jueves, 26 de septiembre de 2013

Ese señor de negro.

              Siempre he sido afortunada y no en el sentido convencional. Las bondades en mi vida llegan tras un camino extraño y, en numerosas ocasiones, tortuoso, divertido, intenso. Nunca sé dónde me va a llevar pero siempre me encuentro con una meta impredecible y positiva. Ahora , esos avatares fascinantes me han convertido en futbolera. Yo. La de las lentejuelas. La de los tacones imposibles. Soy futbolera. Y he aprendido a serlo de la forma más entrañable y profunda, de la única manera en la que alguien como yo podría convertirse en una aficionada al fútbol, a un equipo concreto. Mi Elche. Mi emoción cuando los veo no ha ido de fuera a dentro. Se ha producido al revés: les he cogido cariño, he entrado en su mundo y luego me ha importado ver el producto de esa mezcla heterogénea de personas, que no se limita a los partidos, es también lo que existe antes y después de cada partido.
              A estas alturas, más de uno sabe que soy el letrado interno del Club (porque externos hay otros, grandes sabios y compañeros inmejorables. Unos caballeros). También es conocido mi despiste, que alcanza cotas de leyenda: no sé quien es quien, confundo a futbolistas con becarios y llegue a preguntar a los diez minutos de empezar un partido si eso era ya el juego o calentaban, unos contra otros, un ratito, como en el pádel... Y, mal que les pese a los que buscan bronca, salí elegida tras una selección (que no digo yo que fuera la mejor, nunca conocí al resto, pero ya anuncié al principio que soy afortunada) y no existe persona alguna en el Elche a quien me uniera una amistad previa. Así que era imparcial. Y con esa imparcialidad creé mis grandes filias y mis pequeñas fobias, que de todo hay.
              Yo viví el ascenso a Primera División desde la satisfacción que me producía ver a personas a las que acababa de conocer pero que empezaba a apreciar muchísimo ser tan felices. Me daba energía observar a los trabajadores del Club vivir la victoria tras haber hecho (ellos, que no yo) jornadas maratonianas y esfuerzos dignos de ser contados por poetas griegos. Fui feliz siendo testigo de la felicidad genuina y sencilla de los aficionados. Y luego, me enamore del Elche. No fue un flechazo. Y por eso ahora lo quiero de corazón, con sus defectos y sus virtudes, porque vi cada pequeño detalle, negativo y positivo, y me cautivó. Su imagen real, no una idealizada por la flechita de Cupidito (ya se sabe lo peligroso que es dejar un arma a un niño sin supervisión, y si es tan cursi como éste, peor).
              Y es desde esa perspectiva peculiar y muy personal desde la que escribo indignada e infinitamente orgullosa. Indignada de que no pase nada, de que en el mundo del fútbol un árbitro sea intocable, de que no hayan medidas para corregir errores de millones de euros. No lo entiendo... Mi familia es más de tenis, y digo mi familia porque yo, más que a Navratilova, me parezco en la pista a Pávlova bailando El Lago de los Cisnes: una pierna por aquí, una mano por allá... (vale, si, en realidad me asemejo más a un pato amigo del cisne que a la bailarina pero es mi versión y lo cuento como quiero). Allí hay más rigor (en el mundo del tenis, no en el estanque de los patos). Y que nadie me diga que es parte del espectáculo porque también lo era, en su momento, que los leones se comieran a pobres guerreros en el Circo Romano y eso acabo fatal. ¿Por qué no hay un mayor control sobre las capacidades de quienes imponen las normas en el terreno de juego?. Hoy no nos merecíamos perder pero, sobre todo, no nos merecíamos el trato. No nos merecíamos la burla. Lo hemos visto todos. Todos. Nosotros y ellos. Menos él. Yo sé y defiendo que la realidad es relativa pero no tanto... Curiosamente, la indignación me ha dado alas para sentirme orgullosa del equipo (apunte: ya sé quien es quien. Más o menos. Bueno, la mitad. Paciencia), de nuestro entrenador, noble donde los haya, de todos mis compañeros que pelean cada detalle y la mayoría (uno o dos se nos escapan) con un humor divertido y, muchas veces, ácido y, también,  de quienes tienen el poder y la obligación de decidir en el Club, porque, aunque las críticas son más sencillas que los halagos, esto no es una ciencia perfecta y siempre habrá alguien descontento pero el solo hecho de decidir y asumir esa responsabilidad los hace valientes y son, me consta, personas cercanas e inteligentes. Y un toque para las conciencias reaccionarias, en general: cada supuesto fallo al que se le hace alaracas viene avalado con miles de aciertos a los que no se le hacen palmas.
              Yo tuve un profesor en la Universidad que nos dijo el primer día: "Todos ustedes tienen mi
respeto.  ¡¡¡Ay de aquel que lo pierda!!!". No ha habido honor en el arbitraje de hoy. Ese señor de negro ha perdido mi respeto, el cual, estoy segura, a él le importa un bledo pero a mí decirlo y escribirlo me deja más a gustito.

