diga que no quiere nada serio, creedlo. Cuando os diga que no os quiere, creedlo (si, a veces, cuando os dicen que os quieren, no lo hacen, imaginad cuando lo niegan). Nos vamos a ahorrar disgustos, pañuelos de papel y varias intoxicaciones etílicas. Esto último es muy importante porque puedes acabar, en medio del vaho alcohólico, dándole tu teléfono a quien no debes y, cuando te des cuenta y le digas que no te interesa, no te va a creer, va a insistir y volvemos a empezar (iba a poner: “y nos mordemos la cola”, pero hay mucho mal pensado suelto)…

2º.- Nunca vayas a cenar con tu profesor de squash (léase pádel, tenis). El mundo podría perderse a una gran campeona por una decisión amable... De este segundo punto he de confesar que yo ya no tengo la presión: a finales de mi primera juventud, entrando ya en las dos horas de madurez que me tocaban, decidí dedicar mi vida al glamour, así que, hasta que Pura López no diseñe zapatillas de deporte y convierta el ejercicio en algo muy, muy estiloso, no pienso dedicarme profesionalmente a ganar medallas…


viernes, 27 de julio de 2012

Mal que Bien...


Una Semana Santa, viendo la procesión con una de mis mejores amigas (hay quien dice que tengo demasiadas “mejores amigas” pero esa es mi suerte y me encanta. Además, no llegan a diez.), me dio por pensar en el Cielo y esas cosas. Así que no pude evitar comentarle: “Niña, imagínate que lo de “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre,” sea verdad y me toque, al morir, compartir nube con mi ex.”… Acababa de expresar mi duda cuando, en una inspiración de sentimiento empático, pensé en su situación: ella también está divorciada y su exmarido es un pelín manirroto (nada que ver con ella: guapa, inteligente, prudente y exitosa). Con la delicadeza que me caracteriza, continué el hilo de mis pensamientos y le dije: “Claro, que peor es lo tuyo. Te veo de nube en nube, desahuciados y haciendo anuncios de Philadelphia para subsistir.”… Mi amiga, lejos de ofenderse, sufrió un ataque de risa que consiguió que hasta la cabra de los legionarios que acompañaban al Cristo, nos mirara mal y, como Dios está en todas partes, seguro que nos ha puesto en la lista negra  (o azulita, que le pega más) y ni nube ni nada…. Claro que, como decía mi escritor favorito “Prefiero el Cielo por el clima y el Infierno por la compañía”, así que algún consuelo nos quedará….



Siguiendo el razonamiento sobre la dicotomía Cielo- Infierno, pensé en los Siete Pecados Capitales y las Siete Virtudes Capitales:

Soberbia contra Humildad.

Lujuria contra Castidad.

Ira contra Paciencia.

Gula contra Templanza.

Envidia contra Caridad.

Pereza contra Diligencia.

Avaricia contra Generosidad.



Estoy condenada… Definitivamente… A ver, ¿eso como funciona?... ¿Mayoría de pecados: al Infierno… o hace falta unanimidad?... ¿Se valora la proporcionalidad?… Es que, si nos ponemos tiquismiquis, no se salva nadie… Además, la Maldad tiene su puntito. De hecho, para ser malo, hay que ser inteligente (me refiero a una maldad refinada, no la instintiva). Cuando te dicen, “es que es buena gente”, la mayoría de las veces pienso “Claro, no le da la cabeza para ser malo. Es un simple, fijo”… Es el atractivo del canalla (del canalla elegante, me refiero, no del psicópata)…Ay, que recuerdo yo a un pretendiente, allá por mis años veinte, que me rondaba con paciencia y, cada dos por tres me decía aquello de: “Haría cualquier cosa por ti”. Y yo me mordía la lengua para no contestar: “¿Desaparecer, por ejemplo?”… Aseguraba que, en cualquier momento, iba a darme cuenta de la joya que era y me enamoraría sin remedio de él. Se equivocaba, claro. Si no le daba la cabeza para ser malo, imagínate para ser adivino… Al cabo de muchos años lo volví a ver. Estaba guapísimo, la verdad, y me pregunté: “¿Por qué no le di una oportunidad yo a este chico?”. Nos pusimos a hablar. Cruzamos dos frases. Reprimí un bostezo. Cruzamos dos frases más. Bostecé… Entonces me acordé del porqué…Claro que yo soy un desastre en mis elecciones: llega a mi balcón el Príncipe Azul en su caballo blanco y yo me enamoro del caballo, así que haced como los bancos, no me deis demasiado crédito…



