martes, 7 de agosto de 2012

Mi versión de un consejo.


Esta mañana me he encontrado a una amiga, está pasando un mal momento sentimental y me ha pedido consejo. A mí. Ay, pobre… Yo no puedo dar consejos sentimentales, soy un desastre, pero le puedo comentar un par de mis relaciones y quasi-relaciones que seguro que la consuelan, por comparación…

A ver, a mí me pasan cosas, desde siempre, desde jovencita… Mi amiga del alma (nombre cursi pero divertido porque ninguna de las dos es muy sentimental) siempre me ha dicho que un día seré noticia. El problema es que ella me ve más bien como carne de Telediario y no de “Cosas de Hollywood”.

 A grosso modo, recuerdo un San Valentín, cuando aún vivía con mis padres, en el que recibí siete regalos de siete chicos diferentes. Un disgusto en casa. Yo encantada. Mi madre piensa desde entonces que soy un pendón. Lo que nunca le he dicho es que creo que se acumularon todos el mismo año y luego han sido esporádicos o directamente inexistentes. Alguno de esos regalos aún los conservo, el resto me los comí.  A ver, no me malinterpretéis, que yo paso de San Valentín. Literalmente: paso de San Valentín, del santo en cuestión, del señor que murió achicharrado por empeñarse en casar a los amantes (que digo yo que Dios habría entendido la dificultad y tampoco hubiera pasado nada) pero de los regalos, las tarjetas y los detalles, no. Que me encantan. Cualquier día. (Yo también tengo detalles, que conste)… A lo largo de mi adolescencia y primera juventud (ahora voy por la segunda adolescencia, lo que fastidia mucho a mi hijo mayor ya que ha venido a coincidir con la suya primera, por lo que tenemos que hacer malabarismos con los horarios para poder salir los dos. Sospecho que mi hijo también piensa que soy un pendón.) he tenido varias serenatas (cuatro que recuerde), viajes sorpresa, telegramas contándome chistes para hacerme sonreir, mensajeros que me traían huevos kinder enviados por quien me rondaba, poemas, dramas, risas… Y eso que yo era tan tímida (y lo soy), que resultaba un pelín borde. ¿Por qué?. Pues porque cuando estoy nerviosa o me siento violenta, no filtro. Digo exactamente lo que pasa por mi cabeza (así me va). Recuerdo una vez que, tras mucho insistir, accedí a ir a cenar a Altea con un amigo. Yo estaba en los últimos años de carrera. Él era profesor recién titulado en una de las facultades de ciencias y, a la sazón, además de amigo, se había ofrecido a darme clases de squash, por lo que nos veíamos a menudo… Tú avisas, pero no te creen. Les dices que no hay ni habrá nada entre vosotros y creen que te pueden convencer. Así que ahí me tienes, en el summum del romanticismo de la Costa Mediterránea, en un restaurante con velas (yo feliz, que me favorecen mucho), tratando de no pedir un plato demasiado caro porque sabía que la inversión le iba a salir rana al muchacho. Conversación fantástica (una no puede evitar ser encantadora), coqueteo (una no puede evitar ser vanidosa), risas (una no puede evitar ser graciosa). Él, que confunde un pliegue de acero con una grieta en la armadura y propone ir a un lugar, por las vistas, dice. Ella (yo) que le propone mejor una copita en un sitio con mucha gente. Él que insiste. Ella que se empecina en que necesita escuchar música. Él que se pone a cantarle en medio del restaurante. A grito pelado. “Por debajo de la mesa”. El muy cretino. Ella que, de pronto, tiene unas ganas locas de ver las dichosas vistas, rogando para que el sitio sea muy elevado e imaginando dolorosos y efectivos modos de lanzar al aprendiz de ruiseñor… Salen y, en un mirador, observan el pueblo, con sus pequeñas luces, a sus pies, la negra noche llena de estrellas, los grillos haciendo lo que sea que hacen los grillos, el aroma del jazmín…

Él que la mira… Le sonríe… Se acerca… Inspira hondo.

Ella, que es miope… Lo intuye… Lo ve venir… Deja de respirar.

Él: “¿No es preciosa la vista?”.

Ella: “Preciosa.”.

ÉL: ¿No te gustan los grillos?.”

Ella: Son unos bichos asquerosos. Cucarachas con banda sonora.

ÉL. ¿Y el aroma a jazmín?”.

Ella. “Eso sí me gusta”.

Él (envalentonado): “¿No te hierve la sangre con esta luna tan inmensa?”.

Ella: “Eso va ser colesterol.”…

….

Duelo de miradas.

….

Él: “Cris, no es eso.”…

Ella: “¿Indigestión?”.

Él: “¡¡¡No!!!.”.

Ella: “¿Alergia?”.

Él: “No, Cristina, no… ¡¡¡La Luna, es la Luna!!!”.

Ella: “¡¡¡Licantropía, entonces!!!”…



Ni que decir tiene que no hubo copa, ni música y que sigo sin saber jugar al squash pero hay que sacar dos conclusiones de esta historia, las dos se las ha de aplicar mi amiga:

1ª.- Chicas del siglo XXI (es que lo anterior sucedió en otro siglo): cuando un chico os diga que no quiere nada serio, creedlo. Cuando os diga que no os quiere, creedlo (si, a veces, cuando os dicen que os quieren, no lo hacen, imaginad cuando lo niegan). Nos vamos a ahorrar disgustos, pañuelos de papel y varias intoxicaciones etílicas. Esto último es muy importante porque puedes acabar, en medio del vaho alcohólico, dándole tu teléfono a quien no debes y, cuando te des cuenta y le digas que no te interesa, no te va a creer, va a insistir y volvemos a empezar (iba a poner: “y nos mordemos la cola”, pero hay mucho mal pensado suelto)…

2º.- Nunca vayas a cenar con tu profesor de squash (léase pádel, tenis). El mundo podría perderse a una gran campeona por una decisión amable... De este segundo punto he de confesar que yo ya no tengo la presión: a finales de mi primera juventud, entrando ya en las dos horas de madurez que me tocaban, decidí dedicar mi vida al glamour, así que, hasta que Pura López no diseñe zapatillas de deporte y convierta el ejercicio en algo muy, muy estiloso, no pienso dedicarme profesionalmente a ganar medallas…


1 comentario:

  1. Me encanta, Fantastica!!! como siempre. si ya lo decia yo, el próximo best seller, esta en Elche y al caer.

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