Yo tenía buena intención. De verdad. Lo prometo. Quería hacer un post sobre los beneficios de ser agradecidos. Pero, de repente, mi neurona infame (tengo cinco: la infame, la buena, la alienada, la hedonista y la que sabe calcular exactamente el número de bolsas de plástico que he de pedir a la cajera del súper para que quepa la compra enterita) se ha manifestado en todo su esplendor y sólo puedo pensar en los beneficios de la venganza. Y lo malo es que, dándole vueltas al tema he descubierto que ambos enfoques pueden ser complementarios (vale, aquí se ha unido de refilón la alienada pero veréis cómo tiene sentido). En primer lugar y sin lugar a dudas, hay que corresponder a quien se porta bien contigo y ser agradecido. Admito poner límites difusos, por ejemplo: si tu amiga ha aguantado pacientemente la larga explicación de tus penas sentimentales, (nunca olvides que aburre, que te repites y que te escucha por pura bondad de su corazón porque todos sabemos que las únicas respuestas que quieres oír son “¡¡¡Cuánta razón tienes!!!”, “Tú vales mucho más”, “Mejor ahora que luego”, y tu confidente te las dice, una tras otra aunque el motivo de la ruptura haya sido tu costumbre de pasar la aspiradora -a mí eso no me ocurriría jamás-, a las tres y siete minutos de la mañana, sobre patines, vestida de folclórica y cantando jotas y tu novio sea un santo varón), le debes agradecimiento pero si, más tarde quiere que le acompañes a un concierto de los Jonas Brothers, olvídate de corresponderle. Es cuestión de salud.
Y, como somos humanos (unos más que
otros), también es cuestión de salud conseguir una bonita, retorcida, sutil y
pacífica venganza contra quien te ha fastidiado… Cuando yo acababa de
separarme, mis amigas se estaban casando (no es que ellas se casaran tarde o
que yo me hubiera casado pronto, es más bien que el tiempo me cundía). Una de
ellas, muy religiosa, no estaba nada de acuerdo con mi decisión. Nos reunió a
toda la pandi y nos dio las invitaciones. Justo el día antes de la boda me
llamó y me dijo: “Oye, Cris, como tú te acabas de separar igual te sientes
incómoda yendo a una boda…”. Yo le contesté, pensando que estaba preocupada por
mí: “Mujer, llevo cuatro meses separada y la tuya es la quinta boda. Sé que no
lo desconoces porque hemos ido juntas a las otras cuatro. A mí me encanta veros
felices.”. Tras un breve silencio en la línea telefónica, me indicó. “Ya,
bueno, pero si no quieres venir a la mía… lo entiendo perfectamente.”.
Naturalmente, le contesté entusiasmada: “Iré”… Pero parece que no entendía tan
bien porque cuando llegamos al convite, mi nombre no estaba… Podría decir que
mi venganza para un feo tan gratuito fue lo monísima que iba vestida (que lo
iba), pero no quedé en paz del todo hasta que, al cabo de pocos años, vino a mi
despacho para que le tramitara el divorcio. Y se lo cobré. Todo. Eso sí, en mi
bondad, al darle la minuta, le indiqué: “Si no puedes pagarlo en una sola vez,
podemos hacerlo a plazos. No te preocupes… lo entiendo perfectamente”.
Una venganza casual, no maquinada,
una venganza que te regala la Providencia, proporcional a tu daño (incluso un
poco menor, que tampoco hay necesidad) o una venganza provocada con un leve
empujoncito al Destino, es perfectamente reivindicable. Y la reivindico. El
“ojo por ojo” ha hecho mucho daño pero el “poner la otra mejilla” duele más,
que te llevas dos bofetadas y no hay reparto equitativo. De hecho, creo que hay
un nombre para eso… Masoquismo, creo que lo llaman… Y no es muy agradable,
salvo que seas la colgada cuyo novio se llama Grey y a la que le ofende que le
regalen joyas, vestidos y coches pero que ve como un acto de amor que la
azoten, la anulen y le pidan obediencia ciega (sé que esto no me deja en buen
lugar pero debo confesar que yo me veo siendo amiga de la sufridora esa y diciéndole:
“¡¡¡¿Cómo?!!!... ¡¡¡¿Qué te ha regalado unos Louboutin y un Elie Saab?!!!---
¡¡¡¿Pero cómo se atreve?!!!... Ese se piensa que puede hacer lo que le da la
gana… Anda, dame y dame, que ya me lo quedo yo… ¡¡¡Qué aprenda!!!... Además, no
te hace juego con el morado que te han producido las ligaduras de las
muñecas”).
Comprended que hablo de la venganza
etérea, elegante… De acuerdo, hay excepciones, como que alguien te dé un
empujón: ahí puedes empujar tú sin sutilezas ni poses, y si lo puedes tirar de
culo, mejor, para que tengas tiempo de huir porque, como lo dejes de pie, te
responderá y entramos en un círculo vicioso… Nadie va a hacerme sentir culpable
por alegrarme de las pequeñas caídas de mi enemigo, al igual que respeto que él
celebre las mías. Necesitamos desestresarnos. Creo que es como ese agujerito
que le haces a la comida precocinada para cocinarla en el microondas: has roto
el envase, pero es chiquitín y apenas se ve y, gracias a ello, lo de dentro
estará mejor (metáfora estupenda y moderna que viene a sustituir a la de la
olla a presión, que queda fuera de mi zona de conocimiento, entre otras cosas
por ni tengo, ni tendré ni sé si se siguen fabricando)… Vamos a relajarnos
todos un poquito, a permitirnos ser malos de vez en cuando, a negarnos a poner
la otra mejilla y perdonar cuando tenemos la pacífica opción de optar por
esquivar el segundo guantazo y esperar a que le salgan granos en la suya
(mejilla, me refiero, que hay mucho imaginativo por ahí que me estropea el hilo
de la idea) tras la cena que hemos propuesto para hacer las paces, cargando su
plato de picante, especias y lo que haga falta... Os doy una justificación
moral: considerando que las Siete Virtudes cardinales las transmitieron
señores que no sabían leer mucho y teniendo en cuenta que no me fio yo de que
Dios tenga buena letra, ¿no es posible que donde leyeron "Templanza",
pusiera realmente "Venganza"?...
Mi hijo mayor me comentó una vez:
“El abuelo decía que vengarse es de reyes pero perdonar es de dioses... Mamá,
yo creo que soy un rey... pero un rey muuuuyyy satisfecho".
P.D. Amenazo con hablar
en otro post de agradecimientos, agradecidos y desagradecidos.