Zanjé la cuestión de desear tener una visión clara sobre los Pecados y las Virtudes y descubrí que era un sinsentido cuando, varios días después, instándole a que ayudara un poco en casa, le dije a mi hijo pequeño, al que, por decirlo suavemente, el Apocalipsis no le pillará en medio de un exceso de actividad ni en un ataque de nervios,: “Ari, cariño, ¿tú sabes que la Pereza es un pecado?”… Y me contestó: “Mamá, no te preocupes: en mi caso es una bendición. Yo no soy malo por Pereza.”…

martes, 24 de julio de 2012

Pequeñas revelaciones.


            Hoy es mi santo. Me encantan los santos. Bueno, los santos y los cumpleaños y las bodas y los bautizos y las comuniones y la Navidad y Semana Santa y las graduaciones y las cenas de empresa… Todo lo que implique interactuar con la gente, me gusta. Luego, en particular, me lo pasaré mejor o peor, pero me encanta asistir a celebraciones… Cuando cumplí cuarenta años tenía claro que era la excusa perfecta para darme una fiesta sorpresa. Yo. A mí. No permití que se siguiera el cauce normal de las fiestas sorpresas; esto es, que tus amigos elijan lo que “creen” que más te gusta, que hagan un collage con las fotos más divertidas, que te lleven engañada y que te griten “¡¡¡Sorpresa!!!” y tú te emociones….Tenía mis motivos. Nada altruistas.

            En primer lugar, las fotos, a cierta edad (y, como decía Oscar Wilde, “no hay edad más incierta que la de las mujeres de cierta edad”) son materia reservada. Nada de ponerlas en una pantalla grande, a lo loco, en un despliegue de desconsideración a nuestra vanidad más profunda… “Es que lo importante es reirse con las imágenes antiguas”… Vale, pues ponemos un episodio de Pixie y Dixie, que son de la más o menos de la misma época que yo. Y nos reimos todos… Porque, a ver, los que pasamos la adolescencia en plenos años 80 somos los supervivientes del Mal Gusto, eternos merecedores de una indemnización de los diseñadores de la época, sufriendo secuelas que han arraigado en nosotros sin remedio (mi uso desmedido de las lentejuelas, por ejemplo), Guardianes de los Limites de las Vanguardias en el Vestir (esto se define como la sensación esa que te embarga cuando ves fotos de las nuevas tendencias y observas el oropel, las grandes hombreras, los tupés, los mallas de tallas inadecuadas, los jerseys enormes, las faldas de largos extraños y sólo puedes pensar “¡¡¡Dios mío, qué no vuelva a ponerse de moda!!!. ¡¡¡Salvaré a mi prole de ello y evitaré su propagación!!!”)… Y todo eso, mostrado en público, con foto tamaño cincuenta pulgadas, acaba con más de una reputación…