lunes, 24 de junio de 2013

Canallas y descafeinados.


            De todos es sabido (por publicaciones en Facebook) que no soy partidaria de esa igualdad de laboratorio por la que aboga la masa. No soy feminista, ni machista, pero prefiero un bombero a una bombera y una esteticista a un esteticista. Todo ello, que conste, desde el mundo de las ideas (porque si se me incendia la casa y me rescata la abuelita de Piolín, no seré yo quien ponga pegas). Hay cosas para las que estamos más preparadas naturalmente nosotras y otras que son más sencillas para ellos. Y el que discuta eso, es un memo. Se confunde lo comparable: por ejemplo, no se es más o menos inteligente por ser chico o chica, la inteligencia es la suma de muchas cosas pero no se encuentra entre ellas el género, es la habilidad para determinadas actividades la que viene definida por ese género. Y se acabó la discusión. A partir de ahí, sentirse ofendida, entre otras cosas, porque se hable en el masculino plural es una soberana estupidez.  Recuerdo una vez que iba a cenar con un chico. Como siempre, yo iba hablando (y, como soy chica, además estaba concentrándome en caminar con salero, pensando en si llevaba las llaves, apuntando mentalmente llamar a una amiga…). Al llegar al restaurante, enfilé con paso decidido hacia la puerta, levanté altivamente la cabeza para hacer una entrada triunfal, sonreí de medio lado a mi acompañante y me estampé de la forma más dolorosa, sonora y ridícula que puede estamparse una persona contra una puerta de cristal… Y yo la había visto, que conste, pero dí por sentado que el muchacho iba a abrírmela… Sí, sí,  lo que casi se abre es mi cabeza… Lo malo es que no es culpa de ellos.

            Somos más chulas que un ocho y, aunque puedan sospechar que no es más que una fachada, ellos se ven en la obligación de aparentar que nos apoyan en esas reivindicaciones y actuar en consecuencia. El temor a insultarnos siendo excesivamente caballerosos ha dado lugar a un “colegueo” que, desde el punto de vista de la amistad, es muy loable pero que, aplicado a tu pareja y/o pretendiente (que hay quien tiene las dos cosas) es muy poco sexy y nada estiloso.

            Los despistamos. Los dejamos perplejos. Y, si no consentimos que nos cuiden (lo necesitemos o no), algunos acaban cuidándose a sí mismos y caen en el extremo. No les permitimos ser hombres y corremos el riesgo de que alguno se nos quede descafeinado. Que tu amorcito sea el que más tarde en arreglarse de los dos, no es normal (salvo que se esté vistiendo de romano para las fiestas locales y siempre y cuando tú no vayas de lagarterana). Que, una vez arreglado, su pelo luzca mejor moldeado que el tuyo, no es normal. Y algo novedoso: que lleve más escote que tú, con un bronceado perfecto y más terso de lo que lo has tenido tú nunca (ni siquiera durante tu adolescencia), no es normal… Lo pobrecillos invierten todo ese primitivo instinto protector en sí mismos porque no encuentran receptoras agradecidas y, claro, en el momento exacto en que el Universo decide que tengas un ataque de femineidad  y necesitas sentirte mimada y protegida, los pillas desentrenados y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que has pasado de leona, que caza y cuida a los cachorros mientras el rey de la selva se queda descansando para no despeinarse (los del National Geographic pueden decir misa: ese el motivo real) a gatita abandonada…. No es egoísmo: es costumbre. Yo aconsejo pedirlo directamente y no tener esperanzas de que se percaten ellos solitos (claro que alguno, aunque se lo digas, puede sospechar que es una trampa para descubrir si realmente te considera objeto de cuidados y se bloquee)…

