Yo, al gimnasio, no voy por salud. Voy
por ENVIDIA… Si una de mis guapísimas y estilosas compañeras de trabajo me
confiesa que de aquí al verano va a tener un cuerpo fitness, con nutricionista
implicado en la aventura, yo tengo que tomar medidas para no hundirme en la
comparación cuando llegue Junio. Y que conste que antes de decantarme por algo
tan drástico como entrenarme, había intentado otros medios, como llevar comida,
chuches y deliciosos pastelillos al despacho, a ver si pica… Pero la tía es
dura. El Rambo de las Tentaciones.
Así que allá que voy, a mi octavo
primer día de gimnasio en el último lustro, consciente de mi baja forma (el
hecho de que el buscar la ropa de deporte en los altillos me haya causado
agujetas y casi una lesión al caérseme una maleta encima me ha ayudado a ver la
realidad canalla), andando de puntillas porque la costumbre del tacón es
insalvable y autoconvenciéndome de que todos los espejos por los que pasaba
eran de aumento. Y, tras sobrevivir a la primera semana, hay ciertas frases y
consejos que debo discutir.
1.- “Verás cómo le coges el gusto y
el día que no puedas ir, lo echarás de menos”. Ya os digo yo que no debéis
sufrir porque me suceda esto. El día que no puedo ir es porque la Pereza se ha
impuesto sobre la Envidia, porque me estoy dando un homenaje gastronómico, porque
le muestro reverencia a la siesta (a ésta sí la extraño cuando no la tengo)… Os
aseguro que cualquier motivo es mejor y lo estaré disfrutando más que mi visita
a la sala de aparatos fitness… Esta frase queda sustituida por la que me apunta
mi amiga Mari Suni, mucho más realista: “Hoy no voy al gym, pero mañana sin
falta…”.
2.- “Tienes que comer sano”. A ver,
como idea no está mal siempre y cuando establezcamos que el redbull, el
marisco, los nachos, las patatas fritas, los bombones de Ferrero y la coca-cola
de vainilla son alimentos sanos. Yo sólo he cuidado lo que como cuando era
pequeña y mi abuela me regaló un pollito al que alimenté con esmero y cariño
hasta que se hizo lo suficientemente fuerte y grande como para echarlo al
cocido. Así era yo: repelente como la niña del Candy Crush… Lo siento por los
puristas pero he llegado a una edad en la que cualquier sacrificio culinario
excesivo me parece una herejía: si me gusta, le rindo pleitesía, lo hago mío,
lo disfruto y me siento una diosa recreándose en el hedonismo. Admito límites:
nada en exceso.
3.- “Sin sufrimiento, no hay
resultado”. Perdona, pero dame cien mil euros y el nombre de un buen cirujano
plástico y verás resultados sin dolor...
Nos estamos volviendo todos
locos (y algunos muy pesados) con esto del deporte. Hace poco leí que existe un
Gen de la Aventura que te impulsa a buscar experiencias intensas. Supongo que le
quedan dos horas al mundo de la Ciencia para descubrir el Gen del Ejercicio
Físico, que te empuja a saltar, correr e ir en bici. Pues yo no lo tengo. Ni
uno ni otro. No voy a morir haciendo puenting ni corriendo una maratón. Como
mucho, puedo morir corriendo porque me cierran Zara… Y mi hijo Ariel (quien acude desde hace tiempo a un entrenador personal) ha
heredado esa característica hasta elevarla a la máxima potencia. De hecho,
anoche, encantada como estoy con el instructor que tengo, le propuse que cambiara de
gimnasio y que fuera al mío. Su contundente respuesta fue: “Ni hablar”.
Obviamente, entendiendo que la costumbre tira, le dije: “¿Y eso, cariño?.
Estás muy contento con el entrenador que tienes, ¿no?”. A lo que, mirándome lacónicamente, me contestó: “No,
mamá. Me da igual. Pero tu gimnasio está dos calles más lejos y paso de ir hasta allí. No me merece la pena el esfuerzo”. Teniendo en cuenta que va en coche,
¿es o no es el colmo de la indolencia?.
Hugo, sin embargo, no es de nuestra
calaña. Se parece más a mi madre, que se rompe un hombro para no perder un punto en el pádel y lo que le duele es que suspendan el partido para llevarla al médico (el deporte es salud. ¡Ja!). Al primogénito le encanta hacer deporte y el tonito perdonavidas va inherente en
sus conversaciones al respecto. La semana pasada le dije que había vuelto al
gimnasio y que me había sorprendido la falta de orquesta, confeti y fuegos artificiales para el celebrar mi regreso. Así
que me apuntó: “Mamá, has hecho acto de presencia en tan pocas ocasiones que
nadie se dio cuenta de que te habías ido…. Pobrecilla, tú pensando que eras la
hija pródiga y no eras ni estudiante de intercambio en esa familia”.
Pues, amigos míos deportistas, me
encanta que saltéis, brinquéis, pedaleéis y corráis. Os animo a ello y os
admiro aunque creo que es un poco en plan “¿ves?, si a mí me gustara hacer eso
tendría un cuerpo de infarto (pero infarto del bueno, del que parece que le da
a los demás cuando sufren el Síndrome de Stendhal)”. Os ruego que no me presionéis
con las proteínas, los hidratos y los batidos vitamínicos. No quiero ganar un
Ironman. Yo sólo voy al gimnasio para tratar de estar tan buena como mis amigas…
En mi defensa diré que también trato de ser tan inteligente como ellas, pero
eso es carne de otro Post.
Estas cosas te pasan porque rozas la perfección, si fueras del montón más amontonado te digo yo que ibas al gimnasio religiosamente 3 días a la semana. Como nutricionista, eso sí, te digo que comes muchas ricas porquerías....Besos
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