martes, 21 de agosto de 2012

No somos reversibles...


Ayer, aburrida como estaba, decidí hacer compra (en concreto, compré tres Coca-Colas Cherry, dos Red Bulls Edición Silver y dos tés de Granada). A la salida de la tienda me tropecé (literalmente, conmigo no puede ser de otra forma) con un amigo al que aprecio sinceramente y con el que llevábamos tiempo tratando de quedar. Así que aprovechamos la ocasión y decidimos alargar el momento, cenando juntos. Elegimos un restaurante que me encanta, con una terraza estupenda (las luces, ideales) y nos dispusimos a reirnos un ratito.

En la mesa de al lado había cuatro chicas, arregladitas y monas, como deben estar las chicas en los restaurantes. No paraban de mirar hacia mi mesa. ¿Por qué?. Pues porque mi amigo, entre otras muchas cualidades, es guapo de película. Pero guapo tipo Cary Grant. No de esos modernos que han tardado más en arreglarse que tú (y mira que yo doy margen para eso), ni con ropas estridentes, ni camisetas marcando musculitos. No. Camisa blanca de manga larga y vaqueros. Insinuando esos músculos que otros exhiben.

 Al principio de la cena, sólo miraban. Conforme avanzaba la noche, se hacían más atrevidas. Las cuatro vinieron, a intervalos de diez minutos, a pedir fuego (a pesar de que, ya a la primera, le dijimos que no teníamos). Dejaban caer cosas y las empujaban hacia nuestra mesa…

Mi amigo tiene una cualidad que yo aprecio: cuando ha estado conmigo jamás se ha fijado en las chicas de alrededor o, al menos, si lo ha hecho, ha sido con tal sutileza que no me he dado cuenta. Esto, a los chicos en general les parece una tontería, y te contestan aquello de: “Es que tengo ojos en la cara”. Ya lo sabemos. Y, si Dios no ha sido un canalla, también os ha dado la capacidad de disimular. No queremos que os ceguéis al mundo pero no hay necesidad de ser ostentoso admirando a otra chica o comunicando vuestras conclusiones sobre el trasero de las demás. No estáis siendo sinceros, estáis siendo groseros. Que quede claro. Pues bien, como decía, mi amigo no les dio cuerda y parece que eso les molestó porque una de ellas dijo, en voz bastante alta: “Tía, ni caso, debe ser tonto. Además, la belleza está en el interior.”…. ¡¡¡Ay, que risa!!!... En el interior lo único que hay es un amasijo de órganos, vísceras y fluidos bastante desagradable. El que es guapo (ellos y ellas) tiene las mismas posibilidades de ser bueno, inteligente, amable y gentil que el que no lo es.  Más, diría yo, puesto que la vida le ha tratado mejor. La Belleza es una bendición mucho más evidente que la inteligencia porque su expresión es externa. La inteligencia necesita probarse, con actos, con acciones o con pensamientos comunicados. La Belleza, no. Y el que diga que lo contrario es un guapo mentiroso, casi seguro. El que no quiera ser apuesto sobreestima a los demás dones.

Partiendo de la base de que cada uno tiene su dosis más o menos alta de Belleza, ¿por qué hay quien se empeña en disimularla?. ¿Para poca, ninguna?. Muy mal.

Hace poco una amiga a la que quiero muchísimo apareció con un corte horroroso. No articulé palabra. No podía. Pero debió ver en mi expresión alguna pista de lo que estaba pensando porque, en seguida, me dijo: “Nena, me lo he cortado así porque es mucho más cómodo para el verano. Gano tiempo ya que no tengo que arreglarme el pelo.”… Obviamente mi pregunta fue: “¿Y a qué dedicas esos veinte minutos, más o menos, que ganas cada día?.  ¿A una ONG, a aprender repostería, a hacer calceta, a abrir tu mente al mundo espiritual, a contar baldosas?”… ¿Dónde demonios se ha establecido que se puede renunciar a un grado más de hermosura por la comodidad?. ¿Qué habría pasado si Cenicienta le dice al Hada Madrina que pasa de zapatos de cristal, que con sus chanclas va más cómoda?. ¿Y si la Bella Durmiente hubiera sido la Lista Durmiente?. Si Rapunzel hubiera seguido el ejemplo de mi amiga aún estaría en la Torre, hecha una uva seca… No nos engañemos, el cazador no mató a Blancanieves porque era mona, no porque se pusieran a discutir sobre Kant y le asombrara su erudición…

