Me encuentro a Hugo haciendo caras
ante el espejo, así que le pregunto: “¿Qué pasa, cariño?. ¿Intentando ligar con
Alicia?”. Sin apartar la vista, me contesta: “Estoy pensando en vivir de mi
cara bonita”. La mar de interesada, le digo: “¿Vas a ser modelo?”.
Rapidísimamente, me replica: “¡¡¡Noooo, eso implicaría trabajar!!!!. No, a mí
me van a pagar los modelos trabajadores para que no les haga la competencia”…
Creo que me he pasado potenciando la autoestima de mis hijos…
Lo cierto es que, si el exceso de autoestima
es malo, su defecto es peor. Con el primero fastidias a los demás, que tienen
que soportarte, pero con el segundo te fastidias tú, que no te soportas. Y eso
lo digo con conocimiento de causa: en los dos lados he estado yo, que antes era
guapa. Bueno, vale, reconstruyo la frase: “Yo antes sabía producirme
(cinematográficamente hablando) para parecer guapa”. Ahora, no sé si ha
disminuido mi capacidad de transformación o ha aumentado la grosería ajena. Y
es que han intentado mermarme la
confianza en mí misma de la forma más sutil: no me han dicho fea, ¡¡¡me han
comparado!!!. Allá que voy yo a cenar con un grupo de amigos de esos
enormes que florecen en Navidad, toda peripuesta de brillos y fulgores,
autodedicándome poemas de lo monísima que me veo y, en un momento dado, cuando
llega la hora de la verdad (de la verdad etílica, quiero decir: cuando el
alcohol suelta la lengua y acorta las entendederas), le comenta uno de mis
compañeros a la amiga con la que estoy hablando: “Eres la más guapa con
diferencia”. Yo, en ese momento, como la quiero y sé que es verdad, sonrío (yo
sonrío de corazón, lo prometo, y algún día os contaré la razón, que si lo hago ahora perdéis
el hilo de la escena). Siguen los halagos hacia ella y ya no somos tres, hay dos
personas más, otra chica y otro chico, que asiente (el muchacho) a cada palabra del adulador
quien, envalentonado, se vuelve hacia mí y me suelta: “La verdad es que podrías
dedicarte a ser su representante”… ¡¡¡¿Por qué estoy de repente en medio de la
ecuación?!!!. ¡¡¡¿Y por qué me eligen a mi como su representante?. ¿Qué pasa?.
¿No puedo aspirar a mi propia carrera de guapa?!!!.. Y no te quedes callada un
momentito, como me quedé yo, puesto que los canallas sin filtro se ven
impelidos a llenar el silencio explicándote lo que han dicho: “No, si lo digo
para que al menos rentabilices el tiempo en el que estás con ella, que nadie te
ve”. ¿Qué contestas a eso?. Yo sólo pude balbucear: “El que nadie me pueda ver
no llega a ser un problema para tratar de compensarlo. Lo que sí merece
rentabilizarse en cantidades
industriales es el hecho de no poder dejar de oír sandeces”.
Las comparaciones son odiosas, sobre
todo cuando el que sale perdiendo eres tú, y ese ha sido el caso, pero hay
niveles ofensivos y niveles inofensivos. Yo, cada mañana, al irme de casa, saludo
a la chica que limpia la escalera de mi edificio. Un día, limpiando el rellano
de mi planta, tocó al timbre sin querer, y abrí casi recién levantada. Se
disculpó y le dije que no pasaba nada. Al salir para irme a trabajar, volví a
encontrármela en el portal y me paró. Me preguntó: “¿Quién es la chica que vive
en el sexto”. Creyendo que me estaba vacilando, le contesté con sospecha: “Soy
yo”…. Me miró atentamente y me dijo: “No puede ser… ¡¡¡Si tú eres guapa!!!”.
Vale, me comparó conmigo misma y salí perdiendo pero es que yo soy esa, la
arregladita, muchas más horas al día que el desastre visual que se levanta de
mi cama cada madrugada (tempranera que es una). Soy una princesa encantada, soy Fiona antes de decidirse por el lado
oscuro: ogro de noche, noble de día. Mis
hadas madrinas tienen nombre lujosos: Chanel, Sephora, Helena Rubinstein… Me
habría gustado más ser Lady Halcón, la verdad, pero es que me quedo en pato,
que siendo también un ave, me obliga a matizar mucho la analogía y me ha dado pereza.
Hay un momento básico en el que el ser
tan maleducado como para comparar puede destrozar el ego de tu pobre víctima:
cuando alguien va perfectamente tuneado para la ocasión. El orgullo de los
demás no se puede tocar cuando el otro se ha esmerado en su aspecto. Da igual
si te gusta o no el resultado. Te callas o alabas a otro individualmente, sin
usar a esa persona que ha gastado un esfuerzo en engalanarse como punto de
referencia. Esto sólo tiene una excepción: puedes decirle a una madre “Qué hijo
tan precioso tienes, nada que ver contigo, ¿eh?”, que no se va a molestar.
Al principio he dicho que “han intentado mermarme la confianza
en mí misma” y yo no uso las palabras a la ligera. Lo han intentado pero no es
tan fácil. Las lentejuelas, las gasas, las faldas largas, las faldas cortas,
los brillos, los tacones imposibles, la sonrisa, son escudos. Yo soy la Reina
del Baile y, cuando nadie lo ve así es porque voy de incognito para perfeccionar
ese estatus o porque rindo tributo a mejores Reinas que yo. Cualquiera que
asista a un evento, al trabajo, a la zapatería o a dar clases de jotas
aragonesas, debe ir convencido de que es el Rey/Reina del Baile, y si te
comparan o ningunean, sonríe con condescendencia porque en toda Corte hay un
Bufón.
P.D. CONSEJO NAVIDEÑO. Una bruja
adoptiva me dijo una vez: “Para ir a una fiesta y que nadie te vea, no vayas”…
¡¡¡Sed excesivos!!!. www.youtube.com/watch?v=K8qJn66hhao