De
todos es sabido (por publicaciones en Facebook) que no soy partidaria de esa
igualdad de laboratorio por la que aboga la masa. No soy feminista, ni
machista, pero prefiero un bombero a una bombera y una esteticista a un
esteticista. Todo ello, que conste, desde el mundo de las ideas (porque si se
me incendia la casa y me rescata la abuelita de Piolín, no seré yo quien ponga
pegas). Hay cosas para las que estamos más preparadas naturalmente nosotras y
otras que son más sencillas para ellos. Y el que discuta eso, es un memo. Se
confunde lo comparable: por ejemplo, no se es más o menos inteligente por ser
chico o chica, la inteligencia es la suma de muchas cosas pero no se encuentra
entre ellas el género, es la habilidad para determinadas actividades la que
viene definida por ese género. Y se acabó la discusión. A partir de ahí,
sentirse ofendida, entre otras cosas, porque se hable en el masculino plural es
una soberana estupidez. Recuerdo una vez
que iba a cenar con un chico. Como siempre, yo iba hablando (y, como soy chica,
además estaba concentrándome en caminar con salero, pensando en si llevaba las
llaves, apuntando mentalmente llamar a una amiga…). Al llegar al restaurante,
enfilé con paso decidido hacia la puerta, levanté altivamente la cabeza para hacer
una entrada triunfal, sonreí de medio lado a mi acompañante y me estampé de la
forma más dolorosa, sonora y ridícula que puede estamparse una persona contra
una puerta de cristal… Y yo la había visto, que conste, pero dí por sentado que
el muchacho iba a abrírmela… Sí, sí, lo
que casi se abre es mi cabeza… Lo malo es que no es culpa de ellos.
Somos
más chulas que un ocho y, aunque puedan sospechar que no es más que una
fachada, ellos se ven en la obligación de aparentar que nos apoyan en esas
reivindicaciones y actuar en consecuencia. El temor a insultarnos siendo
excesivamente caballerosos ha dado lugar a un “colegueo” que, desde el punto de
vista de la amistad, es muy loable pero que, aplicado a tu pareja y/o
pretendiente (que hay quien tiene las dos cosas) es muy poco sexy y nada
estiloso.
Los
despistamos. Los dejamos perplejos. Y, si no consentimos que nos cuiden (lo
necesitemos o no), algunos acaban cuidándose a sí mismos y caen en el extremo.
No les permitimos ser hombres y corremos el riesgo de que alguno se nos quede
descafeinado. Que tu amorcito sea el que más tarde en arreglarse de los dos, no
es normal (salvo que se esté vistiendo de romano para las fiestas locales y
siempre y cuando tú no vayas de lagarterana). Que, una vez arreglado, su pelo
luzca mejor moldeado que el tuyo, no es normal. Y algo novedoso: que lleve más
escote que tú, con un bronceado perfecto y más terso de lo que lo has tenido tú
nunca (ni siquiera durante tu adolescencia), no es normal… Lo pobrecillos
invierten todo ese primitivo instinto protector en sí mismos porque no
encuentran receptoras agradecidas y, claro, en el momento exacto en que el
Universo decide que tengas un ataque de femineidad y necesitas sentirte mimada y protegida, los
pillas desentrenados y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que has
pasado de leona, que caza y cuida a los cachorros mientras el rey de la selva
se queda descansando para no despeinarse (los del National Geographic pueden
decir misa: ese el motivo real) a gatita abandonada…. No es egoísmo: es
costumbre. Yo aconsejo pedirlo directamente y no tener esperanzas de que se
percaten ellos solitos (claro que alguno, aunque se lo digas, puede sospechar
que es una trampa para descubrir si realmente te considera objeto de cuidados y
se bloquee)…
Chicas,
lo estamos haciendo fatal: por ir de superwoman acabamos nosotras subiendo las
bolsas de la compra, montando los muebles de Ikea, lavando el coche, colgando cuadros… Si fuéramos un poquito más
listas, ensayaríamos en el espejo el hacer “ojitos”, el movimiento de pestañas,
el suspiro halagador. Si estuviéramos al resultado, sabríamos que da igual lo
que piense el pobre peón, no importa que se crea más fuerte, al final, nos
habrá ahorrado un esfuerzo innecesario… Nosotras sabemos que somos competentes
y, de vez en cuando, para demostrarlo, podemos hacer un alarde de nuestra
habilidad, pero el verdadero superpoder está en nuestra gran capacidad de
inocente y suave "manipulación", con clase, con elegancia, sin dar pena.
Nos
vamos quedando sin hombres de verdad. Esperamos que sean sensibles y luego les
perdemos el respeto cuando se pasan de impresionables. En realidad, basta con
que sean comprensivos, es enriquecedor que nos den su visión masculina de las
cosas (muchas veces más sencilla y, por ello, tal y como dijo Ockam,
probablemente la correcta), no tienen que exagerar en su empatía: si él llora
con una peli, puede parecernos tierno; si llora con todas las pelis
susceptibles de lagrimitas, es un blando. Siempre… Lois Lane se enamora de
Superman, no del panoli de Clark Kent (y eso que el mismo Superman roza la
cursilería); en el Fantasma de la Ópera, yo habría elegido al fantasma;
prefiero mil veces ser atacada por un vampiro de True Blood que por uno de
Crepúsculo (y eso que a éstos últimos puedes usarlos de lamparita de ambiente,
a poco que les dé un rayito de sol)… Todas las mujeres han deseado, en algún
momento, que su enamorado tenga un arranque prehistórico, una vena canalla: el
Príncipe tiene que luchar contra los dragones y rescatar a la Princesa. Estaría
feo que la Princesa
le diga: “Oye, que si no salgo es porque no quiero. Soy muy capaz de salvarme
sola. Y, por favor, una vez que lo haya hecho, no me bajes el puente levadizo,
que ya puedo yo….” Eso es lo que dice pero, si es una verdadera Princesa, no es
eso lo que quiere… Y peor estaría que el Príncipe le grite al torreón: “ Guapita,
que como tengo claro que tú puedes, ya te espero aquí, que no se ensucie mi
caballo blanco”… Y los que dudáis, recordad que todos encontramos lógico que
Fiona eligiera a Shrek….
uf!! Cristina cuando Pèrez Reverte (Arturo) lea esta entrada, pide tu admisión automática en la Real Academia; pero el movimiento feminista te pedirá la guillotina, que también tuvo mucho de "Real" en su día... Esta visión "bíblica" de la mujer,( ¡vamos ni Dalila, Salomé y Betzabé juntas!)que describes y propones es una opción y quienes la ejerciten siempre se las arreglarán para hacer que sus enamorados de pelo en pecho les dediquen rancheras pero hay otras mujeres que prefieren a un compañero de camino y en esta opción son admitidos, por tanto, los descafeinados ( no confundir con "narcisos asexuados" )y eso también funciona Cristina, yo los he visto.
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