            En segundo lugar,  y más importante (porque siempre puedes negar que esa chica con el pelo cardado, la cara blanca, los calcetines visibles del mismo color que el jersey y los Levi´s  501 un palmo por encima del tobillo, seas tú),  el que te lleven engañada a una fiesta implica que todos vayan divinamente vestidos y tú no… De eso nada, mi fiesta me la organizo yo y cito a la gente a una hora y apareceré justo 60 minutos más tarde (es importante porque llevaré el resto de la noche esa ventaja: el perfume, el maquillaje, la frescura de la piel tendrán ese tiempo de atraso frente al deterioro de los demás)… Y, sobre todo, bien vestida, espectacularmente vestida… Nada de un trapito que me haya puesto para la cena en familia que usan como cebo para sacarte de casa (que ya sabemos que la familia es lo más importante pero los lujos los dejamos para los demás)… Y la cámara que inmortalice el momento, la elijo yo: desenfocada, que difumine. Vamos a dejar los quinientos mil megapixeles para los animalitos del zoo, las puestas de sol y los enemigos… Yo quiero definición a duras penas… ¿Por qué creéis que se llega a una edad en la vida en la que se necesitan gafas?... Pues porque la Naturaleza es sabia y pretende que, entre los de la misma generación, no nos veamos bien… Pero el hombre se pasa de listo e inventa las gafas (lentillas y operaciones entran en el mismo rasero de inventos fastidiosos), con lo que observamos cada arruguita y cada mancha del prójimo (yo digo que son pecas acumuladas pero no sé si cuela) y, eso no es lo peor, lo peor es que nos damos cuenta de que nosotros debemos estar igual…Se evitarían muchas depresiones si fuésemos por el Mundo mal graduados….  Yo estoy en un momento que sólo acudo a restaurantes en los que la iluminación me favorezca… Los ultramodernos de luces blancas, que me los cuenten… Hay otros trucos para acudir divina a tu fiesta (o a cualquiera): si vas a llegar en coche, ponte el chorro del aire directamente a la cara, que eso estira. Puede que te dé un tono un pelín azulado pero piensa que más azul era la Pitufina y tenía a toda una aldea enamorada… Y procura que haya bebida, está demostrado que el alcohol en las venas de los demás, te embellece a ti…

            Esos fueron mis motivos y mi celebración de los cuarenta fue tal y como yo quería… Ello no quiere decir que no desee que mis amigos me preparen ahora una fiesta sorpresa convencional… Por si acaso, la semana antes y la semana después de mi cumpleaños me vestiré como si me fueran a invitar en cualquier momento a una recepción de Porcelanosa…

            Mientras, os dejo un último truco espectacular: sonríe, siempre, porque es mucho mejor que los demás te vean las arruguitas alrededor de los ojos que la cara descolgada (¿Qué pasa?. ¿Esperabais algo más trascendental?. ¿Es que no sabéis a quién estáis leyendo?.)…

lunes, 23 de julio de 2012

Cuestión de Identidad.


