Mi hijo mayor me ha
preguntado, mientras estaba arreglándome para empezar mi jornada laboral, si
podía llevarles por la tarde, ahora que no tienen clase, a él y a dos amigos,
al centro comercial y volver luego a por ellos. En mi papel de madre abnegada
pero un poquito quemada, le he contestado: “¡Claro, cariño, como siempre!... Y
qué lástima lo de tus amigos… Todos huérfanos… Sin una madre que pueda recogerlos
en alguna ocasión…”. Hugo me ha replicado, con condescendencia: “¡¡¡Mamá, no
son huérfanos….pero es que sus madres trabajan!!!”… Aclarado el tema le he
hecho saber que haría un hueco para ejercer de chófer entre mi partida de
bridge y mi cita en el spa… Una vez que ha captado la ironía, le ha dado risa
darse cuenta de la metida de pata y me ha querido apaciguar: “Mamá, es que vas
tan mona y llegas tan arregladita que no parece que hagas esfuerzos. Es la
impresión que das”…
Si cada vez que me he
tenido que comer mi impresión sobre los demás hubiese engordado un gramito, se
habría cumplido mi deseo de aparecer en un libro, aunque éste fuera el Guinness
de los Record, Sección obesidad imposible. Ahora que, si me hubiesen dado un
céntimo por cada ocasión en la que he provocado que los demás modifiquen su impresión
sobre mí, además saldría en Forbes (porque seguiría siendo enorme, que una cosa
no quita la otra).
Yo soy de primeras
impresiones y presumo de tener un gran sexto sentido pero, a poco que lo
piense, yo lo que tengo es mala memoria. Me equivoco tanto como acierto pero lo
primero lo olvido con gran inteligencia, hasta el punto de creerme, cada vez
que atino, que mi gran intuición solo se explica porque soy descendiente de los
Tuatha Dé Danann (http://es.wikipedia.org/wiki/Tuatha_D%C3%A9_Danann), que son las hadas más cool del
Universo mágico (caprichosas, caprichosas). Así que he tenido que aprender a
disfrutar, no sólo cuando hago un juicio correcto (“¡¡¡Qué listísima que
soy!!!. ¡¡¡Qué bien me funcionan los superpoderes!!!”) sino también cuando he de
dar un giro de 180 grados en mi percepción (¡¡¡Qué capacidad de reacción!!!.
¡¡¡Madre mía, qué coherente y equilibrada he llegado a ser para cambiar de
opinión sin que me dé un síncope!!!). Pero sobre todo, sobre todo, disfruto
cuando tienen que modificar la idea que se habían hecho de mí. Siendo partidaria de la venganza elegante, aún me gusta más un “¡¡Zás en toda la boca!!”
estiloso.
Reconozco que soy fácil
de subestimar. Hay quien se molesta conmigo por el hecho de provocarlo cada vez
que me declaro superficial pero existe un importante matiz a tener en cuenta:
presumo de mi frivolidad pero también alego que he llegado a ella por elección
consciente. Medité mis opciones y elegí, lo que significa que hay un proceso
intelectual subterráneo que se debe valorar a la hora de clasificarme. Si me
juzgan simplemente por lo que digo y por
lo que aparento, se definen (a ver quién es más superficial ahí).
Hoy me he encontrado
con la Madre (en mayúsculas) de un compañero de mis nenes. De hecho, esta chica
se me ha presentado en dos ocasiones: en una me dijo “Hola, soy la Mujer de
Menganito” y, en la siguiente, me señaló: “Hola, soy la Madre de Fulanito, ¿no
te acuerdas de mí?”. A punto estuve de contestarle que era imposible que me
acordara de ella ya que, cada vez que la veía me daba un nombre distinto (si he
de conocerla por el título, podría tener la deferencia de anunciarse con el
mismo siempre…). Acto seguido ha añadido:”¡¡¡Cuánto tiempo sin verte!!!. Claro,
como tú no eres muy madre y nunca vas al colegio a recogerlos… ¿Qué es de tu vida?”.
“Pues mira, aquí, peleando por la custodia de mis hijos”. Me ha mirado con
compasión y me ha preguntado con mucho interés: “Su padre, ¿no?. A lo mejor te
lo tendrías que plantear…”. Naturalmente le he aclarado: “No, mujer, no. A su
padre lo que quiera le concedo, que para eso es su padre… No… De hecho,
peleamos juntos… ¡¡¡Nos ha demandado el conductor del autobús escolar, que los
lleva y los trae a diario y es muy madre!!!”. A ver, alma de cántaro, si el que
yo no participe de las rutinas escolares de mis retoños te da derecho a que me
catalogues como mala madre, el que tengas la cobardía de dejarlo sutilmente
caer en cualquier conversación me da derecho a mí a que te califique como corta
de miras y maleducada.
Hay gente que te cae
bien de inmediato y gente que no, lo curioso es que ambas tienen las mismas
posibilidades de convertirse en alguien importante para ti al cabo del tiempo
porque, os aviso, las personas evolucionan, tú evolucionas, y hemos de
replantearnos nuestras conclusiones a diario. Y ahora, a todos los guays que se bordarían a punto de
cruz el lema de “La gente no cambia”, les diré que compren más hilo y más tela
porque la frase continúa con un “salvo
que le pongan voluntad”. Y el que no me crea que piense en esa pareja que tuvimos, de la que nos creímos muy enamorados pero de la que ahora renegamos porque, en realidad, nunca fue nuestro tipo; en esa ropa estrambótica que nos poníamos y que nos encantaba
y que ahora quemamos simbólicamente cada vez que escondemos una foto; en esas ideas que defendiste y que ahora intentas olvidar; y en que todos,
absolutamente todos, contamos entre nuestras amistades más apreciadas con
alguien al que previamente no soportábamos. En unos casos has cambiado tú, en
otros ellos, en la mayoría, ambos. Una persona admirable me dijo que cuando
dudara de una percepción y, especialmente, como ejercicio para poner a prueba mis
certezas, debía pararme, cerrar mis oídos y abrir mis ojos, porque la gente es
lo que hace y no lo que dice. Probadlo, con los demás y con vosotros mismos, le da a la vida un puntito de sorpresa muy interesante.
Ayer, al ir a desearle a
Ariel las buenas noches, me puse a acosarle con carantoñas para chincharle
(está en esa edad que llaman “del pavo” pero que sería más apropiado llamar “de la nitroglicerina”
porque, a poco que lo toques, estalla). Después de varias frases del tipo “¡¡¡Ay,
mamá, que pesada eres!!!”, distintas maniobras para esquivarme y un pequeño
empujón que hizo que me cayera de la cama y aterrizara de forma muy poco
elegante, le dije con tono sorprendido: “Ari, hijo, tengo la impresión de que
te molesto…”. Él me miró y me contestó con una vocecita muy dulce: “Te
equivocas, mami… Tú tenías la impresión, cuando has empezado, de que me ibas a
molestar…. Ahora lo que tienes es la evidencia de que me has molestado… Mira la
parte buena, tu sexto sentido funciona…”.
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