Yo soy rara. A veces rara como un
diamante rojo, a veces rara como la elefantiasis. Mi cabeza va tres pasos por
delante de mi conciencia y poseo pensamientos originales. Tengo motivo para
todo lo que digo, en ocasiones más de uno. Os ilumino: cuando voy al dentista,
no sólo lo hago por estética y salud, eso sería simple, os prometo que también
me he sorprendido en algún momento especulando el aspecto que tendrá mi
calavera cuando los arqueólogos del siglo XXXIX la encuentren y es para mí una
razón más que válida para ir al odontólogo el no permitir que científicos
futuros puedan concluir que era una dejada: quiero que sea bonita. Si estoy
triste escucho rancheras, pero de las peleonas, nada de amor (https://www.youtube.com/watch?v=Udrqt45U8WI). Cuando mi madre me presta su coche,
por el simple hecho de llevar casette, me hace sentir que voy en el vehículo de
los Picapiedra y me imagino sacando los pies en lugar de poner gasolina. Si
llevo los auriculares puestos con música por la calle, me convenzo de que el mundo
tiene banda sonora y hasta me parece percibir que mi pelo ondea a cámara lenta,
precioso. Cuando llego a casa de noche, con el maletín, el pan, las bolsas de
comida en precario equilibrio, me imagino, sobre melodía del National
Geographic, una voz en off que va diciendo “La leona vuelve a su cueva, donde
esperan sus cachorros hambrientos…”. Lo juro. Y lo malo es que muchas veces
esos pensamientos que me asaltan se convierten en palabras antes de tener noción de ello. A algunos compañeros de trabajo y jugadores los llevo
fritos. Recuerdo que en Navidad, al salir del ascensor, encontré a tres de
ellos, negros, sentados en un banco, al lado del árbol, resaltando entre las
paredes blanquísimas, mientras esperaban a ser atendidos. Yo formé en mi mente
un convencional “¡Buenos días!” pero, en algún momento eso se tradujo por:
“Hombre, ¿qué estáis, para el casting de Baltasar?”. Obviamente, la neurona
prudente añadió: “Yo he ganado el de la Burra”…
Perdono lo imperdonable y me ofenden
nimiedades. No veo películas dramáticas y empiezo los libros por el final. Hago
pactos con Dios todo el tiempo: "concédeme esto y mañana tomo un Red Bull menos".
No me gusta el nombre de mi gato y le miento al veterinario.
V.:
¿Cómo se llama el gato?.
Yo:
“Gato”.
V.:
Es un gato. Pregunto su nombre.
Yo.:
Precisamente ese es su nombre. ¿Cómo va a saber que es un gato si no le llamo Gato?.
Sería cruel cambiarle su identidad.
V.:
Pues tu hijo lo llama Deimon.
Yo:
Mi hijo no se entera.
Ariel
(que interviene sin permiso): ¡¡¡Mamá, que Hugo le puso Deimon!!!. ¡¡¡No
mientas!!!.
Yo:
¡¡¡No miento, Hijo Pequeño: Hijo Mayor no puso ese nombre a Gato!!!.
Y
que me discutan.
Me
gusta ser complicada, me gusta que mis amigos los sean. Lo sencillo es cobarde
y previsible. Cuando era pequeña nunca quise ser princesa, siempre, siempre,
prefería ser el hada. La pobre princesita lo pasaba fatal, dependía de
hermanastras, madrastras y príncipes rescatadores y todos sabíamos cómo iba a terminar (feliz,
vale, pero con un final sin enigma). El hada era independiente, glamourosa (de
hecho, escogía el vestido que la niña iba a llevar al baile y, como
comprenderéis, no iba a elegir uno mejor que el de ella) y su final de cuento
es misterioso y desconocido. Os puedo adelantar que muy posiblemente acabase en un aquelarre
divertidísimo donde la Bruja Reina es alguien capaz de hacer un listado
notarial de sus bolsos de diseño para legarlos a su antojo, hechizando al Notario
para que no moviera un músculo que denotara extrañeza, donde la Bruja Novata es
una fuerza de la Naturaleza, la Bruja Guerrera crea imágenes perfectas y la
Bruja Más Rubia aún está agradeciendo la magia que ha sido necesaria para
reunirlas.
Y hoy, un obvio, un tío sin imaginación, en un Seminario para que aprendamos
a simplificar la toma de decisiones, me pide que me defina en cuatro
palabras. Le he contestado: “Ni te lo imaginas”…
Simplemente genial, la imaginación te da vida, te hace ver las cosas de un modo distinto y así adaptarte de una forma más fácil al entorno que te rodea, ya sea para lo bueno como para lo malo.
ResponderEliminarUna pregunta, ¿sólo tienes un gato?, creo que dos empezarían a ser un problema si no los numeras y ser sólo un número puede llegar a ser vejatorio, no para el gato que no se entera, pero sí para el que pueda oírlo que le pueda ofender.
Un saludo,
Óscar