Seguramente, mi superficialidad declarada, buscada y escogida me hace ver las cosas de forma distinta pero nunca comprenderé por qué aspirar a la belleza está mal visto, porque dejamos días señalados para esmerarnos en nuestro aspecto. No es más difícil ponerte unos pantalones bonitos que unos feos. Cuesta lo mismo colocarte una camiseta vieja y horrorosa que una en condiciones. Tu Derecho a la Comodidad acaba donde empieza la imposibilidad de los demás para evitar verte. Llenar cada día de cosas bonitas hace la vida mucho más sencilla. Hay mil gestos que nos mejoran, desde la sonrisa (tenéis que probar a sonreir a la gente por la calle, es divertido y descubres que las personas son buenas por naturaleza. Crea un vínculo de un microsegundo entre el desconocido y tú que te reconcilia con el mundo), un poquito de maquillaje (para ellas, claro, aún no soy tan moderna), combinar bien la ropa (ante la duda, tonos discretos, dejemos el naranja para la fruta), ir aseaditos (¡¡¡qué importante es esto!!!)… No pongáis excusas del tipo: “Quien me quiera, ha de quererme como soy”.  Yo creo firmemente que el afán de mejorar te lo debes a ti mismo y es una muestra de respeto hacia quienes te rodean… Naturalmente, tengo claro que existen personas poco agraciadas que son muy atractivas pero estoy convencida que no es sólo por su interior, también cuidan el exterior.  Y es cierto que hay personas bellísimas que agotan a los cinco minutos de estar con ellas. Todo es cuestión de proporciones. Lo que reivindico es la posibilidad de tratar la vocación de mejorar nuestra Belleza con la misma aquiescencia con que tratamos la voluntad de mejorar nuestra inteligencia.

Una vez, queriendo consolar a uno de mis hijos, que se veía a sí mismo grueso, cometí el error de usar esa frase que ahora condeno. Le dije: “Ari, yo te veo estupendo. La belleza está en el interior”.  Él me miró muy serio y me contestó: “Mira, mamá, hasta que los Humanos no seamos reversibles, lo que cuenta es lo que se ve y, si tú no te das cuenta del problema, nunca vas a poder ayudarme a solucionarlo.”…

Eso sí, cuando me despedí de mi amigo y le ví irse dentro de su coche, pensé que era la excepción: mirando el vehículo, admití que la belleza estaba en el interior…

martes, 14 de agosto de 2012

De diferencias y perspectivas...


No los soporto. Me tienen hasta la narices. Y me asustan, que es peor. Me refiero a la pandilla de intolerantes que anda suelta, con voz y voto. Muy peligroso. Siempre le he dicho a mis hijos que, en esta vida, no hay nada peor que ser desagradecidos pero creo que es porque presupongo la tolerancia en ellos…

Esta mañana hemos corrido todos a comprar los periódicos para ver las noticias sobre nuestra fallida (más apropiado sería poner “falluca”) Nit de L´Albà. Como a  mi lo de correr no me va y mis vecinos no se merecen el riesgo para su estabilidad mental que supone verme ojerosa y recién levantada (oye, es encontrarse conmigo en una de esas situaciones y empezar a creer en el Yeti, los ogros y demás criaturas sobrenaturales), he hecho una primera aproximación a la información a través de la prensa digital. ¿Y qué tiene la prensa digital que no tenga la prensa escrita (mi favorita)?. Pues que la gente opina dejando constancia de ello. Sin filtro. Y varias de esas opiniones pugnan por la eliminación de los petardos y fuegos artificiales en las fiestas, llamándonos salvajes (a modo de ejemplo, pongo este enlace. No es la crónica, es el comentario: http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/accidente-nit-lalba-elche-2184699 ).