            Chicas, lo estamos haciendo fatal: por ir de superwoman acabamos nosotras subiendo las bolsas de la compra, montando los muebles de Ikea, lavando el coche,  colgando cuadros… Si fuéramos un poquito más listas, ensayaríamos en el espejo el hacer “ojitos”, el movimiento de pestañas, el suspiro halagador. Si estuviéramos al resultado, sabríamos que da igual lo que piense el pobre peón, no importa que se crea más fuerte, al final, nos habrá ahorrado un esfuerzo innecesario… Nosotras sabemos que somos competentes y, de vez en cuando, para demostrarlo, podemos hacer un alarde de nuestra habilidad, pero el verdadero superpoder está en nuestra gran capacidad de inocente y suave "manipulación", con clase, con elegancia, sin dar pena.

            Nos vamos quedando sin hombres de verdad. Esperamos que sean sensibles y luego les perdemos el respeto cuando se pasan de impresionables. En realidad, basta con que sean comprensivos, es enriquecedor que nos den su visión masculina de las cosas (muchas veces más sencilla y, por ello, tal y como dijo Ockam, probablemente la correcta), no tienen que exagerar en su empatía: si él llora con una peli, puede parecernos tierno; si llora con todas las pelis susceptibles de lagrimitas, es un blando. Siempre… Lois Lane se enamora de Superman, no del panoli de Clark Kent (y eso que el mismo Superman roza la cursilería); en el Fantasma de la Ópera, yo habría elegido al fantasma; prefiero mil veces ser atacada por un vampiro de True Blood que por uno de Crepúsculo (y eso que a éstos últimos puedes usarlos de lamparita de ambiente, a poco que les dé un rayito de sol)… Todas las mujeres han deseado, en algún momento, que su enamorado tenga un arranque prehistórico, una vena canalla: el Príncipe tiene que luchar contra los dragones y rescatar a la Princesa. Estaría feo que la Princesa le diga: “Oye, que si no salgo es porque no quiero. Soy muy capaz de salvarme sola. Y, por favor, una vez que lo haya hecho, no me bajes el puente levadizo, que ya puedo yo….” Eso es lo que dice pero, si es una verdadera Princesa, no es eso lo que quiere… Y peor estaría que el Príncipe le grite al torreón: “ Guapita, que como tengo claro que tú puedes, ya te espero aquí, que no se ensucie mi caballo blanco”… Y los que dudáis, recordad que todos encontramos lógico que Fiona eligiera a Shrek….

 
Página de Facebook: Red Carpet by Cristina Birlanga.

martes, 30 de abril de 2013

By the Face...


Odio los cartelitos con mensaje. Y las frases hechas. Y que me manipulen. Y, últimamente, Facebook es un compendio de todo ello. Horrible. Hace un año, cuando entraba en el “Face” me encontraba con cotilleos interesantes, de cosecha propia. Unos más inteligentes que otros, unos divertidos, otros tristes, alguno muy ingenioso y otros muy cursis. Pero que te decían algo de la persona que los escribía. Ahora, cada vez que entro, me encuentro con cartelitos sobre tres temas básicos: política, autoayuda y amor.

Voy a empezar a denostar el más fácil: la política. Hasta las narices estoy de las generalizaciones, de que la masa permita que se le trate de incapaz con tal de no admitir sus errores. Los mismos que no asumen su parte de negligencia a la hora de firmar hipotecas imposibles sin leerlas (ni escucharlas, que el Notario te las cuenta) me vienen a decir a mí que una anarquía desvaída (léase, con toda la intención, escarches) aporta cualquier cosa positiva a la situación económica nacional. Ja. Más bien entiendo que algún idiota con sueños de grandeza quiere embrutecernos a todos para disimular su propia estupidez. Hay políticos corruptos y políticos que no. Y existen problemas de difícil solución e, incluso (¡¡Oh, sorpresa!!), existen problemas sin solución, pero, antes de tirar al capitán del barco, habrá que estudiar si hay otro más capacitado para el cargo y, sobre todo, si quiere asumirlo. Y tampoco podemos dejarles todo el trabajo a ellos. Si empezamos a asumir nuestros deslices en lugar de dedicarnos exclusivamente a señalar a los sinvergüenzas que se han aprovechado económicamente de su puesto, validando nuestros pequeños delitos por comparación (venga, ¿quién no ha pirateado música, libros?, ¿quién no ha cobrado alguna factura en negro?), empezaríamos a cambiar las cosas desde abajo (los cimientos, ¿recordáis?, lo importante). Y no digo que dejéis de hacer facturas en negro o de bajaros música, lo que digo es que no todo vale y que hay un límite a la rebeldía que pasa por el respeto a la integridad física y moral, y deslegitima el intrusismo feroz en la intimidad de cada personaje público.

