Tengo un nudo en el estómago y
sospecho que me lo ha hecho Popeye: marinero y fuerte, fuerte. Una es nerviosa
y, cuando tiene acumulación de estrés en un punto concreto del abdomen, el mal humor
se expande y al pobre incauto que me dice: “¡Buenos días!”, le contesta la
posesa con un “¡¡¡Por qué tú lo digas!!!”… Afortunadamente, sólo me salen
gruñidos y, como no se me entiende, he quedado como mema antes que como
maleducada, lo cual es mucho mejor, no lo dudéis.
Mi Legión de Demonios y mi Legión de
Ángeles están en actividad máxima, decidiendo si me sumerjo en la nube negra o
utilizo mis superpoderes para despejar el día. He de aclarar que yo no cuento,
como todo el mundo cree, con un diablillo en el hombro izquierdo y con un querubín en el hombro derecho. No. Yo
cuento con un número ingente de cada bando, discuten entre ellos, con los otros,
conmigo y con mi masajista, que se empeña en decir que me duele la espalda por
la postura y la presión… Sí, sí, pero por la presión de tantas almas inmortales
sobre mi pobre y esbelto (creo que es lo único que me queda esbelto) cuello. Y,
aunque parezca una decisión fácil, no lo es porque, a ver, ¿por qué narices no
puedo yo estar de un humor horrible un día cualquiera?. Vale, soy más feliz
cuando estoy contenta (frase muy pensada, como veis) pero la mala baba también tiene
sus ventajas. Hay algunas de esas utilidades ya referenciadas por un señor
australiano, aunque el estudio parece alusivo a personas con un mal humor medio
y constante (cosa que no recomiendo jamás aunque ello te convierta en la
persona con más beneficios del Universo conocido), así que os dejo el enlace y
no reitero, que me cuesta mucho hacer chiste de los parabienes del "mal rollito" y,
puestos a ser didácticos, demos el honor al pobre hombre que se lo ha
trabajado: http://www.abc.es/20091104/ciencia-tecnologia-biologia-neurociencia/humor-sintoma-rapidez-mental-200911041900.html.
Hablo del mal humor como estado transitorio,
no de la bordería ni de la depresión ni de la falta de respeto. Hablo de un día
en el que te levantas con una visión molesta del mundo, pero del resto del mundo.
Tú te gustas. Son los demás los que fastidian. Un día de esos en que miras con
sospecha, adquiriendo un toque asiático al entornar los ojos que te hace más
exótico. Un día en el que entras en las rotondas buscando guerra, que, como a
la primera estén todos los conductores respetando las normas de circulación,
das dos o tres vueltas más hasta que encuentres al despistado al que puedas
pitarle y desahogarte lleno de razones.
Yo, además, sufro una reacción
química que elimina cualquier filtro civilizado que pueda tener. He ido a una
entidad bancaria a presentar mi declaración de la Renta y, que conste, no ha
sido la perspectiva de ello la causa de mi ánimo tormentoso, primero, porque me
devuelven y segundo, porque le paso el marrón de su confección a mi cuñado y yo
me dedico a otros menesteres menos tediosos (¡¡¡Gracias, Orlando!!!). Nada
más sentarme ante la señorita encargada de sellármela, me ha dicho indignada.
“Es el último día de plazo. ¿Por qué lo presenta hoy?”. Le he contestado con mi
mejor sonrisa (envenenada): “Pues porque no puedo hacerlo mañana…”. Para rematar, a los cinco
minutos de salir del Banco, ha sonado mi móvil. Un número de Madrid. Ello significas (salvo que
vivas en Madrid o tengas conocidos de la mencionada Comunidad tan especiales
que aún utilizan el teléfono fijo para algo más que ser el soporte necesario y
obligado del ADSL en casa) que te quieren pedir o vender. Normalmente, no
atiendo esas llamadas pero hoy es la excepción: en un día turbulento que te
telefoneen esas empresas siniestras es un regalo ideal, un desahogo.
Efectivamente, una señorita muy amable (que la pobre bastante mérito tiene: no
me extrañaría que deba ocultar a su familia a qué se dedica) me ha
ofrecido que me pase a otra compañía proveedora de telefonía. Ha preguntado por
mí. Sabiendo lo que venía detrás, le he dicho que era su (mi) hermana. La
conversación ha sido la siguiente (lo prometo por lo más sagrado):
Ella: ¿Está usted autorizada a
contratar en nombre de su hermana?.
Yo: No, lo siento, mi hermana y yo
no nos hablamos.
Ella: ¡Pero lleva usted su móvil!.
Yo: Bueno, es que no nos hablamos
porque la pobre está en coma…
Ella: Lamento oír eso. ¿Es muy
grave?.
Yo (con mi voz más suave): Noooo,
mujer, no. Sólo es un coma. Grave es el punto y final.
Ella: Me alegro. Entonces volveré a intentarlo
en unos días, si le parece bien.
Yo: Estupendo. No se preocupe que,
en cuanto la despierten, se lo digo.
Ella: Gracias por atenderme. Tenga
un buen día.
Yo: Igualmente, ha sido un placer
haber hablado la una con la otra, aunque no haya sido de lo mismo…
Lo malo de todo esto es que lo absurdo
de las situaciones que crea mi mal humor es la medicina contra el mismo y se me
ha pasado poco a poco, así que he dejado sin argumentos a cuanta criatura
celestial e infernal habita sobre mí y me he ido más feliz que un ocho a casa.
Al llegar y encontrarme a Ariel un poco cascarrabias (se ve que estaba en
el ambiente hogareño), le he contado lo del análisis académico
sobre las prerrogativas del mal humor y le he dicho que lo disfrute un ratito.
Me ha mirado como miran las vacas al tren y me ha informado: “Mamá, no estoy de
mal humor, estoy más bien de un humor negro”. Yo le he respondido, de pasada:
“Pues eso no tiene ventajas, así que cambia el ánimo”. Sin mover un músculo, me
ha discutido: “¡¡¡Claro, que tiene ventajas!!!”. Sorprendida, lo he retado:
“Dime una, listo”… Con media sonrisa, me ha comunicado: “Es mi humor de fondo
de armario: el negro siempre es elegante”… Ahora mis mensajeros divinos y mis
representantes satánicos están discutiendo sobre las bondades de volver a mi
inicial hosquedad o, directamente, volverse ellos a su Origen y pedir el
traslado…
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