Os sitúo: doce de la mañana del día 20 de Julio del 2012, he de presentar el I.V.A. y, como siempre, me acuerdo el último día (eso es lo más cerca que estaré jamás de practicar deporte de riesgo), así que me voy a Hacienda a pedir los impresos y las etiquetas (las mías tienen mucha personalidad y desaparecen de un trimestre a otro, emigran a titulares más ricos que les dan mejor vida). Antes, paso por mi casa a recoger a mis hijos, Hugo de 14 años y Ariel de 11, porque quería invitarlos a comer. Una vez en el organismo oficial en cuestión, mi don de gentes sólo me sirve para cruzar el arco aunque pite (que pita, de hecho creo que me dejan pasar porque el guardia de seguridad piensa que, si he de quitarme todo el metal que llevo encima, no llega a su casa a comer) pero la cola la tengo que hacer como cualquiera. Ahí estoy yo, con mis niños, más que dispuesta a mezclarme con la Humanidad (ya sé, ya sé, yo también soy Humanidad pero, mientras espero, imagino mi lugar en el mundo como me da la gana). Delante de mí hay un chico y una chica. La chica llevaba unos pantalones blancos que no eran cortos, eran breves. Se acababan enseguida. Una banda horizontal amarilla por camiseta. Varios piercings. Chanclas de leopardo. El chico vestía una camiseta verdes con dibujo de camuflaje, de esas que tienen recortadas las mangas casi hasta la cintura, un bañador hasta media pierna con motivos florales en tonos fluorescentes (digamos que el bañador tenía la tela que le faltaba a la camiseta), unas chanclas elevadas a la mínima expresión en un blanco sucio (bueno, no “blanco sucio”, sino más bien blancas, que estaban sucias), tatuajes por doquier. Se llamaban, y no bromeo, Jessi-Vane y Primitivo, alias El Cro (de Cromañón, palabra de honor) … Y no, no portaban placas identificativas, no: dos semanas antes había tenido un juicio con ellos. Él acusado, ella testigo de descargo. Llegados a este punto he de decir que soy fatal para las caras y los nombres pero a éstos los reconocí por el atuendo: aparecieron en el juicio con lo mismo (debe ser su modelito para citas importantes. Miedo me da.). Afortunadamente (y para variar), se suspendió… En ello, que El Cro gira la cabeza y me ve. Se le ilumina la cara tanto que el aluminio que llevaba en nariz, ceja y labios emite brillos preciosos… Extiende sus musculosos y peludos brazos con toda la intención de abrazarme. En un maravilloso despliegue de instinto de supervivencia, dejo caer el bolso haciendo al instante ademán de agacharme a cogerlo, con lo que mi cliente, sin poder frenar el impulso que había cogido, le da un manotazo al señor que iba justo detrás de mí (señor que llevaba bigote, con todo lo que conlleva abofetear a un señor con bigote). Me incorporo. Nos miran. Se hace un silencio.. Mi cliente exclama: “Joer, abogá, pa una vez que puedo abrazar a una tía fina”…Jessi-Vane le contesta: “Cari, ¿y yo qué?”, a lo que el otro responde: “Tu estás buena y eres un poco zorra pero fina no eres.”… El señor de bigote y yo, ojipláticos… Mis hijos, tomando apuntes… Por fin, les toca a ellos. Hacen su gestión. Se van…Obviamente, se despide con un: “Rubia, ya nos vemos en el Juzgao”… Acabo yo también y dejo al señor de bigote bien atendido… Salgo a la calle y, a los diez minutos, me pregunta mi hijo pequeño: “Mamá, ¿de qué se le acusa a ese hombre?”… Le explico que robó un N.I.F. y se hizo pasar por otra persona… Me dice: “Pues entonces lo tienes ganado porque el juez va a entender que no quiera ser él mismo.”…  Como línea argumental tiene su puntito…

domingo, 22 de julio de 2012

De Cheerleader

En fin de semana, he decidido rescatar antiguos textos que escribí en mi Facebook (os he despistado con lo de “antiguos textos” y ya creíais que iba a desvelar secretos ocultos en manuscritos egipcios, ¿eh?). Mis motivos no son nada altruistas: me sirve de copia de seguridad y creo relleno en mi blog como si mi interés en escribir tuviera solera (que no, os lo aseguro). Mañana hace justo un año que publiqué éste, así que me ha parecido una señal divina (porque sí, porque Dios no tiene otra cosa que hacer que enviarme señales: el Domingo descansa pero hace una excepción por mí)… Mis disculpas a quienes ya lo hayáis leído pero no viene mal recordar que, en cuestión de sentimientos negativos, es mejor ser inconstante: hay que disfrutar de la pena sin sentirnos culpables pero mirando de reojo la puerta entreabierta para salir corriendo… Bueno, os lo dejo (lo he copiado literalmente y, aunque está escrito para mis amigas, sólo hay que cambiar el género de las palabras para aplicarlo a mis amigos):

Al parecer, hay un virus estival que provoca depresión y que está haciendo estragos en algunas de mis amigas. Para ir avanzando, voy a decir esto en general y luego os lo repito en particular. Soy una firme defensora de la pena, creo que hay que tener pena, que hay que llorar (pero no os equivoquéis, llorando no estamos guapas, así que mejor si es en privado y con alarde de lágrimas, gemidos y aspavientos. Nada de moderación a solas), que estamos autorizadas a sentirnos lo peor…. Pero, todo esto, un ratito. No más de dos días porque, si no, se vuelve costumbre. Si veis que se alarga, acudid a alguien con espíritu, huid de quien te dice “Eso no es nada. No te quejes. Tal o cual está peor. Al menos tienes salud”… Eso no vale. No permitáis que minusvaloren tu aflicción porque cada una es subjetiva e intensa en quien la sufre y claro que puede ser peor pero consolarnos con ello implica conformarnos con nuestro problema porque no es de vida o muerte y eso no solucionada nada, es un conformismo de mediocres que, no sólo no alivia nuestro mal, sino que nos hace sentir culpables por estar tristes sin razón de peso. Cada uno se siente mal por lo que le da la gana.