Ahora lo que más noqueada me deja: los mensajitos de autoayuda. A ver, chicos, hay gente que se convierte en un peligro si la animas. El “Porque tú lo vales” está muy bien, salvo porque a veces no lo vales. El “Eres único en el mundo, no hay nadie como tú. Eso te hace especial para el Universo.” puede ser hasta una verdad cósmica, pero el que alguien sea único y especial no lo hace bueno… En ocasiones das gracias porque sólo exista una unidad de ese espécimen. No todo lo especial es mejor. Se puede se especialmente ganso, o especialmente insoportable. Lo de “No te rindas. Si el Plan B no funciona hay 27 letras más en el alfabeto”, es muy positivo pero yo desistiría antes de llegar a la “D” de Desastre. ¿Habéis oído hablar del “tonto motivado”?. Hay personas a las que no se debe alentar porque la catástrofe está asegurada. “Tú puedes. Tú puedes”.  Y llega el batacazo. Y mi favorita: “Lo importante, lo que te da la felicidad no es alcanzar la meta, sino el camino que recorres para llegar a ella””. El que ha dicho semejante tontería no me ha visto a mí en el gimnasio: mi meta es ponerme estupendísima (”Cris, tú puedes, tú puedes…”), el camino es hacer deporte. Después de cargar con la bolsa de la ropa para arriba y para abajo, cambiarme en un vestuario lleno de niñas fantásticas, tener que mirarme al espejo mientras salto y brinco, sin garbo ninguno, sudar y ponerme colorada, destrozarme el pelo para el resto del día, soportar que la ducha me ataque, darme cuenta de que acabo con hambre canina, sufrir dolores musculares porque no sé hacer correctamente ningún ejercicio,… después de eso, si alguien me habla de una ONG que realiza operaciones estéticas gratuitas me postulo como beneficiaria y que le den a los olores, los sudores y los esfuerzos. Paso de disfrutar el camino en burro, me voy en vuelo express y ya veré las fotos del paisaje en Nacional Geographic… 

