La gente siempre espera un
buen final pero hay ocasiones en las que mataría por un buen principio. Como
ahora. Tengo muchas cosas que decir y vanidad de sobra para esperar que lo
leáis, pero sé que si no empiezo con fuerza, si aburro al principio, el resto
pierde ritmo y ya no conseguiré que sonriáis. Y sí, lo confieso, a veces, por
muy optimista que pretenda ser, me sale la vena mustia. Que conste que he
utilizado el verbo “confesar” a propósito: en la era de la Ley L´Oreal (porque
yo lo valgo), en la época del coaching, del tú puedes si tienes actitud,
admitir que hay un hueco para un pensamiento negativo es pecado. Y no. Eso es
tan pecado como sucumbir a la gula en Quique Dacosta: inevitable (fuerza mayor,
lo llaman).
Me encantan los mensajes positivos, soy una grupie de señores como
Luís Galindo (http://www.youtube.com/watch?v=Z834cqQ0uTM)
o Emilio Duró (http://www.youtube.com/watch?v=KPcweq5_vu8)
pero todo con moderación, o mejor, con sentido común. La figura del “tonto
motivao” (sin “d”) debería estar presente cuando damos un consejo a un triste y
más aún, cuando nos hablamos a nosotros mismos. Haciendo mías las palabras del
Sr. Duró: como le digas a un burro que puede saltar una valla de dos metros,
cual corcel (esto es mío, es que soy una antigua), como lo motives y lo animes,
se va a dar un tortazo de la leche. Lo malo es que, en el fondo y aunque a
veces caigamos en la autoflagelación, en circunstancias normales ninguno ve sus
propias limitaciones y, a la hora de alentar a otro, proyectamos nuestra
soberbia en él para no sentirnos culpables por “sabernos” superiores y le
señalamos: “Tú puedes, tú puedes” (bueno, reconozco que hay quien apoya a otros
por pura bondad, pero me es imposible abarcar todas las posibilidades) y, a
veces, simplemente, no puede. ¿Quién se ha abstenido de decirle a una amiga, un pelín
contrahecha, que se ha fijado en el dandy del barrio, eso de “Nena, inténtalo….
¿Qué puedes perder?. El `no´ ya lo tienes…”.? Pues no, bonita, el `no´ no lo
tiene aún, sólo tiene la sospecha del `no´, que es mucho mejor que la certeza
del `no´, en estos casos.
Vamos a tener que
reprogramarnos. Se confunde el hacer lo que te da la gana porque tú lo mereces
con el optimismo, el estar triste o tener ansiedad o un pequeño bajón con ser
depresivo. Lo primero es una gran estupidez que sólo te traerá problemas, lo
segundo es una fase necesaria para equilibrar caracteres.
No sé cuál es el secreto
para ser feliz, sé lo que me funciona a mí: las pequeñas cosas. De hecho,
últimamente, mi fuente de felicidad más frecuente es la tienda Gourmet del
Corte Ingles: un día descubrí que habían traído un té que me encantaba de Whittard
of Chelsea, otro Coca-Cola de vainilla, el siguiente golosinas divertidas.
Seguramente, el señor que hay allí piensa que estoy chiflada pero como creo que,
en ciertos momentos, acierta, no se lo tengo en cuenta. Esas alegrías minúsculas (provengan de los grandes almacenes, de la pizzería de Giovanni, del señor que me dice una lindeza sin venir a cuento, de haber hecho una amistad, de una tarta hecha para mí en la Masía de Chencho, de un accidente evitado, de un kilito perdido sin esfuerzo...)
mejoran mi ánimo, me hacen más amable, mi trato con la gente mejora, me
aprecian más y surgen mil oportunidades. Creo que esa es mi definición del
optimismo: la capacidad para ver diminutos motivos de satisfacción en
situaciones cotidianas. Una vez que aprendes a reconocerlos, a pararte a
agradecerlos, a compartirlos, los días son mejores y atesoras momentos que te salvan en los
malos, que los tengo y hasta los disfruto porque tampoco quiero convertirme en
una Pollyanna (esto es de la misma época que el corcel), que el exceso de entusiasmo
me produce una especie de vergüenza extraña parecida a la que me produce las
declaraciones de amor ajenas.
Una vez le pregunté a Ariel
si era feliz. “Bueno, hace un rato lo era”, me dijo. “¿Ya no?”, le pregunté. Con un poco de sorna, me contestó: “Estoy estrenando videojuego e iba ganando. Así que estaba la mar de
contento. Me has hablado, me he desconcentrado y me han matado. Ya no estoy
contento. Pero no te preocupes, en cuanto dejes de hacerme preguntas
trascendentales, seguro que recupero mi felicidad.”. Esa es la idea: la felicidad es
sencilla.
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