Una vez instaurado nuestro Derecho a la Tristeza, estableceremos nuestra Obligación de Superarla. Porque sí. Porque hay que brillar y, si no se
puede, se finge. Porque la tristeza con medida es hermosa pero regodearnos en ella la transforma en depresión y es Medusa convertida: cuando te mira, te paraliza. Tus amigos pueden intentar ayudarte pero no son psicólogos (afortunadamente) y seguro que acaban diciendo algo que no deseas oír y que quizá sea equivocado, así que tendrás que esforzarte y encontrar un motivo que te impulse. Y nada de buscar ese motivo en la inmensidad del mar, la luz del sol, la luna llena, el amor de la amistad o la paz mundial. Todo ello ya existía desde los albores de la Humanidad y tú estás triste. Busca un motivo real, algo que te ponga las pilas, ya sea un asalto a Swarovski (con la misma intensidad que si fuera Tiffanis) o la maquinación de una venganza o el comenzar una aventura laboral… Lo que haga falta. Eso sí, nunca, nunca, te decidas por un cambio de imagen en mitad de una depresión. Te hundiría sin remedio.

Asume que, si no haces ese difícil esfuerzo, en el mejor de los casos, te quedarás sola, porque la gente acaba huyendo de tu energía negativa (existe, no lo dudes) y, en el peor, no te quedarás sola, sino rodeada de gente como tú, sin objetivos ni entusiasmo por nada.

Sois más importantes que cualquier jugarreta del Destino. Eso es lo que creo yo. Pero, si vosotras que os conocéis más, os dais por vencidas, puede que yo esté equivocada y no seáis tan valiosas. Así que ya lo sabéis. Aquí estoy y os voy a escuchar a todos y haré por animaros, un tiempo prudencial, con todas las prórrogas necesarias hasta que decidáis hacer lo posible por salir de la situación pero no más allá del momento en que os rindáis sin remedio (la clave está en el “sin remedio”). En ese momento, dedicaré mi tiempo a mis propias tristezas, llorando delante del espejo (no sé porqué hago eso, pero cuando lloro, me miro…), buscando una salida, planeando venganzas y saqueando las tiendas… O, si tengo suerte, a disfrutar de mis triunfos y valores (entre los que incluyo a todos mis amigos, los que siguen depresivos y los que no)…

jueves, 19 de julio de 2012

Oda al batacazo.


Tal y como prometí, voy a contaros los tres derrumbes más dolorosos para mi ego. No os acostumbréis a que cumpla todas mis promesas porque ya he avisado de que soy dispersa y  a veces gana mi honor y otras mi pereza. Lo que sí puedo adelantar es que, el siguiente post, será una opinión, que ya toca (el tema es sorpresa).  En cuanto a mis tres caídas (mira qué bíblico me ha quedado esto, aunque yo no alcancé la Gloria), os ruego que no sintáis pena por mí: gracias a ellas conocí gente muy interesante (enfermeras, cirujanos, farmacéuticos, sobre todo) y, lo que es mejor, la gente me conoció a mí… Ahí van:



            1º.- Llegaba tardísimo a un juicio y me estaban esperando pacientemente (y cuando digo pacientemente lo digo de verdad, porque fue uno de esos juicios en los que el compañero era, además de Letrado, un caballero y Su Señoría, otro). Atascada como iba, aparqué de cualquier forma y me puse la toga mientras cerraba el coche para ganar tiempo, cogí mi bolso nada funcional, mi maletín, mi expediente (que no cabía en el maletín) y salí disparada sobre mis botas nuevas cuyos tacones casi superaban en longitud a la caña y, bajo una ligera llovizna, me dirigí hacia la puerta del Palacio de Justicia… Entré patinando (me gustaría poner que “entré deslizándome”, con todas las Gracias inherentes a esa palabra, pero no: patinando y a trompicones). Me salvó el Guardia Civil, con un “¡¡Niña, pa´lo poca cosa que es usted, qué follón que da!!!”… Le di las gracias porque los recortes en Educación aún no nos afectaban y subí corriendo de nuevo y desafiando al Destino hasta la primera planta, donde estaban todos expectantes ante mi aparición… Y no les defraudé: conforme entraba, la capa al vuelo (a mi me viene tan grande la toga que, en lugar de imponer respeto, parezco Batman, quien, como superhéroe es una birria y su único poder es tener pasta) se enredó en mis piernas, la velocidad extrema que había alcanzado se convirtió en su cómplice, mis pies se alzaron en lo que, de haber estado allí Jacques Rogge (Presi del C.O.I., que lo he mirado en Glu-Glú, Google para los puristas), me habría valido la clasificación inmediata en los Juegos Olímpicos, la cartera y el bolso salieron cada uno por su lado, desperdigando obscenamente su contenido (y advierto: en mi bolso puede haber cualquier cosa. Ese día se materializó, por ejemplo, un destornillador), el expediente se diseminó, volando libre, mis brazos abiertos hacían que pareciera el Ángel de la Muerte (o un cuervo, vete tú a saber, pero como es mi historia, pongo lo que más me gusta)… Todo esto con la sensación de estar en una escena de Kill Bill, a cámara lenta… Hasta que mi trasero tocó el suelo… Me quedé ahí, despatarrada, sabiendo que había dejado una fuerte impresión en los presentes, mudos de asombro… Mi cliente me miraba estupefacto, seguramente valorando la idea de declararse culpable directamente, no fuera a empeorarle yo la cosa… El tiempo se hizo relativo… Rompiendo el encanto se acercó un amigo (abogado, también) que hacía tiempo que no veía. Creí que me iba a echar una mano. Le sonreí y, entonces, me dijo: “Cris, no tenía muy claro si eras tú, hasta que he visto la caída. “… Marca de la casa…



            2ª.- Estoy cenando en un restaurante con amigos y me levanto para saludar a unos conocidos que estaban en una mesa más alejada. Al volver, observo que hay una mesa redonda, por la que he de pasar, llena de chicos la mar de guapitos. Y, como yo los miro, ellos me miran. Y, como ellos me miran, yo pienso “Ahora voy a pisar con estilo y los voy a dejar impresionados”… Y, con estilo, me lanzó (con acento en la “o”) en picado un poco de líquido que había en el suelo. Quedé entre dos de ellos, ante la mesa redonda, con una rodilla en el suelo y la otra arriba, casi esperando a que me nombraran “caballero”… Ninguno articuló palabra… Seguían observándome, aunque ahora ya no creía que fuera por mi elegancia innata… Así que no me quedó más remedio que decir: “A vuestros pies….”… En su defensa he de manifestar que no se rieron ni un poquito, pero mis compañeros de cena (amigos hasta aquella noche) compensaron ese lapsus con creces… Tuve que llevar toda la noche una bolsa de hielo y fingir una lesión dolorosa para ver si les remordía la conciencia y bajaban el tono de las burlas…. Es obvio que lo único que conseguí fue que se me congelara la rodilla y se me acalorara el ánimo….



            3º.- Esta fue en el cine. Entraba a ver una película cualquiera. Acababan de apagar las luces por primera vez para los anuncios. Yo llevaba en la mano un bote de esos gigantes de palomitas… Tropecé con un escalón traicionero y, tratando de mantener el equilibrio, moví los brazos espasmódicamente… Al final, no aterricé en el suelo y, cuando iba a felicitarme a mí misma por tamaño logro, se encendieron las luces de la sala y pude observar a todos los espectadores de cuatro filas a la redonda, cubiertos de palomitas, desde el pelo hasta la cintura que se perdía en los asientos: hombres, mujeres y niños nevados… Eso sí, era preciosa la estampa…



            Lo bueno de tanta torpeza es que he aprendido a caer con glamour… Recuerdo otra vez que se me salió zapato y también me desplomé. Un viejecito que estaba sentado y lo vio me dijo: “Joven, se ha caído usted con tanto estilo que parecía que estaba bailando”… Desde entonces, cuando me levanto tras un episodio de esto, saludo y reclamo aplausos…



            El martes es mi santo, podríais regalarme tiritas, yodo y vendas… Voy a amortizarlo fijo….


