Me ha llamado una de mis amigas y me
ha dicho, así de sopetón: “¡¡¡Tengo una cita!!!”. Se ha hecho un profundo silencio en el que yo
esperaba ansiosa una frase contundente, un conjunto de palabras con un
significativo mensaje… ¡¡¡Cómo no estaré de mal que oigo la palabra “cita” y
pienso antes en Séneca que en hombres (vale, Séneca era un hombre pero me
refiero a uno vivo)!!!. Afortunadamente, ha interpretado mi confusión como
prudencia y ha continuado explicándose hasta acabar pidiéndome consejo. A mí. Pobreta.
Estoy convencida, sinceramente, de
que mis conocidos piden mi opinión sobre asuntos amorosos para darle emoción a sus
relaciones: seguir mis instrucciones supone un riesgo y la gravedad de las
consecuencias de escoger hacer caso de una recomendación mía es equivalente a
elegir cortar el cable rojo o el azul.
Y es que me pongo a pensar, entro en
matices y me pierdo. En primer lugar, las primeras citas no son tan
importantes. Son como las fachadas: el buen estado de la misma puede coincidir
o no con el buen estado del interior. Son indicios de lo que te espera pero
nada definitivo o constante. Así que, primero, hay que relajarse. Yo a veces me
relajo tanto que acaba dándome pereza. Mi amiga Nuria dice que la Pereza es
pecado (también lo dice Dios pero es que mi amiga habla más alto y lleva
zapatos más bonitos), por lo que me aplico el cuento y la supero (a la Pereza,
no a mi amiga). Pero casi nunca lo hago a tiempo… y llego tarde. Y ahí salen
los puristas con aquello de que la
impuntualidad es una falta de respeto. ¡¡¡Hijos, qué poca amplitud de
miras!!!. Yo llego tarde porque quiero estar perfecta. Quiero ser agradable a
la vista, eso es motivación positiva. Una vez, le dije a mi hijo Ariel que mi
madre siempre comentaba que me habían concebido en Canarias. El bendito me
contestó: “¡¡¡Anda, mamá, entonces no es que seas impuntual sino que tienes
jet-lag natal!!!”.
Me fascina la gente que es capaz de
dar premisas sobre la cita perfecta. Mare de Deu, si eso es un caleidoscopio
infinito con miles de variantes a tener en cuenta. Que no se puede, te lo digo
yo. Da igual los parámetros que te pongas, como el chico que te gusta aparezca
en vuestra cita vestido de lagarterana, le has encontrado excusa y su gracia a
la milésima de segundo. Ahora, como hayas quedado con uno que ni fu, ni fa y
llegue con el botón de la camisa roto, lo miras con sospecha pensando que es un
desaliñado y, aunque luego el pobre te explique que ha tenido un ataque de
ninjas de camino al restaurante y que, a pesar de sus múltiples heridas, se ha
presentado a la cena porque desea mirarse en tus ojos, la magia ya se ha roto.
¿Nadie recuerda a posteriori lo
engañosas que son las primeras citas?. Lo difícil de aceptar es que no son
engañosas porque finjamos, la capacidad de fingir tiene sus límites (aunque sé
que hay quien los desafía cada día), sino que el problema principal es que nos
esforzamos en sacar lo mejor de nosotros mismos en ellas y, en ocasiones, eso
también es lo más fastidioso de nosotros mismos. Yo me enamoré perdidamente de
un chico por la sensibilidad que demostraba al principio y lo dejé por blando.
Otro me subyugó con su sentido del humor y acabó pareciéndome un payaso sin
control. Otro más me encandiló con su saber estar y al final resultó que sólo
sabía estar pero no sabía ser.
Yo he tenido citas desastrosas,
citas fantásticas y citas que han sido ambas cosas dependiendo de a qué parte
de la pareja (o del cuerpo) le preguntes pero confieso que, cuando he
acertado, ha sido por mera probabilidad, porque tocaba, no por una decisión
consciente. Tened en cuenta que cuando la acepto, ya llego a ella medio
enamorada porque creo en el amor a primera vista…. ¡¡¡¡y se me olvida que tengo
cuatro dioptrías y media en cada ojo!!!!. Así me va: no les veo el perfil
físico, imaginaos el psicológico (de hecho, en alguna ocasión he pensado que
los de Mentes Criminales se pondrían las botas con algunos de los que me he
encontrado enfrente). Con lo que yo he sido….
En cualquier caso, hay un consejo
que nunca falla: elige siempre un buen restaurante así, al menos, podrás
sustituir la Lujuria prevista por la Gula sobrevenida que, a veces, es más
satisfactoria….
Mientras escribía esto, Hugo me ha
preguntado: “Mami, ¿qué haces?”. Solícita, le he contestado: “Una amiga me ha
pedido mi opinión sobre las citas y he escrito un post”. Hugo me ha mirado
feliz y me ha replicado: “¡¡¡Muy bien, mamá!!!... Ya tienes opinión, ahora sólo
falta que te pidan una cita y comprobarla. Pasito a pasito”. Dolida por la
veracidad, le he dicho indignada: “Pues que sepas que mis amigas creen que si
no tengo citas es porque a los chicos les doy miedo…”. Mi hijo me ha mirado y
me ha comentado: “Claro, mamá, estoy seguro de que los chicos están muertos de
miedo….¡¡¡pero por si les dices que sí!!!”… Eso me pasa por continuar cualquier
conversación que empieza por “mami”, es que me despistan los canallas…