viernes, 8 de agosto de 2014

Zarandeando certezas.


         Anoche, ante un plato exquisito de zamburiñas, a mi mente dispersa le dio por manifestarse y no pude evitar pensar “Esto es lo más cerca que yo voy a estar jamás de hacer el Camino de Santiago”…. Y, acto seguido, mi personalidad paralela me susurró aquello de “Sí, sí, bonita. ¿Cuántas veces has tenido que comerte tus palabras después de decir  de esta agua no beberé?”

         Hace poco, parafraseando una de esas citas que pululan por internet, me dijo mi hijo mayor, cuando le pregunté si se me notaban los kilos de más: “Mamá, el cuerpo está compuesto por un 90% de agua. Más que gorda, estás inundada”… Ya sabéis de donde viene ese sobrepeso: de toda el agua que prometí no catar. Y últimamente me he dado un atracón. Juré y perjuré que nunca subiría en un autobús urbano. Cuarenta años pensando que era una experiencia que prefería no tener y de repente, me quedo sin coche, sin taxi disponible, sin tiempo para esperar y veo un rectángulo verde que promete llevarme donde debo estar. Allá va Cristina, a las cuatro de la tarde, con sus lentejuelas (pocas, que era de día, pero existentes), sus tacones, sus collares XXL, su bolso rojo y su melena al viento (figuradamente, que no corría una triste brisa), subiéndose a un autobús. He de decir que lo único que me disgustó del viaje fue el hecho de que no hubiese un mal paparazzi que captase el momento histórico. Bueno, eso y un señor que, al notar que casi me caigo en una curva (y eso que iba sentada) me dijo, muy ufano él: “Señora, no es usted carne de autobús”. Con mi cara más digna, le respondí “No, señor, no. Mis amigas me dicen que soy más bien carne de telediario. Así que cuidadito conmigo”... Lo tenía merecido. Por llamarme “señora”.

         Pero es que los desconciertos existenciales sobre mis propios gustos no han quedado ahí: desde que tuve edad para ello, nunca he salido sin maquillar de casa. Afortunadamente, había tenido mi careta de la Señorita Pepis para practicar y se me daba de maravilla, así que creo que no parecía un payaso (por eso, al menos). Este año he roto la regla. Un poco. No del todo. Para días y planes muy sport y contados. Media mañana aguanté, en realidad…. De esto sí existe documento gráfico porque tuve que probárselo a mi hermana. La culpa es de Nuria Montes y su blog, en concreto éste, en su “Puesto nº 1”: http://lascarries.wordpress.com/2014/06/05/la-alquimista/. Además, me he apuntado a un gimnasio contraviniendo todas mis ideas al respecto. He descubierto que el estar inscrita no adelgaza ni te pone en forma, que también he de ir. Puede que lo haga. El día menos pensado. Tienen piscinita y sauna. Cuando inauguren la peluquería voy fijo.

         Partiendo de la base de que yo creo que el verano fue una broma pesada que se le ocurrió a Dios en un día tonto pero que, como alguien le rió la Gracia (la famosa "Gracia de Dios"), cual niño pequeño, Él la repite todos los años (seguro que la playita y todo eso está fenomenal pero no son necesarios 40 grados), he de confesar que el estío me agota, me pone de mal humor, me ralentiza y me dilata (un 5% del 10% que no es agua en mi cuerpo es pura dilatación, no gramos extras), así que esos pequeños cambios de opinión suponen una refrescante sorpresa que me revelan un misterio sobre mí misma y me hacen sonreír, sacuden mi perspectiva y me sacan de la rutina por el simple hecho de dejar de ser yo durante un segundo, sumar una experiencia que me habría sido ajena de mantener mis convicciones y conseguir convertirme en un yo más amplio (espiritualmente, me refiero, que el temita del peso está siendo recurrente en este post, sin venir a cuento porque estoy la mar de estupenda).

         He entrado en racha. Voy a cambiar todos mis "Jamás beberé de esta agua" por un "¡¡¡Madre mía, lo que me estaba perdiendo!!!" o  un "¡¡¡Pues no está tan mal!!!", según el grado de satisfacción. A malas, podré decir, con conocimiento de causa "Jamás volveré a beber de esta agua".  En el camino me voy a divertir y me voy a descubrir. También me voy a caer, figurada y literalmente, que recuerdo yo, cuando salieron los zapatos de cuñas tremendas, que afirmé rotundamente: "¡¡¡Never de never (políglota que es una) me voy a poner yo unos zapatos así, que hacen pie de coja!!!" Ahora, la que va a terminar coja soy yo de los tortazos y derrumbes que sufro por las alturas que alcanzo con mis fashion-cuñas...

         Una vez le dije a Ariel que probara las ostras. Me contestó: "Nunca las probaré. Me da angustia verlas". En mi papel de madre emprendedora, le animé: "Venga, cariño, sólo una. ¿Qué puedes perder?". Él me miró con ironía y me respondió: "¿Bilis?"... ¿Que por qué cuento esto que destroza mi anterior entusiasmo?. Pues para que sepáis que soy consciente de que hay límites: de ningún modo me pondré bermudas; jamás comeré Marzu de Casu; nunca anunciaré el final de un asalto en un ring de boxeo con un biquini rojo lleno de cuentas de cristal; en mi vida veré la saga de Saw... ¿O sí?...
 

        

        

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