lunes, 10 de marzo de 2014

Cuarentena a la edad.


Mi hermana pequeña cumple mañana 40 años. ¡¡¡Madre mía, que mayor que soy!!!. Sí. Yo. Porque la edad la noto por referencias. Aunque me veo cada día (y me veo mucho, que no hay espejo que no me refleje, por muy bruja que crean algunos que soy), tengo un don para ignorar lo evidente, así que, salvo sesión de masoquismo estético, no me paro a pensar en mis signos de vejez, los cuales me pasan desapercibidos, por lo que es el mundo quien se arroga la misión de hacerme enfrentar los estragos de la edad y, el muy canalla, lo hace disfrutando y de formas muy enrevesadas…. A mí, esas formas, me han pillado desprevenida y me han dejado estupefacta y es mi labor prevenir a Begoña.

Que cuando cumples 40 años el cuerpo suma toda la gravedad que en tu primera juventud habías ahorrado dando saltos, brincos, botes y respingos porque sí, por diversión, es de todos sabido pero, no te confíes en que el tema se queda ahí (ni el tema ni tus carnes se queda ahí): eso es sólo la antesala a un infierno desconocido.

Por lo pronto, empiezas a vestirte por los pies y eso no significa que haya entrado el sentido común, por fin, en tu cabecita de cuarentona, no, es literal: piensas primero qué zapatos podrás aguantar todo el día y, a partir de ahí, eliges el resto para que acompañe. Siempre te has teñido el pelo regularmente porque la raíz te nacía más oscura, pero ahora lo haces porque te nace blanca (y la Naturaleza no ha tenido la deferencia de premiarte algún año con un término medio). Las vitaminas ya no te las tomas para soportar el fin de semana de fiesta sin dormir apenas (bendito y añorado Katovit), ahora las necesitas para resistir la semana completa (y sin fiestas). Y, no sé a vosotras pero, a esta edad, cuando veo una típica peli americana de chico-conoce-chica, a mí el que me gusta es el padre del prota… Calculas la edad que tenías tú cuando tu madre tenía la tuya actual, recuerdas lo que pensabas de ella y te dedicas al estudio pormenorizado de técnicas de rejuvenecimiento mientras te sorprendes preguntándote cómo pudo abandonar Sonia Ferrer, por Escassi (¿es que no le daba una pista el apellido?), a todo un italiano ¡¡¡¡cirujano plástico, por Dios!!!!. ¿Tú sabes la seguridad que te da eso en casa?. La tranquilidad para tu alma superficial….

Y las conversaciones con tus hijos (sirven sobrinos y demás menores) son campo minado de stress y tensiones. Hace poco le dije a Ariel, cuando se preparaba para ir al colegio, que no se olvidara la cartera (¡¡¡Y los donuts!!!, estáis pensando los de mi quinta). Me miró desconcertado y me preguntó “¿La cartera?”. A lo que Hugo, le contestó: “Ari, así es como los antiguos llamaban a la mochila”… Ese mismo villano, me consejó inocentemente, mientras veíamos la tele, durante los anuncios: “Mamá, cómprate esa crema. Te pareces al `antes´…”.  Y eso sin contar las veces que, siendo muy pequeños, me han dicho cosas como. “Mamá, ¿tú cuántos años tienes?. ¿Ochenta?.”. “¿En tu época había luz eléctrica?”. “¿Viste algún mamut de pequeña?”. Pero, en aquel entonces, no tenías cuarenta años. Ahora duele.

He dejado un punto que me atormenta para el final. La prueba definitiva de que eres mayor. Haced cábalas. No es que un mañaco (para los de fuera de la Comunidad Valenciana, mañaco=niño pequeño un pelín malcriado. Puede ser o no maniaco, pero con las mismas probabilidades que ser o no aficionado a tocar la balalaika) te ataque en plena calle con un arma letal: “¿Lleva hora, SEÑORA?”, que tú te debates entre retarle a duelo por faltarte a tu honor o rogarle que confiese que es adicto a la poesía y ha querido hacer un verso corto con rima consonante. Tampoco que un jovenzuelo de treinta años te ceda el sitio en el autobús (mira que hay muchachos maleducados). No. La prueba concluyente es cuando pasas de ser mona/guapa/bellezón (que de todo hay y estoy hablando en general) a “tener clase”. ¿¿¿Clase????. A ver, olvídate: esa mirada felina, miopía; ese andar sereno, dolores articulares en el pie; esa forma de responder pausadamente: sordera, tienes que procesar lo que crees que ha dicho el otro… Que sí, que sí, que hay gente de nuestra edad con mucha elegancia (todos mis amigos y los que me leen, por supuesto) pero si toda la vida te han dedicado piropos más bien físicos y ahora enaltecen tu porte, sin desmerecer el halago, estás mayor. Pero no pasa nada, todo tiene su público y, ya hayas llegado a ese punto de garbo por tus dotes naturales o por disimular síntomas de malestar general, jugar a ser distinguida y gentil es muy, muy divertido y desconcierta más que la pura belleza.  Oscar Wilde decía que ”la belleza que sorprende rara vez coincide con la que enamora” y yo creo que ésta última es el resultado de añadirle un poco del estilo que da la edad. Es un encanto mucho menos comprensible y, por ello, más fascinante.

Así que, Bego, ¡¡¡mil felicidades!!!!. Disfruta la suerte de estar en la élite de la edad adulta, descontrola de vez en cuando con la seguridad de que sabes lo que quieres (necesito que sigas siendo la hermana sensata), eres guapa, ahora tienes más clase, no lleves reloj, no subas en bus…

P.D. Esto es lo más cerca que vas a estar nunca de que te diga que te quiero.

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