jueves, 26 de septiembre de 2013

Ese señor de negro.

              Siempre he sido afortunada y no en el sentido convencional. Las bondades en mi vida llegan tras un camino extraño y, en numerosas ocasiones, tortuoso, divertido, intenso. Nunca sé dónde me va a llevar pero siempre me encuentro con una meta impredecible y positiva. Ahora , esos avatares fascinantes me han convertido en futbolera. Yo. La de las lentejuelas. La de los tacones imposibles. Soy futbolera. Y he aprendido a serlo de la forma más entrañable y profunda, de la única manera en la que alguien como yo podría convertirse en una aficionada al fútbol, a un equipo concreto. Mi Elche. Mi emoción cuando los veo no ha ido de fuera a dentro. Se ha producido al revés: les he cogido cariño, he entrado en su mundo y luego me ha importado ver el producto de esa mezcla heterogénea de personas, que no se limita a los partidos, es también lo que existe antes y después de cada partido.
              A estas alturas, más de uno sabe que soy el letrado interno del Club (porque externos hay otros, grandes sabios y compañeros inmejorables. Unos caballeros). También es conocido mi despiste, que alcanza cotas de leyenda: no sé quien es quien, confundo a futbolistas con becarios y llegue a preguntar a los diez minutos de empezar un partido si eso era ya el juego o calentaban, unos contra otros, un ratito, como en el pádel... Y, mal que les pese a los que buscan bronca, salí elegida tras una selección (que no digo yo que fuera la mejor, nunca conocí al resto, pero ya anuncié al principio que soy afortunada) y no existe persona alguna en el Elche a quien me uniera una amistad previa. Así que era imparcial. Y con esa imparcialidad creé mis grandes filias y mis pequeñas fobias, que de todo hay.
              Yo viví el ascenso a Primera División desde la satisfacción que me producía ver a personas a las que acababa de conocer pero que empezaba a apreciar muchísimo ser tan felices. Me daba energía observar a los trabajadores del Club vivir la victoria tras haber hecho (ellos, que no yo) jornadas maratonianas y esfuerzos dignos de ser contados por poetas griegos. Fui feliz siendo testigo de la felicidad genuina y sencilla de los aficionados. Y luego, me enamore del Elche. No fue un flechazo. Y por eso ahora lo quiero de corazón, con sus defectos y sus virtudes, porque vi cada pequeño detalle, negativo y positivo, y me cautivó. Su imagen real, no una idealizada por la flechita de Cupidito (ya se sabe lo peligroso que es dejar un arma a un niño sin supervisión, y si es tan cursi como éste, peor).
              Y es desde esa perspectiva peculiar y muy personal desde la que escribo indignada e infinitamente orgullosa. Indignada de que no pase nada, de que en el mundo del fútbol un árbitro sea intocable, de que no hayan medidas para corregir errores de millones de euros. No lo entiendo... Mi familia es más de tenis, y digo mi familia porque yo, más que a Navratilova, me parezco en la pista a Pávlova bailando El Lago de los Cisnes: una pierna por aquí, una mano por allá... (vale, si, en realidad me asemejo más a un pato amigo del cisne que a la bailarina pero es mi versión y lo cuento como quiero). Allí hay más rigor (en el mundo del tenis, no en el estanque de los patos). Y que nadie me diga que es parte del espectáculo porque también lo era, en su momento, que los leones se comieran a pobres guerreros en el Circo Romano y eso acabo fatal. ¿Por qué no hay un mayor control sobre las capacidades de quienes imponen las normas en el terreno de juego?. Hoy no nos merecíamos perder pero, sobre todo, no nos merecíamos el trato. No nos merecíamos la burla. Lo hemos visto todos. Todos. Nosotros y ellos. Menos él. Yo sé y defiendo que la realidad es relativa pero no tanto... Curiosamente, la indignación me ha dado alas para sentirme orgullosa del equipo (apunte: ya sé quien es quien. Más o menos. Bueno, la mitad. Paciencia), de nuestro entrenador, noble donde los haya, de todos mis compañeros que pelean cada detalle y la mayoría (uno o dos se nos escapan) con un humor divertido y, muchas veces, ácido y, también,  de quienes tienen el poder y la obligación de decidir en el Club, porque, aunque las críticas son más sencillas que los halagos, esto no es una ciencia perfecta y siempre habrá alguien descontento pero el solo hecho de decidir y asumir esa responsabilidad los hace valientes y son, me consta, personas cercanas e inteligentes. Y un toque para las conciencias reaccionarias, en general: cada supuesto fallo al que se le hace alaracas viene avalado con miles de aciertos a los que no se le hacen palmas.
              Yo tuve un profesor en la Universidad que nos dijo el primer día: "Todos ustedes tienen mi
respeto.  ¡¡¡Ay de aquel que lo pierda!!!". No ha habido honor en el arbitraje de hoy. Ese señor de negro ha perdido mi respeto, el cual, estoy segura, a él le importa un bledo pero a mí decirlo y escribirlo me deja más a gustito.