 A ver, voy a partir de una base: yo no creo que estemos todos evolucionados al mismo nivel, me niego a creer que ciertas conductas de ciertas personas respondan a una elección consciente, creo que hay gente que no ha alcanzado un nivel medio de civilización y tiene reacciones instintivas de supervivencia. Una vez iba por la plaza del Ayuntamiento y me dijo un chico tal grosería, a viva voz, que prometo que concluí que el muchacho reaccionaba al instinto sexual sin el paliativo de la Evolución (con mayúsculas). Afortunadamente para él, yo sí tenía ese límite, por lo que no me volví y le di el guantazo de su vida aunque no pude evitar compararlo con un simio salido. Pero, dentro de todo ello, el intolerante con complejo de inferioridad, con instinto de líder de la manada, es un peligro público. Yo rozo la artificiosidad en muchos momentos, no soy natural, no soy susceptible de considerárseme salvaje y me gusta la pólvora, y los petardos y los truenos. No impongo mis gustos a nadie. No insisto a mis invitados para que enciendan ni una triste bengala, si no les parece bien. Ver veredictos que proponen eliminar carretillas y petardos de mis fiestas, bajo la excusa del accidente ocurrido, me fastidia muy profundamente porque me recuerda la existencia de esos personajes perturbadores, capaces de arrastrar a personas más débiles que ellos, únicamente por la fuerza del tono de su discurso, no por su contenido. Y pueden hacer mucho mal. Yo no soy hippie, ni indignada, ni antisistema, ni defensora de la verdad, ni sana, ni deportista ni mil cosas. No lo soy porque no quiero. Así que me he encontrado con bastante asiduidad con personas de altos ideales, que creen que van a salvar el mundo con su actitud y una carencia absoluta de hechos, personas que me han mirado con total superioridad.  Tengo amigas que son naturales, francas, sin artificios y la diferencia con esas otras radica en que, además, son comprensivas con quienes han escogido otro tipo de vida. Conmigo, en concreto. Nos reímos de nuestras diferencias y admiramos en la otra lo que nos hace distintas. No es a ese tipo de personas coherentes a las que me refiero. Es a la frustrada que piensa que, tras adquirir como propio un principio políticamente correcto, lo desvirtúa, lo deforma hasta convertirlo en una caricatura y cree que ello le da un salvoconducto para manifestar su absurda sensación de estar por encima de los demás y proponer cambios radicales basados en una visión personal y falseada, avalada, habitualmente, por algún acontecimiento fortuito que jamás supone la norma general pero que se presenta como tal por su personalidad fanática.

 Quien me conoce sabe que tengo opinión casi para todo y, muchas veces, distintas opiniones para lo mismo. Yo no superé la fase esa en el instituto en la que, estudiando filosofía, dependiendo de quien tocara, te convencía. Estudiabas existencialismo, y veías la lógica. Estudiabas racionalismo, y veías la lógica. Yo veo los dos lados de la misma esquina (esto es de la Biblia, lo dice Salomón). Eso no ha favorecido mucho mi cordura pero me ha hecho bastante indulgente con pensamientos contrarios a los míos. Salvo cuando no los considero proporcionados o equilibrados. Os pongo un ejemplo: si a mí me preguntan si estoy a favor o en contra de las corridas de toros, os digo que a favor. ¿Por qué?. Porque estando en la Escuela de Práctica Jurídica en Alicante acabamos el curso acudiendo a la Feria de San Juan. Y me lo pasé pipa. El ambiente y la gente me parecieron tan diferente a cualquier otra cosa que creo que hay que preservarlo. Es un arte y. como tal, a veces se entiende y a veces, no. Los toreros que conozco personalmente me caen bien. No conozco a ningún toro personalmente pero no les odio (aunque prefiero no toparme con ellos en una solitaria pradera. Claro que es muy difícil que se produzca la concatenación de hechos necesaria para que yo acabe en una solitaria pradera). Una vez,  manifestando mi pena ante la foto de un torero al que le habían dado una cornada, una de esas personas tan elevadas me contestó: “Sinceramente, el toro tenía que haberlo matado”. Me dejó sin palabras, a mí, que tengo un trato: ellas no me faltan y yo las uso. La defensa de un ideal con tanta rabia contenida no es defensa, es venganza  y estrechez de miras. También me gusta el Foei. Y mato indiscriminadamente a los insectos (y, cuando no lo hago, es porque me desagrada más el ruidito asqueroso ese que hacen cuando los aplastas que el esperar a que desaparezcan). Los reptiles me gustan porque pasan de todo. No como caracoles porque son babosas pero he disfrutado cazándolos de niña, en el campo, los acechaba y los perseguía, con éxito siempre, debo decir. Tengo amigos cazadores, que baten algo más que caracoles, a los que quiero muchísimo (a mis amigos, no a los caracoles) y a los que un día pediré que me enseñen a disparar (si es que eso se puede pedir), aunque dudo que yo pueda matar a ningún animal. No hago el camino de Santiago porque soy incapaz de someterme voluntariamente a incomodidades. No creo en la anarquía. Prefiero una tarde de compras que una manifestación por la Paz Mundial (y ambas cosas tienen el mismo efecto en la Paz Mundial). Mis ideas no dan para escribir un libro y no pretendo cambiar a la Humanidad. Me encanta que existan personas desiguales, me fascinan las diferencias, entre niños, adultos, hombres, mujeres, izquierdas, derechas, pensamientos e ideas… enriquecen mi vida, lo que me descoloca es la imposición. Quizás estoy haciendo exactamente aquello de lo que me quejo, es posible que esté siendo absolutamente intransigente con aquellos a los que yo considero equivocados en las formas (y las formas son muy importantes para mí) y en la idea a defender pero, al menos, estoy abierta a considerar esa posibilidad..