P.D.; Os recuerdo que mi página de Facebook se llama "Red Carpet by Cristina Birlanga" (vale, vale, no me he calentado mucho la cabeza para escoger el nombre pero prometo que, en mi próxima estancia hospitalaria, dedicaré tiempo a mejorarlo).

miércoles, 18 de julio de 2012

Están entre nosotros...

Se me ha roto el móvil… Realmente, no se me ha roto, sería demasiado simple, para ser más exactos debería decir que se me ha quebrado, tronchado, fracturado, resquebrajado… Y, si eso es malo, lo peor es que no se ha caído él: me he caído yo, con él en la mano… Una caída que ríete tú de las de las Bolsas de Valores, sin freno, sin pudor, haciendo ostentación de la catástrofe, una oda al batacazo… He de ser sincera y admitir que tengo serios problemas para mantener la verticalidad, lo que me da pie para contar mis tres derrumbes más dolorosos (anímicamente hablando) más adelante (quizá mañana, quizá pasado, pero no esperéis mucho de ello porque son simples anécdotas. Iba a incluirlas aquí pero resultaba muy largo y os quiero aburrir por fases, no el segundo día)… Hoy me urge comentaros mi experiencia con la compañía telefónica… Obviamente, lo primero que he hecho, es acercarme a un distribuidor oficial. La sangre de mi rodilla y la herida abierta de mi mano podían esperar. Mi conexión con el mundo, no. Con el estómago encogido y haciendo cola tras dos clientes que estaban siendo atendidos con bastante desidia, la señorita por fin se dirige a mí: “¿Qué te pasa?”… A ver, vamos a partir de la base de que el tuteo está al orden del día pero éste ha sido un alarde de mala educación, un guante en la cara. He estado a punto de retarla a duelo. Un: “¿En qué te puedo ayudar?”, es razonable, lo admito, pero ese “¿Qué te pasa?” me ha dolido… Me sobrepongo a la adrenalina y le explico que se me ha roto el móvil, que deseo arreglarlo y le solicito uno mientras está el mío en el servicio técnico… En su estilo, me contesta que no me va a dejar uno de cortesía mientras lo reparan… Yo insisto diciéndole que parte de mi trabajo se realiza a través del teléfono: mis e-mails, las notificaciones (confieso que, en realidad estaba pensando “¡¡¡Mi Facebook!!!. ¡¡¡Mis WhatsApps!!!”, pero ella no lo sabía)…  Responde: “No te voy (no dice “no puedo”,  dice “no voy”) a dejar otro móvil y éste no estará hasta dentro de quince días.  Aunque no te guste, lo tomas o lo dejas.”… Prometo que iba a contestar en consonancia pero luego he pensado que quizás esa última frase la dejó marcada cuando, al nacer, se la escucho al médico dirigiéndosela a sus papis (eso es un poco cruel, lo sé)… Además, yo tenía un arma secreta que ella desconocía: ¡¡¡mi número no lleva asociada permanencia!!!... El triunfalismo con el que he mostrado mi As en la manga sólo ha sido superado por la parsimonia con la que ella se ha tomado la noticia… Os aseguro que casi le pongo unas letras de esas distorsionadas que tienes que copiar para demostrar que no eres un robot… Me ofrece un nuevo terminal, con permanencia de 18 meses… Le repito, reitero, insisto en que yo quiero arreglar el mío y se limita a mirarme… Me he rendido, lo confieso… Mi móvil está arreglado (en dos horitas, por cierto) por otras vías y he comenzado los trámites para cambiar de compañía. Mis heridas van cicatrizando y al mundo le digo que me las he hecho salvando a una ancianita de un atropello seguro (no hay necesidad de hacer alarde de mi torpeza si puedo dar una explicación más acorde con mi ego)...  La primera llamada que he podido hacer ha sido a mi familia, para advertirles de que existen entre nosotros seres de un Universo paralelo, que, aunque son antropomórficos, no tienen cerebro pero, a pesar e ello, a poco que nos despistemos, acabarán dominando el mundo a base de tocarnos la moral (de la que también carecen, por cierto) y que he conocido a su líder… No os engañéis, las compañías telefónicas son sus lanzaderas… ¿Cómo si no se justifica que cuando llamas al Servicio de Atención al Cliente no haya servicio, ni atención, ni te traten como a un cliente sino como al enemigo a abatir?...  ¿¿¿Podré ponerle lentejuelas al uniforme de la Resistencia???...