Y por fin llegamos a lo más tierno: los mensajes de amor y desamor. Ufff. Situémonos: partiendo de la base de que las ostentaciones de amor públicas me parecen muy, muy cursis, el hacerlo a través de cartelitos dedicados lo convierte en cursi y poco original, dos pecados graves. ¿Qué tú quieres mucho a Manolo?. Pues le dices: “Manolo, te quiero.”. Ya nos hemos enterado todos y podemos superarlo. Como ese “Manolo, te quiero.”, vaya acompañado de una foto de los osos amorosos, con un arco iris precioso, una rosa sin espinas, una nube de algodón y un lazo a través del cual se puede leer: “Y mi amor será eterno porque nace de los dioses.”, tú, Manolo, los osos y los dioses habéis pasado a la categoría de cursis perniciosos. Eso sin contar que quizás, en un mes, los osos se han convertido en salvajes, los dioses son tipo Hades y Manolo se merece un “Me dejaste pero nunca podrás olvidarme”. Y todos sabremos que te ha dejado... El amor de verdad es bonito, divertido, exultante y, sobre todo, personal. Privado. Íntimo. Subjetivo. Facebook no es el medio para manifestarlo con boato: aunque te parezca imposible, se puede acabar y todos, todos, vamos a ser testigos. Una antigua agregada mía de una red social escribió, dedicándoselo a su pareja: “Si quieres saber cuánto te quiero, cuenta las estrellas del cielo:…”. Al poco tiempo, me la encontré por la calle, le pregunté por su vida (la real, que la del Face me la sabía) y me contó que estaba con un chico pero que, de repente, dejó de llamarla para hacer cosas juntos y que no le atendía el móvil cuando lo telefoneaba para ir a comer o al cine, que únicamente recibía mensajes suyos a altas horas de la madrugada, a los que ella no contestaba porque pensaba que sólo “eran para lo que eran” y que no entendía nada. Intenté ser discreta pero no pude evitar decirle “Nena, ¿no le mandaste a contar estrellas?... Tendrá el horario cambiado…” Por si no lo sabías, no todos tus contactos de las redes sociales son tus amigos. Sé más prudente. Y esa prudencia a la hora de demostrar tu amor la tienes que elevar a la máxima potencia cuando se trate de manifestar tu desamor. Las frasecitas esas del tipo: “Te darás cuenta de cuánto valgo cuando sea tarde”, “Nuestro amor fue tan fugaz, que lo vio una estrella y pidió un deseo” (es que las estrellas dan pa´tó), “Fui lo mejor que te pasó pero no supiste cuidarlo”, “El que no te valora hoy, mañana te extrañará””…. Ay, que risa…. Si te dejan, bonita, da igual que seas fantástica, lo mejor, un espectáculo: te han dejado. No muevas un dedo para escribir NADA sobre él. Al igual que cuando estabas enamoradísima podía cambiar la situación, cuando ésta ya ha variado, puede retornar el cariño y está feo que dejes escritas ciertas cosas. Pero, en cualquier caso, él (o ella) no es malo por no quererte. Es la vida, asúmela. Si estás triste, que sea en privado, con tus personas de confianza, pero no lo publiques y no para que así tu ex se sienta fatal al creer que te da igual la ruptura (porque, desengáñate, si ha roto contigo, no saber de ti es un alivio que le evita problemas de conciencia), sino porque dentro de un tiempo no te reconocerás en esa persona derrotada y podrás tratar de olvidar esa fase, cosa mucho más difícil si has proyectado esa imagen en personas que sólo conocen lo que informas en tu página. No compartas con cualquiera las penas. No es elegante y no es sano. Y, sobre todo, no demonices a quien te quiso y a quien quisiste, debes recordar que no siempre eres la dejada, otras veces abandonaste tú y seguro que, en cada una de aquellas ocasiones, tenías tu justificación, tu versión del tema. Reitero una anécdota de Ariel: estábamos una amiga mía, a quien había abandonado su novio, y yo en casa, tomando un té y charlando sobre ello. Mi hijo estaba sentado cerca de nosotras. Ella dijo en un momento dado: “Decía que me quería, que era la mujer de su vida, Y era mentira. Eso es lo que me duele: que me mintiera”. Ariel, sin despistarse de lo que estaba haciendo, comentó: “Pues no te agobies. A lo mejor, cuando te lo decía, lo pensaba. No te ha mentido, puede que sólo haya cambiado de opinión”…  

Voy a hacer una “especial” mención (¿veis?, un ejemplo donde lo especial no será positivo) a las publicaciones en cadena que empiezan con un “Seguro que estás muy ocupado y no le darás a Me Gusta..”… De verdad que me hace gracias esa manipulación tan pueril… Me contengo para no comentar: “Estoy muy ocupada para darle al Me gusta pero puedo hacer un hueco para darte a ti si te veo”…

No sería justo meter a todos los cartelitos en el mismo saco. Hay algunos muy ingeniosos. Hay chistes buenísimos. Ironías políticas brillantes. Otros que informan estupendamente. Algunos curiosos… Como siempre, no pretendo más que plasmar una caricatura de lo que pienso, sujeta a miles de excepciones y salvedades. Y seguro que todos aquellos que estén disconformes conmigo tendrán razón. Como yo. Me encanta que todo sea relativo…

jueves, 25 de abril de 2013

Veritas Veritatis.




Hay gente que me cae mal, fatal. Porque sí, sin motivo ni razón aparente. Personas buenas y entrañables que, por eso mismo, consiguen que me caigan peor ya que me siento muy culpable por la falta de química. Luego hay otras que detesto sin paliativos, sin sentimiento de culpa, regodeándome en la animadversión: las personas que van con la verdad  por delante… Hablo de aquellos que empiezan las frases jactándose de sinceridad: “Mira, te voy a ser sincero/a…”… Tú y yo sabemos que lo siguiente que nos va a dar es un disgusto. Enorme. Pero, como ha empezado con un grandilocuente  anuncio de veracidad, no nos defendemos… Y acabamos siendo heridos por unos maleducados. Porque eso es en lo que se convierten ciertas verdades cuando se muestran desnudas: en mala educación. Si la verdad es bonita, puede presentarse sin artificios pero las verdades incómodas hay que maquillarlas, suavizarlas y esconderlas si hace falta. Y el que te lanza cruelmente una verdad horrorosa no es un amigo queriendo que abras los ojos, es, en el mejor de lo casos, un morboso que va a regodearse con tu cara de susto…

