Si me otorgaran el Nobel de
Literatura, lo aceptaría feliz y bien vestida, encima de unos tacones
infinitos. Haría una fiesta legendaria, daría
gracias a todos los Dioses por el premio y estaría encantada de que
nadie se hubiera dado cuenta de lo inmerecido que es... Así me siento yo
celebrando el 8 de Marzo, el día de la mujer trabajadora: felicitada sin
mérito. Vale, soy mujer y trabajo, pero porque no tengo más remedio. A mí lo
que me gustaría ser es una unicornia perezosa.
Y, en fin, ya que no me queda de
otra, en algún momento inconsciente decidí disfrutar de mi condición femenina,
pero no me dejan: vivo con el miedo de que se me cuele algún “micromachismo” y no
me indigne lo suficiente…
Como una es muy de hacer listas
(también hago listos: tengo dos, uno de 19 y otro de 16), me he hecho una
relación de lo que, por mucho que aprecie a ciertas amigas mías, no voy a considerar machismo jamás en la vida y el primer punto, el importante, son los piropos. Ya os digo yo que, a
quien no le guste que le digan “guapa”, es porque es fea y sospecha… El mundo es
más bonito lleno de halagos. Yo empleo mucho tiempo cada día en estar
presentable y aún empleo más tiempo en reconocer ese esfuerzo en los demás, y
lo valoro, y lo resalto. Así que, cuando alguien me dice una galantería, lo agradezco
y me crezco y la devuelvo a la mínima que pueda.
El piropo que avasalla, el que
incomoda, ya tiene nombre en español: se llama “grosería” y no depende del
género de quien lo manifiesta, sino de su grado de evolución.
Vamos a relajarnos un poquito todos.
Sé que, como colectivo, en muchas partes del mundo, hay mujeres sufriendo por
el simple hecho de serlo y eso hay que erradicarlo sin duda alguna pero aquí,
en el Primer Mundo, tenemos leyes que nos protegen, hombres que nos entienden
(sin perjuicio de excepciones individuales). Yo sé que soy afortunada: me muevo
en mundos de hombres pero jamás me he sentido ninguneada, ni acosada, ni, mucho
menos, maltratada. Por eso, me da pudor ofenderme por el hecho de que me
halaguen, porque me abran una puerta o se ofrezcan a llevarme el maletín si me
ven muy cargada. Yo no soy una víctima y menospreciaría a quienes sí lo son
indignándome por acciones tan mínimas que necesitamos del sufijo “micro” para
definirlas.
Y practico lo que defiendo: esta
mañana, salía yo corriendo del juzgado y he escuchado la voz de uno de los guardias
civiles que vigilan la puerta. “Letrada, no vaya usted tan deprisa que no nos
da tiempo a mirarla y está usted muy bonita hoy… Es muy salá”. Una, que a la
benemérita le tiene mucho respeto, se ha parado, ha vuelto a entrar y ha comenzado
a caminar de nuevo hacia la salida pero, esta vez, a cámara lenta, repartiendo
sonrisas, haciendo aspavientos y sorprendida de que nadie me pidiera un
autógrafo porque me he visto y el cuadro era precioso. Entre risas, he acabado
de irme. Ya fuera, me ha parado una completa desconocida y me ha dicho,
bastante enfadada: “No entiendo como hay mujeres que aún le hace fiestas al
machismo porque necesitan la aprobación de su físico. Eres una vergüenza para
las de tu género”. Me he quedado quietecita y le he preguntado a una compañera
que pasaba por allí: “Maite, ¿tú te vergüenzas de mí?” Maite, que es una santa
y no se sorprende de nada, nos ha mirado y me ha dicho: “¡Que va!, me caes muy
bien. ¿Nos tomamos una cervecita enfrente y celebramos que es lunes?”. Así que
me he vuelto a la valkiria peleona y le he aclarado: “Esos señores son siempre
amables conmigo y tienen mi permiso para decirme todas las tonterías que deseen
porque me sacan una sonrisa. A ti no te conozco y, lo que es peor, tú no me
conoces a mí, pero te has arrogado el derecho de insultarme. A pesar de ello, te he
escuchado, he comprobado la realidad de tus palabras, ha resultado que no son
ciertas y ahora me voy a tomarme una cervecita con mi amiga. Mientras, tú
puedes quedarte averiguando el significado de la palabra “arrogar” o dejarte de
chorradas y venirte con nosotras. Invito yo”…