Una vez, discutiendo con Hugo sobre una canción que estaba escuchando, afirmando yo rotundamente que era ruido y mi hijo, con la misma rotundidad, que era música, decidimos que Ariel fuera el juez en nuestra batalla. Sus palabras textuales fueron: “Los dos tenéis razón. Sólo tenéis distintas perspectivas. La música hace ruido. El atractivo de ese ruido es algo personal. Hugo, si a mamá no le gusta, ponte los cascos. Mamá, si a Hugo le gusta, con lo pesado que es, búscale algo bueno, aunque sea la letra porque, si no, lo vas a pasar fatal.”… Pues eso…

martes, 7 de agosto de 2012

Mi versión de un consejo.


Esta mañana me he encontrado a una amiga, está pasando un mal momento sentimental y me ha pedido consejo. A mí. Ay, pobre… Yo no puedo dar consejos sentimentales, soy un desastre, pero le puedo comentar un par de mis relaciones y quasi-relaciones que seguro que la consuelan, por comparación…

A ver, a mí me pasan cosas, desde siempre, desde jovencita… Mi amiga del alma (nombre cursi pero divertido porque ninguna de las dos es muy sentimental) siempre me ha dicho que un día seré noticia. El problema es que ella me ve más bien como carne de Telediario y no de “Cosas de Hollywood”.