Eso sí, debemos distinguir esto de los sarcasmos y las maldades que se le dicen a quien no soportas. No soy partidaria de la violencia, ni verbal ni física, pero una buena puya inteligente e irónica es como el aire que escapa de una olla a presión: necesario para no explotar. Recuerdo una vez que una persona a quien no conseguía caerle bien me dijo, tras preguntarle yo porqué me miraba tan fijamente: “Es que soy un perfeccionista. No quiero que los dioses se confundan de víctima, necesito que la muñeca de vudú se parezca lo más posible a ti”… Y que conste que me lo dijo con rabia…. Es malo pero ingenioso y lo prefiero a un bueno simplón… Claro que la respuesta de otro de los comensales de aquella cena a esas palabras fue: “Ahórrate trabajo. Coge una Barbie y quítale tetas…”. Y se supone que ese me apreciaba….

Recordáis aquella frase de “La verdad hay que presentarla en bandeja de plata”. Pues yo añadiría un acompañamiento de pastelitos y sándwiches de pepino con hummus (probadlo, qué rico: no hay nada cómo una nevera en las últimas para crear nuevas combinaciones).

Y, sobre todo, hay que preguntarse si es ineludible que el destinatario de la verdad la conozca. Yo admito que soy de las que prefiere tener toda la información pero también es cierto que, como fiel forofa del optimismo (a veces tropiezo pero lo intento), normalmente trato de sacarle partido, lo cual se  hace más difícil cuanto más cruda me la han presentado. Se puede cambiar el curso de una vida con una verdad malintencionada, por muy real y cierta que sea.

¿Qué necesidad hay de ser desagradables y cobardes?. ¿Por qué hay que vanagloriarse de decir las verdades a la cara cuando, en realidad, estamos escondiéndonos tras una falsa imagen de buena voluntad?.

Conozco gente fea, pero fea de verdad, por dentro y por fuera. Pero no se lo digo. Conozco gente absurda, inculta. Pero no se lo digo. Conozco gente pedante y altanera. Pero no se lo digo. Si puedo, la evito y, si no tengo esa suerte, soporto esos momentos y me doy por perdonados varios pecados, veniales o capitales, dependiendo del tiempo de penitencia que no logre evitar.  ¿Eso hace de mí una hipócrita?. Yo creo que me hace una superviviente ya que estoy convencida de que su idea sobre mí puede ser tan mala como la mía sobre ella, y quien levante la veda va a desencadenar una tormenta perfecta y maloliente.

Cuando alguien me diga: “Lo siento, te lo tengo que decir aunque no te guste. Es que si no te lo digo, reviento.”, voy a contestar: “Me parece bien. Revienta”. ¡¡¡Qué cansinos, por Dios!!!. Ese tipo de gente hay que evitarla. Ese tipo de personas son unos pesimistas. Siempre. Porque el optimista sabe que insuflar  a los demás ánimo facilita a uno mismo la terrible tarea de ver el lado bueno de las cosas.

Yo pienso pasármelo bien en la vida y las penas y problemas que pueda tener vendrán del Destino pero no a través de personas malévolas.

Y si alguno tiene tentaciones de convertirse en un sincero sin escrúpulos, debe recordar que todos tenemos nuestras miserias y algunas de ellas son visibles pero que los demás tienen la clase suficiente para no evidenciarlas, cosa que puede cambiar si vamos por el mundo ofendiendo con nuestros alardes de veracidad.

Cada uno debe tener claro a quién se enfrenta y no dejarse amilanar ni humillar por esos infelices. Tendremos que disfrutar de nuestros fallos y presumir de ellos, porque es lo que nos hace divertidos e interesantes. Una persona sin mácula es previsible y, por ello, un tostón. Hace poco, estaba fardando Hugo de sus virtudes y le preguntó Ariel. “¿Qué pasa?. ¿Te crees el mejor?.”. Hugo le replicó: “No. Pero tengo el toque justo de imperfección para ser perfecto”. Prometo que lo mismo le contesté yo a mi hermana, en una situación similar. Fíjate si lo tengo claro...

miércoles, 2 de enero de 2013

Memoria, coherencia y quejicas: tiempo al tiempo.


