Mi hermana pequeña cumple mañana 40
años. ¡¡¡Madre mía, que mayor que soy!!!. Sí. Yo. Porque la edad la noto por
referencias. Aunque me veo cada día (y me veo mucho, que no hay espejo que no
me refleje, por muy bruja que crean algunos que soy), tengo un don para ignorar
lo evidente, así que, salvo sesión de masoquismo estético, no me paro a pensar
en mis signos de vejez, los cuales me pasan desapercibidos, por lo que es el mundo
quien se arroga la misión de hacerme enfrentar los estragos de la edad y, el
muy canalla, lo hace disfrutando y de formas muy enrevesadas…. A mí, esas
formas, me han pillado desprevenida y me han dejado estupefacta y es mi labor
prevenir a Begoña.
Que cuando cumples 40 años el cuerpo
suma toda la gravedad que en tu primera juventud habías ahorrado dando saltos,
brincos, botes y respingos porque sí, por diversión, es de todos sabido pero,
no te confíes en que el tema se queda ahí (ni el tema ni tus carnes se queda
ahí): eso es sólo la antesala a un infierno desconocido.
Por lo pronto, empiezas a vestirte
por los pies y eso no significa que haya entrado el sentido común, por fin, en tu cabecita de cuarentona, no, es
literal: piensas primero qué zapatos podrás aguantar todo el día y, a partir de
ahí, eliges el resto para que acompañe. Siempre te has teñido el pelo
regularmente porque la raíz te nacía más oscura, pero ahora lo haces porque te
nace blanca (y la Naturaleza no ha tenido la deferencia de premiarte algún año
con un término medio). Las vitaminas ya no te las tomas para soportar el fin de
semana de fiesta sin dormir apenas (bendito y añorado Katovit), ahora las
necesitas para resistir la semana completa (y sin fiestas). Y, no sé
a vosotras pero, a esta edad, cuando veo una típica peli americana de chico-conoce-chica, a
mí el que me gusta es el padre del prota… Calculas la edad que tenías tú cuando
tu madre tenía la tuya actual, recuerdas lo que pensabas de ella y te dedicas
al estudio pormenorizado de técnicas de rejuvenecimiento mientras te sorprendes
preguntándote cómo pudo abandonar Sonia Ferrer, por Escassi (¿es que no le daba
una pista el apellido?), a todo un italiano ¡¡¡¡cirujano plástico, por Dios!!!!.
¿Tú sabes la seguridad que te da eso en casa?. La tranquilidad para tu alma
superficial….
Y las
conversaciones con tus hijos (sirven sobrinos y demás menores) son campo minado
de stress y tensiones. Hace poco le dije a Ariel, cuando se preparaba para ir al colegio,
que no se olvidara la cartera (¡¡¡Y los donuts!!!, estáis pensando los de mi
quinta). Me miró desconcertado y me preguntó “¿La cartera?”. A lo que Hugo, le
contestó: “Ari, así es como los antiguos llamaban a la mochila”… Ese mismo villano,
me consejó inocentemente, mientras veíamos la tele, durante los
anuncios: “Mamá, cómprate esa crema. Te pareces al `antes´…”. Y eso sin contar las veces que, siendo muy pequeños,
me han dicho cosas como. “Mamá, ¿tú cuántos años tienes?. ¿Ochenta?.”. “¿En tu
época había luz eléctrica?”. “¿Viste algún mamut de pequeña?”. Pero, en aquel
entonces, no tenías cuarenta años. Ahora duele.
He dejado
un punto que me atormenta para el final. La prueba definitiva de que eres mayor.
Haced cábalas. No es que un mañaco (para los de fuera de la Comunidad
Valenciana, mañaco=niño pequeño un pelín malcriado. Puede ser o no maniaco,
pero con las mismas probabilidades que ser o no aficionado a tocar la
balalaika) te ataque en plena calle con un arma letal: “¿Lleva hora, SEÑORA?”,
que tú te debates entre retarle a duelo por faltarte a tu honor o rogarle que
confiese que es adicto a la poesía y ha querido hacer un verso corto con rima
consonante. Tampoco que un jovenzuelo de treinta años te ceda el
sitio en el autobús (mira que hay muchachos maleducados). No. La prueba
concluyente es cuando pasas de ser mona/guapa/bellezón (que de todo hay y estoy
hablando en general) a “tener clase”. ¿¿¿Clase????. A ver, olvídate: esa mirada
felina, miopía; ese andar sereno, dolores articulares en el pie; esa forma de
responder pausadamente: sordera, tienes que procesar lo que crees que ha dicho
el otro… Que sí, que sí, que hay gente de nuestra edad con mucha elegancia
(todos mis amigos y los que me leen, por supuesto) pero si toda la vida te han
dedicado piropos más bien físicos y ahora enaltecen tu porte, sin desmerecer el
halago, estás mayor. Pero no pasa nada, todo tiene su público y, ya hayas
llegado a ese punto de garbo por tus dotes naturales o por disimular síntomas
de malestar general, jugar a ser distinguida y gentil es muy, muy divertido y
desconcierta más que la pura belleza.
Oscar Wilde decía que ”la belleza que sorprende rara vez coincide con la
que enamora” y yo creo que ésta última es el resultado de añadirle un poco del
estilo que da la edad. Es un encanto mucho menos comprensible y, por ello, más
fascinante.
Así que,
Bego, ¡¡¡mil felicidades!!!!. Disfruta la suerte de estar en la élite de la
edad adulta, descontrola de vez en cuando con la seguridad de que sabes lo que
quieres (necesito que sigas siendo la hermana sensata), eres guapa, ahora
tienes más clase, no lleves reloj, no subas en bus…
P.D. Esto
es lo más cerca que vas a estar nunca de que te diga que te quiero.
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