Hace poco me encontró Ariel sentada
en el suelo de mi baño, con la espalda apoyada en la pared. Algo sorprendido (y
preocupado), me preguntó: “¿Qué haces ahí?. ¿Estás bien?”. Con mi mejor
sonrisa, le contesté: “Fenomenal. Sólo estaba pensando”. Tras un segundo
rumiando mi respuesta, me dijo: “¿Qué pasa, que la inteligencia te va por wifi
y no tienes cobertura en algún sitio más cómodo, como el sofá?”… Y yo me voy a
acoger a esa explicación para justificar el hecho de que, ante ciertas amigas
mías, soy incapaz de decir que no. Da igual lo que me propongan: yo me apunto.
Son inhibidores humanos de mi inteligencia. Y así me he visto inmersa, a
proposición de Esther, en una experiencia muy peligrosa: un curso de
fotografía.
Al empezarlo tenía tres
expectativas:
- la primera, aprender a hacer buenas
fotografías
- la segunda, conseguir una buena
fotografía con Esther y Nuria que nos sirviera para un proyecto común
- la tercera, conseguir una fotografía
mía taaannn buena que el profe decidiera lanzar mi carrera como modelo
revelación a los 44 años.
Tras diez horas de curso, tratando
de entender la cámara que me ha prestado mi hermana (os aseguro que me dio
muchas más instrucciones, recomendaciones y avisos sobre su cuidado que cuando
me deja a su hijo), mis expectativas han variado en aras del afán de
supervivencia:
- la primera, asegurarme de que mis
amigas aprenden a hacer buenas fotografías (y aprovecharme de ese don)
- la segunda, conseguir una fotografía
en la que la distancia entre el concepto que tengo de mí misma y mi imagen
reflejada no tenga que medirse en años luz (la vanidad es lo que tiene)
- la tercera, que el profe hable con
entusiasmo de lo rematadamente malas y aburridas que son las modelos.
¿Por qué, Señor, por qué?.¡¡¡Qué
lapsus mental tuve que tener para aceptar lo que me propuso mi morena, estilosa
y guapa amigaasquerosaquesalebienentodaslasfotos!!!. Yo, que cuando me vi
obligada a hacerme las fotos para el DNI sufrí un viacrucis de estudios
fotográficos (¡¡¡SIETE!!! Siete juegos de cinco retratos llegué a tener) hasta
que di con una imagen con la que medio consentía convivir y, aun así, le
pregunté al señor funcionario que me lo tramitó si podía ponerme algún sellito
encima. Yo, que sólo me hago selfies si estoy tumbada boca arriba porque la
gravedad me alisa la cara. Yo, que mi único motivo para no delinquir es evitar
que me hagan las horrorosas fotos esas de la ficha policial. Yo, que confieso
que llegará un día en que no podré resistir la tentación de publicar una
fotografía en la que me vea mona aunque en ella el resto de mis amigas parezcan
ñus desplumados…
La semana pasada, un cliente gitano
muy gracioso me contaba que era amiguísimo del cura de su pueblo y, para
subrayar la importancia de ese hecho, me dijo “”No es un cura cualquiera: es
tan bueno que le faltan sólo dos puntos para ser obispo”... Mi profesor es
maravilloso, tiene una sapiencia espectacular y una paciencia conmigo
inconmensurable. Y es que yo no poseo vena artística alguna: enseñarme a mí,
con mi engreimiento, a hacer fotos cuando a lo más que aspiro es a aprender a
posar para irradiar estilo es un milagro tal que Rafa Paz (mi sufrido profe) va
a sumar tantos puntos que alcanzará la Santidad, mal que le pese (que le veo yo
un poco canalla…). Eso sí, en el camino me lo estoy pasando pipa, mis seis
compis de curso sufren el mismo mal de interferencia intelectual que yo y a
todo dicen que sí: ¿Qué hay que planificar clase de Yoga?. Se planifica. ¿Qué
hay que salir de noche a un caserón a hacer fotos?. Se sale. ¿Qué hay
cenar/tomar cervezas/hacer el payaso?. Se hace.
Así que ya sabéis: cuando vuestra inteligencia
escasee, moveos de sitio y buscad cobertura… o quedaos un ratito allí y haced
tonterías, decid que sí a una idea peregrina, quizás, en ese momento, no
razonar sea lo más inteligente que hayas hecho en tu vida.
¡¡¡Será por risas!!!.... |
P.D.: Hace tanto tiempo que no
escribo que si este blog hubiese tenido éxito ya sería considerado un clásico
descatalogado. Y no puedo poner como excusa para tanta desidia escritural el que
las musas me hayan abandonado. Ni hablar. A mí las musas no me abandonan: eso
implicaría que alguna vez estuvieron voluntariamente conmigo. No, de mí huyen…Y
deberían quererme porque, como guiño y respeto a su origen, yo sé leer griego
(leerlo sé, entender lo que leo, no)… Así
que conformaos con este post (un poco más plano de lo que le gustaría a mi ego)
mientras las persigo y les doy caza a las muy esquivas.