Hoy le he dicho a mi hermana que me chive algún tema sobre el que escribir un Blog. Ella me ha respondido: “Sobre lo maravillosa que soy.”. A mi vez, yo le he contestado: “Lleva cuidado…”. ¡¡¡Ea, pues voy a hacerlo!!!.. Bueno, más o menos: voy a hablar de nuestra infancia, hilándolo sutilmente (tan sutil que lo digo por si no os dais cuenta) con las fechas en las que estamos, en cuanto al avance del tiempo y la llegada del Nuevo Año.

Yo soy la hermana mayor, buena, responsable, educada y abnegada. Ella es la hermanastra mala, digo, ella es la hermana pequeña… Por situaros.

 Cuando éramos niñas, había que jugar sin mecanismos complicados. No podías conectarte a Internet y estar en continuo trasiego con tus amigos, así que tu hermano se convertía en tu amigo/enemigo casero. En mi caso, éramos adictas a las Nancys. Yo ya apuntaba maneras y me dedicaba casi exclusivamente a cambiarles de ropa. Las pobres no tenían excesiva vida social. Como mucho, entre tanto cambio de vestuario, les daba tiempo a tomarse una coca-cola con Lucas o un té rápido con Lesley. Cuando no estaba vistiendo a mis muñecas, estaba disfrazándome yo o maquillando una careta de un juego de la Señorita Pepis… ¡¡¡Qué bonito e inocente!!!, pensaréis… Sí, sí… Me río yo de los que acusan a los videojuegos de favorecer las conductas violentas en los niños de hoy en día… Nancy, Lesley, Lucas, Señorita Pepis: eso que suena tan ingenuo provocaba unas peleas entre nosotras cuya onda expansiva habría hecho que Walking Dead se quedase en el capítulo piloto por aniquilación de todos los zombies. Menos mal que, en aquella época, no se llevaba lo de Servicios Sociales pero es que tampoco hacía falta: estaba tu padre (el mío en este caso). No hablaba: nos miraba... oblicuamente. Notabas como subía el tono de su piel a un rojo pasión que te indicaba peligro inminente. Enmudecías (porque una buena pelea requiere una banda sonora, muy sonora y, en los minutos previos a la entrada del adulto en cuestión, habías elevado la voz a cotas que habrían sido la envidia de Pavarotti). Y, durante unos segundos, esperabas que no hubiera escuchado los insultos que os habíais proferido a voz en grito,. Pero los había oído. Alto y claro. (Él y la población ilicitana en un radio de cinco kilómetros). Y, para contrarrestar, te susurraba el castigo, flojito (tipo serpiente de cascabel) y tú lo acatabas… Como ahora. El mismo respeto: la última vez que reñí yo a mis hijos porque discutían, se miraron el uno al otro, y mantuvieron esta conversación, ante mi : “¿Nos está riñendo?.” “Sí. Está mona cuando se enfada, ¿eh?”.”Se le ve más rubia.” “Eso es por el contraste. Está colorada”…Colorada y ojiplática.. Si esa escena la hubiéramos reproducido mi hermana y yo ante mi progenitor, le da una apoplejía…

       Yo no soy de las que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. De hecho, no tengo muy claro si eran tiempos más inocentes o más ignorantes. O si la inocente e ignorante era yo.  Hay cosas que no habría cambiado. El precio del pan, por ejemplo. Y me explico: hoy he ido a comprarlo. Eso en sí ya debería ser noticia porque las labores cotidianas y yo no nos llevamos bien.  Me he agenciado tres panecillos minúsculos. 1.80.- €. Y me he ido tan feliz. Pero mi felicidad es como aquella del extranjero al que le dices: “¡¡¡Vaya cara de empanao que tienes, so guiri!!!”, mientras le sonríes y le das  golpecitos amistosos en el hombro (yo nunca lo he hecho, pero me lo han contado)… Oye, ha sido traducirlo e indignarme: ¡¡¡Trescientas pesetas!!!... Lo de “La espiga de Oro” va a ser verdad… Pero hay otras cosas que han evolucionado hasta hacerse maravillosas: los wonderbra (pura ingeniería), poder comprar por Internet cosas glamourosas y fantásticas con atención personal (Pura suntuosidad. Mi preferida, con diferencia: www.divavanitas.com. Un vicio),  las bebidas energéticas (pura adrenalina), los microondas (pura brevedad), las carreteras (pura comodidad), los móviles (pura comunicación), los zapatos cómodos de tacón imposible (sólo si son de Pura, claro)…