martes, 17 de julio de 2012

Es lo que hay...


Me han dicho que el primer  post (he tenido qué preguntar cómo se llamaba el texto publicado en el argot de Internet: hasta ahí llega mi desconocimiento de dónde me estoy metiendo) ha de ser un resumen, un pequeño índice de los temas que vas a tratar… Pues no puedo. Soy dispersa. Y caótica. No sé de qué hablaré ni el tono… Además, yo no quería escribir un blog. Pensaba que la razón de esa renuencia se encontraba en mi modestia, porque no me veía capaz de interesar a nadie. Pues no. Me he estudiado a mí misma (un segundito o dos. Lo obvio no necesita dedicación. Y soy rubia, por vocación) y he concluido que es justo al revés: mi vanidad alcanza cotas tan elevadas que no sé si podrá superar que el resto del mundo no caiga rendido ante mis letras… Es lo que tiene una vanidad como la mía: es una entidad propia. Por ello, aunque mi persona anhela ser buena, dócil y beatíficamente humilde, mi engreimiento me impide desarrollar tan altas virtudes más allá de una leve caída de ojos (que aprovecho para que se aprecie lo bien maquillados que los llevo)… Así que aquí me encuentro ahora, tratando de parecer interesante (por favor, valorad que haya puesto “tratando de parecer interesante” porque he resistido a mi demonio particular que me impulsaba a poner “tratando de que vosotros, ¡oh, mortales!, reconozcáis mi valía y me encumbréis al alto puesto que me corresponde en la jerarquía del Universo”… Sí, ya lo sé, es un demonio un poco cursi pero las ideas las tiene clarísimas) y divagando… Y eso no es lo peor, lo catastrófico es que divagaré hasta límites insospechados. No tendré medida: trabajo, familia, ocio, política, cine, libros, grapadoras (naturalmente, esto se me ha ocurrido porque tengo una delante), religiones, mesas de centro, sabores de helado, Samsung o iPhone, patos, leyes, moda, adicciones,  clases de patatas, salud, niños ajenos (los otros entran dentro de la categoría “familia”, por más que, a veces, nos fastidie), amores, canallas, amores canallas,  viajes (incluidos los astrales), frases hechas… Y siempre esperando que me leáis porque no soy tan necia como para querer que creáis que sólo escribo por el placer de hacerlo. Si escribiera por  placer, me limitaría a copiar El Quijote (o el Kama Sutra, que sería más coherente). Yo escribo para que os riáis, o lloréis, u os indignéis, para remover sensaciones. Mi deseo es alcanzar, con cada post (no me gusta la palabrita, que conste), una reacción en vosotros y perfeccionar esa facultad hasta convertirla en un superpoder… De ahí a dominar el Mundo, es un pasito…

Así empezamos...

Pido disculpas de antemano (porque luego no pienso hacerlo: una vez escrito, lo será con toda la intención del mundo) por lo que diga y pueda molestar. Vaya por delante que ello representará mi opinión pero soy consciente de que pueden haber otras, mucho mejores y más expertas (aunque también las habrá mucho peores)...