Anoche,
ante un plato exquisito de zamburiñas, a mi mente dispersa le dio por
manifestarse y no pude evitar pensar “Esto es lo más cerca que yo voy a estar
jamás de hacer el Camino de Santiago”…. Y, acto seguido, mi personalidad paralela
me susurró aquello de “Sí, sí, bonita. ¿Cuántas veces has tenido que comerte
tus palabras después de decir de esta agua no beberé?”…
Hace poco, parafraseando una de esas
citas que pululan por internet, me dijo mi hijo mayor, cuando le pregunté si se
me notaban los kilos de más: “Mamá, el cuerpo está compuesto por un 90% de
agua. Más que gorda, estás inundada”… Ya sabéis de donde viene ese sobrepeso:
de toda el agua que prometí no catar. Y últimamente me he dado un atracón. Juré
y perjuré que nunca subiría en un autobús urbano. Cuarenta años pensando que
era una experiencia que prefería no tener y de repente, me quedo sin coche, sin
taxi disponible, sin tiempo para esperar y veo un rectángulo verde que promete
llevarme donde debo estar. Allá va Cristina, a las cuatro de la tarde, con sus
lentejuelas (pocas, que era de día, pero existentes), sus tacones, sus collares
XXL, su bolso rojo y su melena al viento (figuradamente, que no corría una
triste brisa), subiéndose a un autobús. He de decir que lo único que me
disgustó del viaje fue el hecho de que no hubiese un mal paparazzi que captase
el momento histórico. Bueno, eso y un señor que, al notar que casi me caigo en
una curva (y eso que iba sentada) me dijo, muy ufano él: “Señora, no es usted
carne de autobús”. Con mi cara más digna, le respondí “No, señor, no. Mis
amigas me dicen que soy más bien carne de telediario. Así que cuidadito
conmigo”... Lo tenía merecido. Por llamarme “señora”.
Pero es que los desconciertos existenciales
sobre mis propios gustos no han quedado ahí: desde que tuve edad para ello,
nunca he salido sin maquillar de casa. Afortunadamente, había tenido mi careta
de la Señorita Pepis para practicar y se me daba de maravilla, así que creo que
no parecía un payaso (por eso, al menos). Este año he roto la regla. Un poco.
No del todo. Para días y planes muy sport y contados. Media mañana aguanté, en
realidad…. De esto sí existe documento gráfico porque tuve que probárselo a mi hermana. La
culpa es de Nuria Montes y su blog, en concreto éste, en su “Puesto nº 1”: http://lascarries.wordpress.com/2014/06/05/la-alquimista/. Además, me he apuntado a un
gimnasio contraviniendo todas mis ideas al respecto. He descubierto que
el estar inscrita no adelgaza ni te pone en forma, que también he de ir. Puede
que lo haga. El día menos pensado. Tienen piscinita y sauna. Cuando inauguren la
peluquería voy fijo.
Partiendo de la base de que yo creo que el
verano fue una broma pesada que se le ocurrió a Dios en un día tonto pero que, como alguien le
rió la Gracia (la famosa "Gracia de Dios"), cual niño pequeño, Él la
repite todos los años (seguro que la playita y todo eso está fenomenal pero no
son necesarios 40 grados), he de confesar que el estío me agota, me pone de mal
humor, me ralentiza y me dilata (un 5% del 10% que no es agua en mi cuerpo
es pura dilatación, no gramos extras), así que esos pequeños cambios de opinión
suponen una refrescante sorpresa que me revelan un misterio sobre mí misma y me hacen sonreír,
sacuden mi perspectiva y me sacan de la rutina por el simple hecho de dejar de
ser yo durante un segundo, sumar una experiencia que me habría sido ajena de
mantener mis convicciones y conseguir convertirme en un yo más amplio
(espiritualmente, me refiero, que el temita del peso está siendo recurrente en
este post, sin venir a cuento porque estoy la mar de estupenda).
He entrado en racha. Voy a cambiar
todos mis "Jamás beberé de esta agua" por un "¡¡¡Madre mía, lo
que me estaba perdiendo!!!" o un "¡¡¡Pues no está tan mal!!!", según
el grado de satisfacción. A malas, podré decir, con conocimiento de causa
"Jamás volveré a beber de esta
agua". En el camino me voy a
divertir y me voy a descubrir. También me voy a caer, figurada y literalmente, que recuerdo yo, cuando salieron los zapatos de cuñas tremendas, que afirmé rotundamente: "¡¡¡Never de never (políglota que es una) me voy a poner yo unos zapatos así, que hacen pie de coja!!!" Ahora, la que va a terminar coja soy yo de los tortazos y derrumbes que sufro por las alturas que alcanzo con mis fashion-cuñas...
Una vez le dije a Ariel que probara las
ostras. Me contestó: "Nunca las probaré. Me da angustia verlas". En
mi papel de madre emprendedora, le animé: "Venga, cariño, sólo una. ¿Qué
puedes perder?". Él me miró con ironía y me respondió:
"¿Bilis?"... ¿Que por qué cuento esto que destroza mi anterior entusiasmo?.
Pues para que sepáis que soy consciente de que hay límites: de ningún modo me
pondré bermudas; jamás comeré Marzu de Casu; nunca
anunciaré el final de un asalto en un ring de boxeo con un biquini rojo lleno de cuentas de cristal; en mi vida veré la saga de
Saw... ¿O sí?...
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