       Y hay mil cosas que se mantienen inalterables: las chuches, las calles del Monopoly, los Peta-Zetas (no sé si incluirlos como chuches, como condimento culinario o como material explosivo), los bolis BIC, las pipas, el chocolate con churros, el Pan Arabo de Trento, la Catedral de Burgos (digo yo)…

       Sentir nostalgia del Pasado es humano, más que nada porque ha sido una época que hemos sufrido, disfrutado y superado y el Presente y el Futuro son incertidumbres que sugieren el miedo a lo desconocido, mezclado, eso sí, con la expectativa de cambios positivos. En cualquier caso, emocionante. Es cierto que yo soy optimista por vocación (que no por naturaleza: que conste que he trabajado mucho la visión alegre de las cosas porque creo firmemente que es cuestión de práctica) pero mis conclusiones están basadas en hechos. Hay crisis, pensaréis más de uno.  Lo sé. Pero también sé que la mayoría de quienes leéis esto tenéis móvil con wifi (y puede que más de uno), y wifi sin móvil, y tablet, y ordenadores, y aire acondicionado, y gas natural, y todas las consolas del mundo, fijas y para llevar... No es lo mismo no llegar a fin de mes sin caprichos que no llegar con gastos de rico. Menos quejas y más coherencia. Y no es coherente ver en el mismo muro de Facebook cartelitos (esos cartelitos me van a dar para otro blog con muchas, muchas aristas)  lamentando la crisis, reivindicando medidas anárquicas, junto con fotos celebrando comidas familiares en el chalet , brindando con cava del bueno (eso lo he visto yo). No es que esta crisis sea peor que otras a lo largo de la Historia, es que somos más blanditos (yo la primera). Esta crisis limpiará costumbres insanas y dejará al descubierto a negligentes con capacidad de mando (o incapacidad de mando, si se prefiere, pero con oportunidad de ejercerlo). Y, a poco que seamos medianamente congruentes, saldremos mejorados. Regodearse en el barro nos ensucia. Hay que salir del charco, ver con perspectiva sus dimensiones y empezar a drenarlo, secarlo y limpiarlo. Empezando por los barrizales propios. Y, si no se sabe cómo, se pregunta al que le va bien (y con “al que le va bien” no me refiero al que tiene medios económicos sino al que se le ve contento, feliz o, simplemente, tranquilo, tenga o no tenga dinero). Y que quede claro que soy consciente de que es mucho más fácil estar contento, feliz o tranquilo con dinero que sin él pero que, si éste falta o no es suficiente, también es posible, manteniendo esa perspectiva imparcial a la que hay que aspirar. Todos a leer “El Arte de la Guerra”, del chino ese (que nooo, que es de Sun Tzu… Es que la rubia que llevo dentro quería manifestarse). Y si no sacamos ningún provecho de esa lectura, al menos, en el tiempo que has invertido en leerlo, no has hecho gasto (¿veis?: actitud positiva)…

       Así que ya sabéis mi opinión: es bonito acordarse con cariño del pasado siempre que eso no te impida disfrutar de las fantásticas cosas que tiene el mundo actual y trata, cuando cuentes batallitas de otros tiempos (aunque sea de antes de ayer), de hacerlo con un toque de anécdota que compense la diferencia que seguro existe entre lo que recuerdas y lo que realmente ocurrió.

       Sin minimizar la crisis, acordaos de que todo es relativo. Os reitero (anteriormente fue por Facebook) lo que me sucedió una vez con mi hijo pequeño: estaba muy preocupada por un problema al que no le veía salida. Ariel estaba junto a mí, ambos sentados en el sofá que hacía “L”, cada uno en un ala, en ángulo de 90º (no se me ocurre otra forma de explicarlo), me hablaba y no le escuchaba. Cuando se dio cuenta de que yo estaba en mi mundo fangoso, me preguntó sobre lo que me ocurría. Le dije que tenía dificultades para encontrar la solución a un dilema. Me miró, se acercó a la mesa que estaba ante nosotros, cogió un folio y dibujó un 8. “¿Qué ves?”, me cuestionó el sabiondo. “(Ésta me la sé, pensé yo). Un ocho”, le contesté. “Pues yo veo un infinito. Es cuestión de cambiar la perspectiva”…

       Estrenamos año, eso es inevitable. Estrenar perspectiva es una opción. Yo creo que la buena, si hemos sido de los quejicas…