 A grosso modo, recuerdo un San Valentín, cuando aún vivía con mis padres, en el que recibí siete regalos de siete chicos diferentes. Un disgusto en casa. Yo encantada. Mi madre piensa desde entonces que soy un pendón. Lo que nunca le he dicho es que creo que se acumularon todos el mismo año y luego han sido esporádicos o directamente inexistentes. Alguno de esos regalos aún los conservo, el resto me los comí.  A ver, no me malinterpretéis, que yo paso de San Valentín. Literalmente: paso de San Valentín, del santo en cuestión, del señor que murió achicharrado por empeñarse en casar a los amantes (que digo yo que Dios habría entendido la dificultad y tampoco hubiera pasado nada) pero de los regalos, las tarjetas y los detalles, no. Que me encantan. Cualquier día. (Yo también tengo detalles, que conste)… A lo largo de mi adolescencia y primera juventud (ahora voy por la segunda adolescencia, lo que fastidia mucho a mi hijo mayor ya que ha venido a coincidir con la suya primera, por lo que tenemos que hacer malabarismos con los horarios para poder salir los dos. Sospecho que mi hijo también piensa que soy un pendón.) he tenido varias serenatas (cuatro que recuerde), viajes sorpresa, telegramas contándome chistes para hacerme sonreir, mensajeros que me traían huevos kinder enviados por quien me rondaba, poemas, dramas, risas… Y eso que yo era tan tímida (y lo soy), que resultaba un pelín borde. ¿Por qué?. Pues porque cuando estoy nerviosa o me siento violenta, no filtro. Digo exactamente lo que pasa por mi cabeza (así me va). Recuerdo una vez que, tras mucho insistir, accedí a ir a cenar a Altea con un amigo. Yo estaba en los últimos años de carrera. Él era profesor recién titulado en una de las facultades de ciencias y, a la sazón, además de amigo, se había ofrecido a darme clases de squash, por lo que nos veíamos a menudo… Tú avisas, pero no te creen. Les dices que no hay ni habrá nada entre vosotros y creen que te pueden convencer. Así que ahí me tienes, en el summum del romanticismo de la Costa Mediterránea, en un restaurante con velas (yo feliz, que me favorecen mucho), tratando de no pedir un plato demasiado caro porque sabía que la inversión le iba a salir rana al muchacho. Conversación fantástica (una no puede evitar ser encantadora), coqueteo (una no puede evitar ser vanidosa), risas (una no puede evitar ser graciosa). Él, que confunde un pliegue de acero con una grieta en la armadura y propone ir a un lugar, por las vistas, dice. Ella (yo) que le propone mejor una copita en un sitio con mucha gente. Él que insiste. Ella que se empecina en que necesita escuchar música. Él que se pone a cantarle en medio del restaurante. A grito pelado. “Por debajo de la mesa”. El muy cretino. Ella que, de pronto, tiene unas ganas locas de ver las dichosas vistas, rogando para que el sitio sea muy elevado e imaginando dolorosos y efectivos modos de lanzar al aprendiz de ruiseñor… Salen y, en un mirador, observan el pueblo, con sus pequeñas luces, a sus pies, la negra noche llena de estrellas, los grillos haciendo lo que sea que hacen los grillos, el aroma del jazmín…

Él que la mira… Le sonríe… Se acerca… Inspira hondo.

Ella, que es miope… Lo intuye… Lo ve venir… Deja de respirar.

Él: “¿No es preciosa la vista?”.

Ella: “Preciosa.”.

ÉL: ¿No te gustan los grillos?.”

Ella: Son unos bichos asquerosos. Cucarachas con banda sonora.

ÉL. ¿Y el aroma a jazmín?”.

Ella. “Eso sí me gusta”.

Él (envalentonado): “¿No te hierve la sangre con esta luna tan inmensa?”.

Ella: “Eso va ser colesterol.”…

….

Duelo de miradas.

….

Él: “Cris, no es eso.”…

Ella: “¿Indigestión?”.

Él: “¡¡¡No!!!.”.

Ella: “¿Alergia?”.

Él: “No, Cristina, no… ¡¡¡La Luna, es la Luna!!!”.

Ella: “¡¡¡Licantropía, entonces!!!”…



Ni que decir tiene que no hubo copa, ni música y que sigo sin saber jugar al squash pero hay que sacar dos conclusiones de esta historia, las dos se las ha de aplicar mi amiga:

1ª.- Chicas del siglo XXI (es que lo anterior sucedió en otro siglo): cuando un chico os diga que no quiere nada serio, creedlo. Cuando os diga que no os quiere, creedlo (si, a veces, cuando os dicen que os quieren, no lo hacen, imaginad cuando lo niegan). Nos vamos a ahorrar disgustos, pañuelos de papel y varias intoxicaciones etílicas. Esto último es muy importante porque puedes acabar, en medio del vaho alcohólico, dándole tu teléfono a quien no debes y, cuando te des cuenta y le digas que no te interesa, no te va a creer, va a insistir y volvemos a empezar (iba a poner: “y nos mordemos la cola”, pero hay mucho mal pensado suelto)…

2º.- Nunca vayas a cenar con tu profesor de squash (léase pádel, tenis). El mundo podría perderse a una gran campeona por una decisión amable... De este segundo punto he de confesar que yo ya no tengo la presión: a finales de mi primera juventud, entrando ya en las dos horas de madurez que me tocaban, decidí dedicar mi vida al glamour, así que, hasta que Pura López no diseñe zapatillas de deporte y convierta el ejercicio en algo muy, muy estiloso, no pienso dedicarme profesionalmente a ganar medallas…