Bajo el título "On the air", voy a pasaros el texto completo de mi intervención semanal en la radio (un poco más largo que el que sale en antena porque allí ha de ser con menos frases subordinadas, ¡¡¡con lo que a mí me gustan los paréntesis!!!). Iba a poner lo audios pero no consigo subirlos (la vena rubia), de eso os libráis porque mi voz es cursi de impresión y voy acelerada, pero es el primero y prometo mejorar (si no me echan ya). Esto no evita que, antes de que acabe la semana, os castigue con un nuevo post, en formato de blog porque tengo mucho que contar y es mi medio mimado... En éste, que me presento, repito algunas cosas, espero no aburrir mucho con la reiteración, pero era necesario: no vaya a pensar el oyente que no me conoce que soy coherente (venga, apreciad la poesía del pareado, estoy que me salgo)... Allá va:
Cuando era físicamente adolescente
(porque emocionalmente no tengo claro si sigo siéndolo), mi madre siempre se
preocupaba y me insistía en que, al salir de casa, llevara aspirinas, con la orden tajante de
que, en cuanto estuviese diez minutos con alguien, le ofreciera… Decía que yo hablaba
tanto que su mayor temor además del hecho de que me raptaran, era que le
interpusieran una demanda por contaminación acústica. Quizá por eso estudié
Derecho, mataba varios pájaros de un tiro: me podía defender sin coste alguno
de cualquier reclamación y, al mismo tiempo, podía hacer sitio en mi bolso
dejando de llevar las dichosas pastillitas. Una razón mucho más sincera que la
paz mundial y ayudar a los demás… Nunca se lo he tenido en cuenta porque
reconozco que es cierto: había demasiados factores externos que me indicaban lo
mismo. Recuerdo que, al acabar el 3º de BUP, mi profesor de Historia nos
escribió dedicatorias en la foto de fin de curso a cada alumno. A la mayoría de
mis compañeros les puso frases del tipo: “Sigue así. Eres una gran persona”,
“Te auguro un gran futuro”, “Tu inteligencia hará que alcances las metas que te
propongas”. A mí no. A mí me puso un triste “Esperando que tu palabra llegue…”.
No sólo era una birria de dedicatoria (a no ser que pensara que yo era un
profeta) sino que dio pie para que algún graciosillo escribiera debajo:
“¡¡¡¿Más?!!!... Si sus palabras llegan, el problema es que no se van… Nunca”.
Quizás yo no hablara tanto, puede que ellos escucharan de más, el caso es que
ahora, a mis cuarenta y tres años me dejan hacerlo públicamente y, además, para
contar lo que mejor se me da: mi vida. Y para aquel que piense que no es
congruente que considere que mi vida se me da bien teniendo en cuenta lo
desastre que soy, le diré que todo el mundo da por sentado que lo que mejor se
le daba a Picasso era pintar y algún que otro cuadro, sinceramente, es una
verdadera calamidad…
Tengo dos hijos… Bueno, creo… Nunca
los veo el tiempo suficiente como para contarlos y, cambian tanto de un día
para otro, que igual tengo más y no me acuerdo. Comer, comen por veinte. Lo sé
porque la chica del supermercado al que envío la lista para que me la traigan a
casa y yo nos hemos hecho amigas de la asiduidad con la que nos comunicamos.
Claro que era eso u odiarla. La primera vez que hice el pedido, me llamó para
sustituir algunos productos que no tenían en ese momento. Me indicó que en dos
días les llegaba la mercancía pero que había preferido hablar conmigo para que
escogiera el cambio de género o el atraso en el reparto, por si no llegaba a
tiempo para la fiesta. “¿Fiesta?... ¿Qué fiesta?”, le pregunté más que
extrañada. La pobre me contestó: “Bueno, señora, es que con tantas patatas
fritas, refrescos, comida rápida, pizzas y dulces, he pensado que era para un
evento”… No cocino, no coso, soy rubia por elección, odio ir a lavar el coche,
tengo que llamar a mi madre para saber dónde está el aspirador en mi casa, al
colegio de mis retoños sólo voy, como ellos, cuando no tengo más remedio y por
obligación, he que pensar en su edad para saber en qué curso están y ni así lo
adivino, siempre se me adelanta quien me atiende el teléfono… Cuando me separé,
tuve que plantearme mis prioridades y renunciar a responsabilidades en pro de
otras más urgentes... ¿Os lo habéis creído?... Yo llevo años convenciéndome de
ello aunque me imagino perfectamente a San Pedro negándome el paso al Cielo por
dejación de deberes maternales a la menor excusa… Seguro que me dice: “Sí,
claro, bonita, los potitos fríos, las camisas sin planchar porque van debajo
del jersey, inventarte mucho trabajo para que la abuela los lleve a los
cumples… Todo eso era fuerza mayor porque realizabas en su lugar actos vitales
para la educación y bienestar de tu prole, ¿no?”… Pero yo tengo la respuesta
adecuada. “Pedro, portero… Déjame pasar, anda… Que soy VIP (Vanidosa, Ilicitana
y Pálida)”… Y si se pone borde, ya me quedo fuera, en la terraza del Paraíso,
que con esto del tardeo tan de moda ahora, es donde está lo divertido…
Os he dado pinceladas para que
sepáis qué esperar. Puede que acabéis prefiriendo que os diese aspirinas…
Cuando les conté a mis niños el miedo que tenía mi madre a que me secuestraran
y a que aburriera a los demás. Hugo, el mayor, me dijo: “Bueno, mamá, al menos
ya no puede temer lo mismo: a tu edad, no vas a ser el objetivo de ninguna
organización de trata de blancas”… Ariel, el pequeño, le contestó: “Bueno, no
sé yo… A salvo del todo no está: igual tiene mercado como producto vintage”…
Eso es a lo que me enfrento yo cada día…
A pesar de todo, mis hijos me apoyan
en esto de contar mi versión del mundo cotidiano. El mayor me ha dicho: “Haz lo
que quieras. Yo me voy a estudiar el año que viene al extranjero…”.
Audio del Programa: http://www.ivoox.com/red-carpet-onda-cero-7-4-14-audios-mp3_rf_3011756_1.html
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