jueves, 25 de abril de 2013

Veritas Veritatis.




Hay gente que me cae mal, fatal. Porque sí, sin motivo ni razón aparente. Personas buenas y entrañables que, por eso mismo, consiguen que me caigan peor ya que me siento muy culpable por la falta de química. Luego hay otras que detesto sin paliativos, sin sentimiento de culpa, regodeándome en la animadversión: las personas que van con la verdad  por delante… Hablo de aquellos que empiezan las frases jactándose de sinceridad: “Mira, te voy a ser sincero/a…”… Tú y yo sabemos que lo siguiente que nos va a dar es un disgusto. Enorme. Pero, como ha empezado con un grandilocuente  anuncio de veracidad, no nos defendemos… Y acabamos siendo heridos por unos maleducados. Porque eso es en lo que se convierten ciertas verdades cuando se muestran desnudas: en mala educación. Si la verdad es bonita, puede presentarse sin artificios pero las verdades incómodas hay que maquillarlas, suavizarlas y esconderlas si hace falta. Y el que te lanza cruelmente una verdad horrorosa no es un amigo queriendo que abras los ojos, es, en el mejor de lo casos, un morboso que va a regodearse con tu cara de susto…

Eso sí, debemos distinguir esto de los sarcasmos y las maldades que se le dicen a quien no soportas. No soy partidaria de la violencia, ni verbal ni física, pero una buena puya inteligente e irónica es como el aire que escapa de una olla a presión: necesario para no explotar. Recuerdo una vez que una persona a quien no conseguía caerle bien me dijo, tras preguntarle yo porqué me miraba tan fijamente: “Es que soy un perfeccionista. No quiero que los dioses se confundan de víctima, necesito que la muñeca de vudú se parezca lo más posible a ti”… Y que conste que me lo dijo con rabia…. Es malo pero ingenioso y lo prefiero a un bueno simplón… Claro que la respuesta de otro de los comensales de aquella cena a esas palabras fue: “Ahórrate trabajo. Coge una Barbie y quítale tetas…”. Y se supone que ese me apreciaba….

Recordáis aquella frase de “La verdad hay que presentarla en bandeja de plata”. Pues yo añadiría un acompañamiento de pastelitos y sándwiches de pepino con hummus (probadlo, qué rico: no hay nada cómo una nevera en las últimas para crear nuevas combinaciones).

Y, sobre todo, hay que preguntarse si es ineludible que el destinatario de la verdad la conozca. Yo admito que soy de las que prefiere tener toda la información pero también es cierto que, como fiel forofa del optimismo (a veces tropiezo pero lo intento), normalmente trato de sacarle partido, lo cual se  hace más difícil cuanto más cruda me la han presentado. Se puede cambiar el curso de una vida con una verdad malintencionada, por muy real y cierta que sea.

¿Qué necesidad hay de ser desagradables y cobardes?. ¿Por qué hay que vanagloriarse de decir las verdades a la cara cuando, en realidad, estamos escondiéndonos tras una falsa imagen de buena voluntad?.

Conozco gente fea, pero fea de verdad, por dentro y por fuera. Pero no se lo digo. Conozco gente absurda, inculta. Pero no se lo digo. Conozco gente pedante y altanera. Pero no se lo digo. Si puedo, la evito y, si no tengo esa suerte, soporto esos momentos y me doy por perdonados varios pecados, veniales o capitales, dependiendo del tiempo de penitencia que no logre evitar.  ¿Eso hace de mí una hipócrita?. Yo creo que me hace una superviviente ya que estoy convencida de que su idea sobre mí puede ser tan mala como la mía sobre ella, y quien levante la veda va a desencadenar una tormenta perfecta y maloliente.

Cuando alguien me diga: “Lo siento, te lo tengo que decir aunque no te guste. Es que si no te lo digo, reviento.”, voy a contestar: “Me parece bien. Revienta”. ¡¡¡Qué cansinos, por Dios!!!. Ese tipo de gente hay que evitarla. Ese tipo de personas son unos pesimistas. Siempre. Porque el optimista sabe que insuflar  a los demás ánimo facilita a uno mismo la terrible tarea de ver el lado bueno de las cosas.

Yo pienso pasármelo bien en la vida y las penas y problemas que pueda tener vendrán del Destino pero no a través de personas malévolas.

Y si alguno tiene tentaciones de convertirse en un sincero sin escrúpulos, debe recordar que todos tenemos nuestras miserias y algunas de ellas son visibles pero que los demás tienen la clase suficiente para no evidenciarlas, cosa que puede cambiar si vamos por el mundo ofendiendo con nuestros alardes de veracidad.

Cada uno debe tener claro a quién se enfrenta y no dejarse amilanar ni humillar por esos infelices. Tendremos que disfrutar de nuestros fallos y presumir de ellos, porque es lo que nos hace divertidos e interesantes. Una persona sin mácula es previsible y, por ello, un tostón. Hace poco, estaba fardando Hugo de sus virtudes y le preguntó Ariel. “¿Qué pasa?. ¿Te crees el mejor?.”. Hugo le replicó: “No. Pero tengo el toque justo de imperfección para ser perfecto”. Prometo que lo mismo le contesté yo a mi hermana, en una situación similar. Fíjate si lo tengo claro...

2 comentarios:

  1. Hay algunas personas que no valen la pena ni mencionarlas!!!! Las que se dejan que las maltraten,...simplemente por pendejas.
    Para que la tiene el toque justo de imperfección...

    ResponderEliminar
  2. Lo de soportar estoicamente a personas que a una le resultan como poco" peculiares" se puede hacer de dos formas : a)con un minimo respeto , algo de afecto o, si quieres, algo de compasión y b) con condescendencia y perdonando la vida.
    Yo sé (he sido/soy testigo o "testiga") que tu estás entre los del grupo a)...los hipócritas pertenecen al grupo b); suelen practicar la llamada "santa paciencia" con una impertérrita sonrisa pero no lo hacen por respeto al "ser humano" que tienen enfrente, sus motivos son supuestamente más elevados y trascendentes.

    ah! y aprovecho para comunicarte que ya hace un tiempo que el termino "verdad" no figura en mi vocabulario; algo es valido, verosimil o creible para mi, acaecido u ocurrido según quien... ,contrastado con... ,cotejado con..., pero ..."la verdad"....hazme caso bórrala de tu vocabulario, no existe y... mejor que así sea!!

    ResponderEliminar