“¿Tú
tienes hobbies?”, me preguntó un chico hace poco. “No, yo soy más de elfos”, le
contesté… Confieso que recurrí a la gansada porque nunca sé que contestar a esa
pregunta. Las musas no se han acordado
de mí. O a mí me parecieron un grupito de mujeres muy monas y bien vestidas y
decidí evitar la comparación haciendo cola para entrar en la fiesta de Baco. No
tengo recuerdos nítidos de aquella época (señal de que me dejaron entrar en la
fiesta de Baco). Os lo voy a probar, con tres ejemplos.
Euterpe,
musa de la música. Directamente, no sé cantar: cuando eran pequeños,
mis hijos me decían: “Por favor, mamá, no nos cantes una nana. Te prometemos
que nos dormimos.”. Me lo decían con terror. Aprendieron a hablar a los pocos
días de nacer, hasta ahí llegaba su necesidad de hacerme comprender la tortura
involuntaria a la que les sometía. Lo malo es que debería haberlo sabido sin
necesidad de llegar a esos extremos: ya en el colegio era la única niña exenta
de música (no de gimnasia, que era lo habitual en las exenciones maravillosas).
La razón de mi salvoconducto fue un examen de flauta. Teníamos que tocar Noche
de Paz. Yo no la toqué, yo la soplé: tarareaba la canción insuflando aire a la
flauta, con lo que el instrumentito pitaba y la melodía la creaba yo canturreando.
Al terminar, más feliz que unas castañuelas (las cuales tampoco sé tocar),
levanté la cabeza, orgullosa de mi versión New Age del villancico en cuestión.
En lugar de aplausos (que yo seguía esperando cuando se les pasara a mis
compañeras el estupor de la admiración), me llegó la voz de la profesora que
sentenció: “Cristina, tienes un aprobado general para el resto del curso. No
aguanto una recuperación contigo”….
Terpsícore,
musa de la danza. ¡¡¡Ay, con lo que me gusta a mí disfrazarme y dar
saltitos!!!. Mi madre, que vio que tenía una hija poca cosa, clarita y
presumida, decidió llevarme a ballet. Iba tres días a la semana y dedicábamos
todo el año a preparar la función final. Todas me tenían envidia porque yo
siempre hacía los solos, siempre, siempre. Se me veía radiante: con mi tutú,
mis lentejuelas, mi maquillaje con purpurina, mis plumas de colores… Os aseguro que recuerdo pensar, en el
escenario, que quedaría fenomenal una reverencia a mi público, en ese momento,
en mitad del baile, extendiendo mi vaporosa falda, para que se mostrara en todo
su esplendor, y hacerla… Y la gente me aplaudía, que conste. Después de cada
actuación tenía el ego por las nubes, así que, en una de esas, mi madre, a
quien nunca acusarán de ser una sentimental, me dijo: “A ver, Cris, que lo haces
fatal. La profesora te deja los solos para ti porque me ha dicho que eres
incapaz de seguirle el ritmo a nadie y que le estropeas los cuadros si sales
con las demás niñas…”. Ahí terminó una prometedora carrera, digan lo que digan.
Erato,
musa de la poesía amorosa. Hubo un tiempo en que escribí poesía pero nunca
amorosa. Nunca consigo evitar un poco de vergüenza ajena cuando leo poesía
amorosa, salvo que el autor se haya muerto hace tiempo, porque como la
vergüenza es ajena y él ya no puede sentirla, nos evitamos ese mal trago los
dos. No consigo dejar de ver un toque cursi que me molesta. Es tan fina la línea que separa lo pasteloso
de lo bonito… Supongo que podría escribirla pero no sentirla, con lo cual no es
la musa la que me está inspirando. Probemos:
Anoche no estabas a mi lado,
la luna no me supo dar razón,
Tenías el móvil apagado…
¿Dónde estabas, so pendón?
¿Con la rubia casquivana
O la morena fogosa?...
Te diré que en la mañana
ambas dos son horrorosas.
Pero a este dolor que no cesa
ponerle fin yo busco:
voy a agenciarme otra presa
con más dones y mejor gusto.
Como que no,
¿verdad?...
¿Entendéis ahora por qué no sé que
contestar a la pregunta sobre mis aficiones?. ¿Qué digo?. ¿Qué me gusta leer y
viajar?. Pues claro, pero entonces indagan más profundamente y se evidencia mi
naturaleza caótica.
Mi
interlocutor:“¿Ah, sí?. ¿Y qué te gusta leer?”…
Yo (lo puesto
entre paréntesis es lo que expresa su cara que está pensando conforme le aclaro
su cuestión): “Pues me gustan las novelas de miedo y las historias sobrenaturales (gótica y/o
crédula), las de risa y de chicas (superficial), las biografías (pedante), los comics (friki)… Casi todo, en realidad
(dispersa)… Eso sí, no soporto los libros de autoayuda”.
Mi interlocutor:
“ (Ea, bonita, pues precisamente eso es lo que estaba pensado que te hace
falta). Bueno, me alegro de haberte conocido. Mis amigos me llaman. He de irme.
Ya”…
¿Por qué hay preguntas tan simples,
de respuestas tan comprometidas?. Tú puedes tener una sana afición a
coleccionar, qué sé yo, dedales de costura, por ejemplo, pero, si lo dices en
voz alta, suena estúpido incluso a ti mismo (yo colecciono ranas, que tiene
mucho más sentido, por supuesto). No te engañes, el que te pregunta por tus hobbies
te va a juzgar, consciente o inconscientemente. Da igual de qué se trate. Si tu
afinidad es por la música, te preguntarán qué tipo de música te apasiona.
Cuidado. Mucho cuidado. Eso es casi peor que confesar tu tipo de lectura. La
música crea fieles cual religión y de todos es sabido que un devoto de
Springsteen (equivalente a una religión tipo la católica, judia, ese estilo) no
es compatible con un devoto de Justin Bieber (eso tira más bien a la Cienciología ). Uno de
los dos ha de convertirse para que esa relación llegue a buen puerto, sea el
tipo de relación que sea, incluso vecinal (casi con más motivo, que a ellos los
escuchas en casa). Un consejo: ante la duda, dí que te gusta la música de los
ochenta. Eso fue un batiburrillo de anarquía musical, equivalente al budismo,
que nadie sabe muy bien de qué va (tantas variantes, verdades verdaderas, diferentes
formas de rendir culto) salvo que lo hayas vivido desde dentro, pero que a todo
el mundo le cae bien porque la impresión que da es la de “yo a mi rollo y tú al
tuyo”…Si no, ¿cómo se explica que compartiesen Lista de Éxitos Los Pecos e
Inhumanos?…
De momento, yo soslayé el
interrogatorio. Me salvé por los pelos (y por un mojito que decidí que necesitaba
urgentemente en ese instante), pero el peligro acecha. Antes de convertiros
vosotros en los inquisidores con preguntas tan aparentemente inocentes, pensad
en las consecuencias de los distintos tipos de respuesta, y haced otras menos
íntimas, cómo la marca de ropa interior, por ejemplo. Dará más juego. Si
cuestionas directamente a alguien sobre sus hobbies, vas a perderte la
oportunidad de desvelar el misterio por métodos más sutiles… Tienes que ir
conociendo poco a poco a una persona para apreciar en su justa medida su
afición por coleccionar trocitos de cables de alta tensión despeluchados que
guarda en una urna transparente que sólo puede ser vista desde la cama de su
dormitorio… ¿Cogéis la idea?....