A Santa Juana de
Arco nunca la he visto yo muy santa. Virgen sí, la verdad, pero santa nada.
Hasta que me he dado cuenta de que no se le beatificó por su lucha y sus
conversaciones con Dios (eso es cobertura y no lo de Movistar) sino por
conseguir que todo un ejército de hombres con la testosterona en perpetuo
festival de Woodstock la siguieran en algo de lo que “ellos sabían más”…
A ver, chicos, que
yo os quiero mucho pero hemos de reconocer que, en vuestro género, se produce el
curioso fenómeno de “como creo que lo sé, no lo compruebo, no pregunto, no pido
ayuda… a pesar de que las evidencias de mi equivocación vayan vestidas de mañas
y estén bailando una jota”, en una proporción mucho mayor que entre las
féminas.
Volvía tan feliz de
trabajar cuando mi coche empezó a tener personalidad propia, primaveral e
indecisa, cual margarita: ahora me muevo, ahora me paro. Valoré la posibilidad
de que sus caballos tuvieran alma de Feria De Abril (Nuretina, Olga
Martínez-Bordiu, esto va por vosotras) y la expresasen haciendo cabriolas pero
el humo que salió del motor apresuró mi respuesta al problema, así que paré el
coche en medio del carril Bus y, como soy rubia pero tengo móvil, llamé al seguro
para que me enviara una grúa.
Elche, las tres de
la tarde, 29 grados, una que se había levantado cuando el día no ha decidido su clima y
llevaba ropa calentita (literalmente, no de la que genera miradas lascivas)….
El señor de la grúa que me llama y me pide la ubicación. Yo que me la sabía:
Avenida de Alicante, número 25. “Tardaré veinte minutos”, me asegura. Tras más
de media hora plantada al sol, donde hubo tres paradas de coches de policía,
veinte gestos de perdón a los autobuses que se tenían que desviar por mi causa,
charla con amiga que iba al gimnasio, encuentro con amigo que pasaba por allí,
cotilleo con un señor que estaba en una terraza cercana y seguimiento
exhaustivo de la rutina de un hormiguero en la acera, me telefonea el esperado:
Grúa: Estoy en Avenida de Alicante, nº 25.
Yo: En Avenida de Alicante, nº 25 estoy yo y
estoy sola (las hormigas no contaban).
Grúa: Señora, le aseguro que estoy en avenida de
Alicante, nº 25. Será usted la que esté mal situada.
Yo: ¡¡Señor, estoy tan mal situada que estoy en
medio de la calle así que, si usted no me ve, debe ser porque está en cualquier
otro sitio menos en la Avenida de Alicante, nº 25!! Por favor, mire bien el
número de la calle…
Grúa: No tengo que mirar nada. ¡¡¡Le juro que
estoy en Avenida de Alicante, nº 25!!! (La profusión de signos de
exclamación indica el elevado tono de voz, por si hay dudas)
Yo (con mi acento más suave y seductor): Escuche, no vamos a solucionar nada así. Si
está tan seguro de su ubicación tendremos que enfocar el problema desde otra
óptica: repase el recorrido que ha hecho hasta llegar donde está, concéntrese
en cualquier anomalía porque ya le digo yo que, en algún momento, ha entrado
usted en un bucle espacio-temporal que le ha llevado a un Universo Paralelo…
Así es posible que esté usted en Avenida de Alicante, nº 25, como yo pero,
desde luego, ¡¡¡no al mismo tiempo que yo!!!
Grúa: Estoy en el número 5…
Yo: Véngase p´acá….
He de reconocer que
todos hemos hecho eso alguna vez: empecinarnos en defender una verdad que, al
ser errada o simplemente cambiante (seguro que si el señor de la grúa permanece
allí unos cuantos lustros, acabará dejando de estar en Avenida de Alicante, nº
5 para estar en algo parecido a “Calle de la Wifi Eterna, nº 5”), no nos trae
más que problemas. Yo estoy en una época de mi vida en la que he tenido la
fortuna de haberme visto obligada a replantearme todas mis certezas, a
descubrir que son versátiles, que mi meta ha cambiado y que, en lugar de ir
revoloteando hacia la nueva, deleitándome en los colores, haciendo círculos
innecesarios pero divertidos, iba como un toro en línea recta hacia un objetivo
que ya no me va a hacer feliz. Evolucionamos, afortunadamente, y donde antes
necesitaba resultados, ahora quiero mil experiencias locas que me lleven a mil
certezas, unas lógicas y otras extrañas, sólo para que muten y me abran
horizontes a otros mil resultados diferentes…
Hoy sé
que, a mí, el Red Bull me da cariño, que mi amiga Rosy no tiene whatsapp, que mi
hijo confunde a Cervantes con Velázquez pero no a Velázquez con Cervantes y que
estoy preocupada por la carrera musical de Juan Pardo. Y estas cuatro verdades
como puños en las que hoy creo, mañana pueden haber dejado de serlo, mañana
pueden ser otras. Igual que yo. Y me encanta.
Terry
Pratchett decía: “La verdad quizás esté ahí fuera pero las mentiras están en
tu cabeza”…. Vamos a mirarnos y ser consecuentes con lo que sabemos en cada
“ahora” y no con lo que sabíamos ayer. Divirtámonos mientras descubrimos el
cambio inconsciente en nosotros. RESINTONICÉMONOS… y bailemos con nuestra propia
música (yo con tacones).
Hace
poco, entró Ariel en el baño mientras yo me arreglaba. Al cabo de unos
segundos, se me escapó un quejido. Me preguntó enseguida; “¿Qué te pasa? ¿Estás
enferma?”. Yo, en un alarde de sinceridad, le dije: “No, cariño, es que me he
agobiado porque me veo feísima”. Me miró tranquilamente y me contestó: “Vale,
mamá…. Estás enferma”… La certeza de mi hijo me gusta más. Ahora es mía.