miércoles, 11 de marzo de 2015

El deporte será bueno, pero no Santo...


Yo, al gimnasio, no voy por salud. Voy por ENVIDIA… Si una de mis guapísimas y estilosas compañeras de trabajo me confiesa que de aquí al verano va a tener un cuerpo fitness, con nutricionista implicado en la aventura, yo tengo que tomar medidas para no hundirme en la comparación cuando llegue Junio. Y que conste que antes de decantarme por algo tan drástico como entrenarme, había intentado otros medios, como llevar comida, chuches y deliciosos pastelillos al despacho, a ver si pica… Pero la tía es dura. El Rambo de las Tentaciones.

Así que allá que voy, a mi octavo primer día de gimnasio en el último lustro, consciente de mi baja forma (el hecho de que el buscar la ropa de deporte en los altillos me haya causado agujetas y casi una lesión al caérseme una maleta encima me ha ayudado a ver la realidad canalla), andando de puntillas porque la costumbre del tacón es insalvable y autoconvenciéndome de que todos los espejos por los que pasaba eran de aumento. Y, tras sobrevivir a la primera semana, hay ciertas frases y consejos que debo discutir.

1.- “Verás cómo le coges el gusto y el día que no puedas ir, lo echarás de menos”. Ya os digo yo que no debéis sufrir porque me suceda esto. El día que no puedo ir es porque la Pereza se ha impuesto sobre la Envidia, porque me estoy dando un homenaje gastronómico, porque le muestro reverencia a la siesta (a ésta sí la extraño cuando no la tengo)… Os aseguro que cualquier motivo es mejor y lo estaré disfrutando más que mi visita a la sala de aparatos fitness… Esta frase queda sustituida por la que me apunta mi amiga Mari Suni, mucho más realista: “Hoy no voy al gym, pero mañana sin falta…”.

2.- “Tienes que comer sano”. A ver, como idea no está mal siempre y cuando establezcamos que el redbull, el marisco, los nachos, las patatas fritas, los bombones de Ferrero y la coca-cola de vainilla son alimentos sanos. Yo sólo he cuidado lo que como cuando era pequeña y mi abuela me regaló un pollito al que alimenté con esmero y cariño hasta que se hizo lo suficientemente fuerte y grande como para echarlo al cocido. Así era yo: repelente como la niña del Candy Crush… Lo siento por los puristas pero he llegado a una edad en la que cualquier sacrificio culinario excesivo me parece una herejía: si me gusta, le rindo pleitesía, lo hago mío, lo disfruto y me siento una diosa recreándose en el hedonismo. Admito límites: nada en exceso.

3.- “Sin sufrimiento, no hay resultado”. Perdona, pero dame cien mil euros y el nombre de un buen cirujano plástico y verás resultados sin dolor...

Nos estamos volviendo todos locos (y algunos muy pesados) con esto del deporte. Hace poco leí que existe un Gen de la Aventura que te impulsa a buscar experiencias intensas. Supongo que le quedan dos horas al mundo de la Ciencia para descubrir el Gen del Ejercicio Físico, que te empuja a saltar, correr e ir en bici. Pues yo no lo tengo. Ni uno ni otro. No voy a morir haciendo puenting ni corriendo una maratón. Como mucho, puedo morir corriendo porque me cierran Zara… Y mi hijo Ariel (quien acude desde hace tiempo a un entrenador personal) ha heredado esa característica hasta elevarla a la máxima potencia. De hecho, anoche, encantada como estoy con el instructor que tengo, le propuse que cambiara de gimnasio y que fuera al mío. Su contundente respuesta fue: “Ni hablar”. Obviamente, entendiendo que la costumbre tira, le dije: “¿Y eso, cariño?. Estás muy contento con el entrenador que tienes, ¿no?”. A lo que, mirándome lacónicamente, me contestó: “No, mamá. Me da igual. Pero tu gimnasio está dos calles más lejos y paso de ir hasta allí. No me merece la pena el esfuerzo”. Teniendo en cuenta que va en coche, ¿es o no es el colmo de la indolencia?.

Hugo, sin embargo, no es de nuestra calaña. Se parece más a mi madre, que se rompe un hombro para no perder un punto en el pádel y lo que le duele es que suspendan el partido para llevarla al médico (el deporte es salud. ¡Ja!). Al primogénito le encanta hacer deporte y el tonito perdonavidas va inherente en sus conversaciones al respecto. La semana pasada le dije que había vuelto al gimnasio y que me había sorprendido la falta de orquesta, confeti y fuegos artificiales para el celebrar mi regreso. Así que me apuntó: “Mamá, has hecho acto de presencia en tan pocas ocasiones que nadie se dio cuenta de que te habías ido…. Pobrecilla, tú pensando que eras la hija pródiga y no eras ni estudiante de intercambio en esa familia”.

Pues, amigos míos deportistas, me encanta que saltéis, brinquéis, pedaleéis y corráis. Os animo a ello y os admiro aunque creo que es un poco en plan “¿ves?, si a mí me gustara hacer eso tendría un cuerpo de infarto (pero infarto del bueno, del que parece que le da a los demás cuando sufren el Síndrome de Stendhal)”. Os ruego que no me presionéis con las proteínas, los hidratos y los batidos vitamínicos. No quiero ganar un Ironman. Yo sólo voy al gimnasio para tratar de estar tan buena como mis amigas… En mi defensa diré que también trato de ser tan inteligente como ellas, pero eso es carne de otro Post.